Brújula Digital |23|05|21|
La desilusión supone la existencia previa de una ilusión. No puede haber desencanto si no hubo encanto. El diccionario de Oxford define el desencanto como la “pérdida de la esperanza o la ilusión, especialmente la de conseguir una cosa que se desea o al saber que algo o alguien no es como se creía”.
Y de eso trata el libro de Hugo José Suárez, del desencanto, la decepción que siente y expresa su autor al ver y comprobar que ese algo que lo había ilusionado no es o ha dejado de ser lo que él creía. Pero no solo de eso.
“El desencanto” es la bitácora valiente y dolorosa de una desilusión, un ajuste de cuentas con una fascinación, pero al mismo tiempo es la cronología de la descomposición de un proceso político, el relato descarnado, como dice el autor, del derrumbe de un castillo de naipes, de un “castillo de cartas que se viene abajo”.
Y, ante todo, es un testimonio de gran honestidad intelectual, valiente y conmovedor.
La portada del libro es en sí misma una hermosa metáfora de su contenido. Nos muestra una pequeña choza de adobe delante de la monumental Casa Grande del Pueblo; es decir, una gráfica que muy bien podría representar el contraste entre la magnitud de un sueño y el verdadero tamaño de la dura realidad.
Hugo José Suárez nos lleva de la mano por las tripas del llamado “proceso de cambio”, al que describe como “el proyecto más lúcido y a la vez contradictorio de la historia contemporánea de Bolivia”; lo hace desde el ascenso de Evo Morales, en 2006, hasta su caída, en 2019, pasando por la consolidación de su poder, lapso en el cual pasa del “enamoramiento inicial” a la sorpresa del descalabro.
“Descubrí –nos dice– otros rostros de la política real, rostros que ese momento no había querido ni podido ver”, una observación que termina, inexorablemente, en la frustración.
Nos habla de los “frutos fabulosos y horrendos al mismo tiempo” que dejó ese proceso, sus luces y sombras, como resultado de las “pasiones” que despertó y la “mezquindad” que carcomió sus bases, para citar sus propias palabras.
Y nos relata cómo empezó a perder la ilusión desde el momento en que puso su pluma, su capital simbólico, como define a su inicial actitud militante, al servicio de un proyecto colectivo del que se sentía copartícipe.
Hay un párrafo que refleja muy bien el ánimo y la ilusión con que el autor percibió la apertura de ese proceso: “Lloré al verlo en el parlamento, mientras le ponían la banda presidencial”, dice al recordar al asunción de Evo Morales el 22 de enero de 2006. “Sentía –prosigue– que se materializaba uno de nuestros sueños. Se hacía realidad aquello por lo que habíamos luchado tantos años…. Lloré con él –agrega–, y lo aposté todo, me entregué sin reparos al proyecto”.
El autor escribe, como nos advierte, “desde una posición de izquierda crítica y ecuménica”, desde una “izquierda adolorida”, desde el dolor que puede provocar la frustración del ideal traicionado.
Al enumerar los valores y principios que inspiran su crítica y autocritica, Suárez enumera, tal vez sin proponérselo, los valores y principios incumplidos, los que provocaron el derrumbe y el propio desencanto, la causa y el efecto.
El autor nos dice que no obedece a jefes, que no promueve monopolios de la verdad, que habla con voz propia, una palabra apasionada por la diversidad, por la irreverencia, por la autonomía, que habla en nombre de una izquierda que no se cuadra frente a las estatuas, ni dogmas, ni doctos; que no se inclina ante los lineamientos intelectuales o políticos de un comité central o de los “líderes históricos”.
¿No son precisamente esos los grandes errores y defectos que nos tocó ver durante la descomposición del llamado “proceso de cambio”? Una pluralidad y una diversidad sustituidas por la verdad única y aplastadas por el afán hegemónico de un régimen; un partido y unas organizaciones sociales cuadradas frente a una estatua, que hicieron programa y praxis del culto a la personalidad, y un régimen, en fin, que hizo dogma no digo ya de la palabra sino incluso de los deseos del caudillo.
Por eso “El desencanto” no solo es la bitácora valiente y dolorosa de una desilusión, sino también la cronología de la descomposición de un proceso político; el desengaño de un intelectual militante, pero también la descripción del derrumbe de un proceso que se proponía cambiar al país, pero cuyas propuestas, como la del “buen vivir”, terminaron en el archivo de los discursos de retórica hueca.
El autor nos ofrece una colección de columnas periodísticas sobre los momentos claves y decisivos de la gestión masista, escritas al calor de la política coyuntural, y puñado de ensayos político-sociológicos, en los que analiza esos mismos momentos a la luz del contexto y la perspectiva de sus posibles desenlaces.
Escribe, pues, con la urgencia militante, en el primer caso, y con la pluma sosegada, en el segundo, pero, siempre, con la limpieza y elegancia del buen escritor y la agudeza analítica del buen observador.
Pero no solo eso. Al comentar los sucesos de los días que siguieron al fraude y a la huida de Evo Morales a México, Suárez recoge los post y mensajes que difundió en las redes sociales, textos que reflejan muy bien la urgencia de las horas dramáticas que vivía el país.
“El MAS abrió las puertas del infierno. Dio el salto al abismo con el país en los brazos”, escribe en su muro. Y más adelante se lamenta: “Evo pudo haber organizado una transición democrática, ordenada. Prefirió sembrar el caos”. Días después apunta: “En Bolivia no hay golpe de Estado. Hay un pueblo que defendió su voto”. Y así sucesivamente, día tras días.
Los textos que escribió en su muro no solo nos acercan de nueva cuenta a los días dramáticos que sacudieron al país en octubre y noviembre de 2019, sino que nos muestran de manera dramática cuán cerca estuvo Bolivia del enfrentamiento fratricida. Hugo José titula una de sus columnas: “Evo en el precipicio”. Yo creo que no era Evo el que estaba caminando al borde del abismo, sino Bolivia entera.
El autor escribe desde la lejanía, desde París y México, pero esa distancia, lejos de desmerecer o devaluar su testimonio, le permite observar y analizar el desarrollo de los acontecimientos tal vez con mayor serenidad que la que mostramos quienes los vivimos de cerca, en carne propia. Desde sus miradores, observa el acontecer nacional, no da crédito a lo que ve y expresa su indignación.
Alguien dijo alguna vez que “una decepción es un martillo que te golpea, que te romperá si eres de cristal, pero que te forjará si eres de hierro”. Y así toma el autor su desencanto. Vive “el duelo por la muerte de un gran proyecto”, como él mismo dice, pero al mismo tiempo, ve renacer entre sus cenizas la esperanza de tiempos mejores, a partir, como nos insta, de una lectura renovada de la dramática experiencia boliviana.
“Esta es la historia de una apuesta, quizá no equivocada, acaso ingenua”, nos dice sobre su libro. Y agrega: “Es una pequeña muestra de cómo pueden cambiar las personas y los proyectos, cómo la política tiene múltiples rostros y el poder puede desvirtuar las mejores intenciones”. Y señala: “Queda este testimonio de un desengaño. Ojalá que al menos estas letras sirvan para aprender una lección”.
Jean Paul Sartre solía decir que “como todos los soñadores”, él “confundía el desencanto con la verdad”. Hugo José Suárez en un soñador, pero qué bueno que haya soñadores, porque son los sueños los que mueven la historia. Lo que vivió Hugo José Suárez, como muchos bolivianos, no fue un desencanto, sino el descubrimiento de una verdad. En todo caso, y es bueno recordarlo, las desilusiones siempre dan paso a cosas mejores.
Juan Carlos Salazar es periodista.