Brújula Digital |19|12|20
Mauricio
Souza Crespo / Tres Tristes Críticos
1. Según la distraída promesa de su título, Chaco –el primer largometraje de Diego Mondaca– anuncia que la que veremos es, como tantas que ‘la magia del cine’ saca de la chistera una historia jamás contada. A saber: la de un grupo de soldados bolivianos perdidos en el infernal paisaje chaqueño de 1934. Absortos en las miserias cotidianas de la sobrevivencia, para los combatientes de esta guerra el enemigo es –según la película– la sed, el hambre, la desorientación, la enfermedad, la violencia intersubjetiva.
2. Pero el relato que relata Chaco reproduce o regresa a los arquetipos de un vasto archivo de representaciones sobre la guerra, el más numeroso que haya producido la cultura boliviana sobre cualquier tema. Se ha dicho –luego de un censo más intuitivo que bibliográfico– que son más de 300 los libros publicados en Bolivia sobre esta experiencia histórica traumática, entre novelas, colecciones de cuentos y poemas, diarios, testimonios, historias, análisis militares, biografías, etc. (Y a los libros de ese archivo hay que añadirle luego los cientos de canciones, fotografías, pinturas, dibujos).
3. De hecho, la historia que cuenta Mondaca es una atendible contribución –sobria, elegante, contenida– a la perduración de asuntos clásicos. Hace más de medio siglo la crítica ya había identificado y estudiado en detalle las obsesiones o recurrencias figurativas del género, la “literatura boliviana del Chaco”. Enumero algunas: a) la ausencia del enemigo (a lo sumo aparición fantasmal entrevista de lejos); b) la minuciosa hostilidad del entorno físico (que hasta se imagina deliberado en su voluntad de acabar con la vida); c) el extravío espacial (que deviene a menudo, en estas representaciones, un extravío alegórico); d) la sobrecarga de los sentidos (porque en el Chaco el mundo adquiere una intensidad corporal insoportable); e) el sinsentido de la acción (de gente concentrada en tareas inútiles); f) el absurdo histórico de la contienda misma, sin justificaciones a la vista que no sean frutos de la intoxicación mítica (famosamente, el presidente Salamanca dijo que el objetivo de ir a la guerra era “ganarla”); g) la sed, el hambre y la enfermedad (pues un alto porcentaje de soldados murió por estas causas, no en batalla); e) la tensión o divorcio entre tropas y oficiales; f) las violencias entre los soldados rasos (de diverso origen regional, cultural y de clase).
4. Chaco alude a casi todos los motivos mencionados. Es más: se la puede considerar una versión libre de un clásico escolar, la novela La laguna H.3 de Adolfo Costa du Rels (publicada por primera vez en francés en 1938 y luego, en una mala traducción al español ampliada por el autor, en 1967). Si, grosso modo, la historia contada es la misma –un batallón perdido, con poca agua y comida, se entrega lentamente a la alucinación y a la violencia–, Mondaca escoge para su final el eco de otro clásico: sus pocos sobrevivientes cavan un pozo o socavón inútil sin saber que en realidad cavan su tumba (según el más famoso cuento de la literatura boliviana, “El pozo” [1936] de Augusto Céspedes).
5. Sorprenderse entonces de que en esta película no haya paraguayos ni tiros ni heroísmos es como sorprenderse de que en una película sobre gauchos prófugos haya duelos, facones y bombachas. Esta es una “historia jamás contada” solo si pensamos que lo que no ha llegado al cine no existe. Para el caso, el único punto de comparación cinematográfico es una película de acción contemporánea: Boquerón (2015) de Tonchy Antezana, que no es tanto un relato sobre el Chaco como la reiteración algo trágica de un mito profundo de la política boliviana: que el heroísmo consiste en haber muerto a manos del Estado.
6. Involuntariamente clásica, Chaco, la historia jamás contada cumple un doble servicio educativo, nada desdeñable: a) para nuestras multitudinarias legiones de no-lectores, ilustra algunos de los tópicos de un género de la literatura boliviana; b) para las también multitudinarias legiones de lectores que no han leído nada de literatura boliviana, sirve de introducción a un universo “jamás contado” para ellos.
7. ¿Qué más se puede aprender de Chaco? Quizá la experiencia visual vicaria –ya descrita en la literatura– de que el Chaco fue para estos combatientes una inextinguible luz amarilla, o los destellos y manchas del sudor, o el polvo que iba cubriendo el mundo hasta hacerlo espectral. Estas riquezas estilísticas de la película de Mondaca prolongan, por primera vez en el cine, la que, ya durante la guerra, se empezó a establecer como la descripción andina dominante del Chaco: un infierno. El escenario adecuado, sin duda, de historias muy tristes, según nuestra versión seca de la falacia patética. Aunque habría, a estas alturas, que relativizar un tanto esa descripción, consultando por si acaso a los chaqueños. El poeta y novelista Jesús Urzagasti, por ejemplo, pensó que esa misma historia, la de su provincia de origen, “no es la más triste cuando la relato yo” (primer verso de su poema “Alabanza núm. 2 al Gran Chaco”). Y tampoco encontró los tópicos de la sed y del extravío muy convincentes, según sugiere en otro texto: “Miro el mapa y te siento cerca / provincia dulcemente amarrada a las lluvias” (del poema “A una provincia construida con árboles”, en el que la “provincia” referida es la misma donde se filmó la película de Mondaca).
8. Los personajes son lo menos interesante de Chaco. Su dinámica intersubjetiva se organiza según un triada rutinaria ya establecida por la difunta novela indigenista: el distante líder o dueño blanco (aquí un “excéntrico” capitán alemán), el torpe intermediario o administrador mestizo (aquí un teniente) y los sacrificados subalternos indígenas (aquí el cabo Liborio y el resto). Esta claridad política en la delimitación de los grupos en tensión tiene ventajas más estratégicas, de cara a cierto público, que ficcionales (pues en la misma literatura que inspira la película de Mondaca los roces entre personajes son más complejos) o históricas (pues, según atestigua la bibliografía testimonial, las tensiones entre soldados no solo eran lingüísticas sino múltiples: campo/ciudad, camba/colla, letrado/no letrado, mestizo/indio, oficial/suboficial, chaqueño/no-chaqueño, etc.). Incluso los personajes que el guion sí decide desarrollar no van más allá de este esquema maniqueo y son el resultado de unos pocos gestos imitativos: por ejemplo, el capitán alemán que, supuestamente inspirado en el general Hans Kundt (que nunca comandó en Bolivia pequeños grupos), en realidad llegó a esta película directingo de alguno de los clásicos de Werner Herzog: es un Lope de Aguirre intruso en el polvo del Chaco.
9. El referido a la Guerra del Chaco es un archivo de representaciones de irresistibles encantos alegóricos. ¿La historia de “un grupo de hombres en el infierno, que avanza en círculos hacia la muerte” no es acaso una suerte de invitación directa a la lectura en clave, a la manera de las que provoca el relato de Ariadna en el laberinto o de Jesús en el desierto? En Chaco, esa tentación alegórica se manifiesta como fruta que cuelga en las ramas más bajas del árbol, perezosamente a la mano: tal vez la tropa de soldados que marcha sin rumbo, extraviada, es la colectividad boliviana que marcha sin rumbo, extraviada; tal vez el enemigo no se ve porque el verdadero enemigo es interior o el prójimo próximo; tal vez este es un grupo que expía en ese infierno el pecado de la desigualdad social; etc. De todas estas alegorías a la mano, a la que menos habría que prestarle atención es justo a la que el guion parece querer privilegiar: “La guerra es un absurdo”, una de esas ideas genéricas del humanismo bienpensante y protocolar que se frecuenta y fatiga en los tés de señoras de ambos sexos.
10. En su reproducción apurada –y a ratos plana– de los tópicos de una literatura, el relato de Mondaca no encuentra un rumbo y por eso no acaba en ninguna parte, salvo un posible repertorio de pseudoprofundas generalidades ahistóricas (en esta debilidad también se parece a La laguna H.3). En contraste, recordemos un dato básico: el trauma de la guerra –que Céspedes, un combatiente, llamó “estúpida”, no absurda– no derivó en el silencio estupefacto de los sobrevivientes, sino en su fervor reflexivo y crítico. Es por eso que se escribió tanto sobre la guerra. Y es por eso que la generación que regresó del infernal extravío chaqueño hizo la Revolución de 1952 (el hecho histórico central de nuestro siglo XX). Fuimos al Chaco a perdernos, pero no del todo en vano.