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Cultura | 10/01/2021   05:05

La Mujer Maravilla perdida en 1984


Brújula Digital |10|01|21|

Mauricio Souza Crespo / Tres Tristes Críticos

1. Tratando de recuperar algo del tiempo perdido en comentarla, podríamos pretender que La Mujer Maravilla 1984(MM84) proporciona indicaciones generales sobre la suerte económica del cine de multisala en el año 2021. La compañía productora –Warner Brothers, el segundo de los cinco grandes estudios hollywoodenses– decidió en noviembre, impaciente ya por la larga espera, probar el rescate de los 200 millones de dólares (sin gastos de publicidad) que había invertido en esta secuela, nada menos que la puesta en marcha de una franquicia que, por los augurios que acompañaron su celebrado principio de 2017, prometía ser para DC Comics lo que Iron Man fue para Marvel por una década: el premio gordo de la lotería. Warner optó por una estrategia de distribución mixta: en salas y, al mismo tiempo, en una plataforma de streaming, HBO Max (sin costo adicional). A dos semanas de su estreno mundial múltiple, MM84 ha recaudado solo 180 millones de dólares, cifra irremediablemente distante de los 1.000 millones que sus inversores esperaban obtener y lejos incluso de los 820 que recaudó el primer capítulo de la saga. Conclusión provisional: el COVID-19 es para las finanzas de los superhéroes lo que la kriptonita para la fisiología de Superman.

2. Aunque bien puede ser que la mala suerte financiera de MM84 se explique porque es una mala película, mala incluso según los modestos términos de una comparación de manzana a manzanas, es decir, en relación a otras películas recientes de superhéroes. Lo bajo de las expectativas en juego es un hecho conocido. Recordemos: en respuesta al estreno de la primera entrega de la saga en 2017, decenas de comentaristas consideraron una virtud el hecho de que la nueva Mujer Maravilla contradijera expectativas misógino-comerciales: que no se dedicara full-time a mostrar el culo y las tetas en ropa de dominatriz fue destacado, por la crítica, como un logro cinematográfico y ético.

3. Y también puede ser que en casa –lejos de los vertiginosos atractivos visuales y sonoros de una sala, esos que abruman al espectador con su show de fuegos artificiales– el encanto de una película como MM84 sea inocultablemente menor. Quizá porque en pantallas más chicas, y con el sonido de unos parlantitos modestos, se nota mejor que los guiones de películas como MM84 son escritos por comités de monitos dándole duro a la tecla, a la espera de que la eternidad o el azar o el plagio se encarguen de armar una historia decente o por lo menos entretenida.  

4. Pero no exageremos. Vista en casa, MM84 no es una experiencia inútil. Si se logra aguantar las dos horas y 35 minutos de su duración, se puede deducir de ella otras generalidades sobre la crisis estética del cine comercial norteamericano. Me concentro en algunos de los síntomas de esa crisis.

5. El estupor amnésico de una historia sin historia. Para este cine, el pasado es un “look” exótico y por eso ridículo: ropa que ya no está de moda; cortes de pelo que nadie, en su sano juicio, se mandaría hacer hoy; accesorios incomprensibles; hábitos de consumo olvidados. Para los guionistas de esta industria, 1945 no es el año del fin de la Segunda Guerra Mundial sino aquel en el que se confirmó el reino y gloria de las ceñidas faldas-lápiz, entre las mujeres, y el pantalón subido hasta el ombligo, entre los hombres. Los “historiadores” en este cine comercial gringo son los vestuaristas, peluqueros y decoradores de sets. En MM84, se recrea un 1984 que tiene poco o nada que ver con 1984, salvo en los detalles que alimentan esa pulsión retro-decorativa: el pasado es un extraño país en que no hay celulares y el mal gusto abunda, según un kitsch nostálgico que se cree inteligente. El efecto estético de la imposibilidad de imaginar que el mundo no siempre fue tan maravilloso como ahora es curioso: caemos en cuenta de que, para estas películas, el pasado está tan vacío o disponible como el futuro. El tiempo se desentiende de la experiencia y de la memoria y se puede decir cualquier cosa sin siquiera justificarse con la excusa de que, la que se representa, es una realidad alternativa. Este es el universo temporal de Trump (más que de los comics): en él, se puede hacer una película en la que casualmente el Capitán América ayude a los chilenos a liberar, en 1879, a Antofagasta del yugo “boliviano-árabe-terrorista” o en la que la  “gloriosa dictadura de Pinochet” sea un proyecto benéfico de Iron Man y Thor.

6. El aura de las estrellas como último refugio. En este cine, el personal a cargo no anda muy preocupado de que el relato finja, por lo menos, respetar causalidades o justificaciones narrativas elementales. En una escena, vemos al malo de MM84 ocupadísimo haciendo maldades en un extremo del mundo, maldades de las que –para alivio general– se arrepiente y huye corriendo. En la siguiente escena lo reencontramos: sigue corriendo, pero de repente ya en otro rincón del mundo. No solo eso: a fuerza de correr tanto, llega a los brazos de su hijo, un verdadero milagro del cine si consideramos que los dos deambulaban sin rumbo en una ciudad de cinco millones de habitantes. ¿No hay acaso en estas negligencias narrativas una propuesta? Se nos dice: “No queremos perder tiempo ni energía preocupados de justificar la conexión entre las partes del relato; lo que importa es que cada una de esas partes sea emocionante, que cautive; no interesa, en suma, cómo llegó el padre a los brazos del hijo, sino el abrazo mismo”. Y el mínimo común denominador de esta fascinación detenida es el aura de las estrellas. El objeto de una película de superhéroes no es lo que relata, sino nuestra conjeturable debilidad por alguna imagen: en este caso, la de Gal Gadot disfrazada de amazonas norteamericana (rojo, azul y blanco) o de ángel dorado, como adorno de arbolito navideño. Es un cine de placeres contemplativos: la idea es habilitar rápido algún pretexto narrativo que nos permita ver a la estrella irradiar su resplandor. (Una luz que no depende de habilidades actorales: Gadot, por ejemplo, es tan limitada que en MM84 se resucita a un personaje muerto para asistirla en la gesticulación emocional respectiva).

7. El fetichismo de los MacGuffins. En su pereza narrativa, este cine recurre disciplinadamente a un viejo truco de manual: el MacGuffin. Wikipedia define este recurso –popularizado hace 80 años por Alfred Hitchcock– en estos términos: “En un relato ficcional, un MacGuffin es un objeto, mecanismo o acontecimiento que es necesario para hacer avanzar la trama y para resolver la motivación de los personajes, pero que es insignificante o irrelevante en sí mismo”. En las películas de superhéroes, como en tantos juegos de video, los MacGuffins suelen ser, literalmente, fetiches clásicos o básicos: cajas misteriosas, piedras con poderes, amuletos varios, pócimas transformadoras, anillos o sables que brillan en la oscuridad. Son escasos los relatos de superhéroes que no juegan a este juego ya cansado: el de impedir que esos fetiches caigan en malas manos, fingiendo que ese hecho podría tener alguna importancia. Con los años, luego de superar la infancia tal vez, este esquema narrativo pierde su encanto. Reciclar fórmulas es lo que muchas narrativas ensayan (¿todo arte aspira a la parodia?), pero hay una diferencia entre reciclar algo y repetirlo con un desdén agresivo por la inteligencia ajena.  

8. El espectador dividido. Y ese desdén por la inteligencia ajena crea un lugar imposible para el espectador. Se nos sugiere que tomemos estos relatos en serio, como si no fueran tonterías; al mismo tiempo, cuando seguimos la sugerencia –los tomamos en serio y concluimos que son reverendas tonterías–, se nos recuerda que, después de todo, son simples entretenimientos, comics que no hay que comentar muy en serio y a los que no hay que pedirles algo que no ofrecen.

9. La mala fe. La mala fe es sistemática en este cine de superhéroes. Bajo el manto de su rutinario esquema ideológico  –los malos son malos-malos, claridad monstruosa que obliga y justifica la intervención de los buenos, incluso si a veces estos son renuentes a hacerlo–, con frecuencia se nos empuja a disfrutar con el codo lo que se nos pide no hacer con la mano. Como en MM84: se supone que la nueva versión de esta heroína responde a los nuevos tiempos de condena militante de la “cosificación” de la mujer; y, sin embargo, se nos invita a un espectáculo construido alrededor de su contemplación. O se proponen los encantos de una cultura autónoma femenina (las amazonas), pero, al mismo tiempo, en la materialidad de las imágenes, se establece que para pertenecer a esa cultura hay que ser modelo de ropa interior (como en la secuencia de apertura de MM84, una suerte de show de Victoria’s Secret convertido en decatlón olímpico).

10. Los tres mensajes: En estas películas hay tres posibles mensajes: a) Una moraleja limpia y simple (que suele ser la misma: “no hay que descuidarse de la obligación de exterminar a los malos”). b) O, ya con pretensiones filosóficas de por medio, embarga a estas películas la mensajería ansiosa de un nihilismo adolescente, según las misantropías de un Niestzsche-pop: el mundo está mal hecho porque se mueve por el egoísmo y la gente es mala-mala (recuérdense a los Guasones recientes, el de Heath Ledger o Joaquin Phoenix, da igual). c) O, con aún más aspiraciones filosóficas, se repite alguna teoría conspirativa, que también casi siempre es la misma: “un velo tendido por los poderosos nos impide ver la verdadera realidad”. “Despierten”, gritaban a la prensa los trumpistas que tomaron el Capitolio el miércoles 6 de enero, como repitiendo la admonición de Morpheus en La Matriz 1. En MM84 el mensaje parece corresponder al primer tipo, limpio y simple: hay que detener el mal. Pero en sus detalles –¿una consecuencia inesperada del apuro con que se discutió su guion en algún comité?–, este mensaje deviene tenebroso: “Si a todos se nos cumpliera el deseo, el mundo acabaría destruido”, nos dice la película. Esto porque “deseamos sin pensar en el prójimo y a menudo en contra de él”. La heroína salva al mundo cuando, antilacaniana, convence a la mayoría de la necesidad de “renunciar a su deseo”. (¿Qué? ¿Perdón? ¿Ahh...?).

11. Coda: Los dilemas del comentarista. Por lo dicho, es claro que este comentarista no se siente en la obligación de buscarle el quinto pie al gato. O sea: pretender que encuentra profundidades en el Guasón de Christopher Nolan o en el de Todd Phillips, ideas atendibles en La Matrix o Los Vigilantes, complejidades narrativas en Los Vengadores o La Liga de la Justicia.  Es más: este comentarista tiene la impresión de que hoy gran parte de la crítica del cine comercial gringo trata de disimular su renuncia o inanidad detrás de un repertorio de eufemismos. Si una de estas pelis no tiene pies ni cabeza, se dice que su relato es “juguetón”, “inusual”, “relajado”; si el ridículo abunda y los chistes opas son de rigor, se dice que la peli “no se toma en serio” y es “irónica”; si no hay nada interesante en ella, se habla en su lugar del aura de las estrellas –radiantes y mágicas como corresponde a las celebridades–; si el nuevo villano es otro manojo de gestos de sobreactuación, se dice que su interpretación es “exuberante y desmedida” o por lo menos “arriesgada”; si la película es tonta se dice que es “refrescantemente tonta” o que “es entretenida sin pretensiones”; si el cuento contado es espesamente sentimental se habla de su “sincero afán de conectar con el espectador”. Todo esto se ha dicho ya sobre MM84





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