Brújula Digital |31|10|20|
Fernando Molina, periodista / Tres Tristes Críticos
Dadas las limitaciones en la oferta de películas que son de conocimiento público, hoy tendremos que dedicarnos a las que pasa la tv por cable. Aquí unas microreseñas de cuatro películas que están de “estreno” en este medio. El lector las podrá encontrar con apenas zapear un poco.
Green Book
Green Book cuenta la historia de la amistad de Don Shirley y Tony Vellelonga, dos personas tan distintas como el lector pueda imaginarse. Shirley es un delicado y cultivado músico negro. Tony es un italoestadounindense plebeyo, medio bruto, con un falso sentimiento de dignidad, pero también, para decirlo con expresión antigua, un “buen hombre”. El primero contrata al segundo como chofer y guardaespaldas durante una gira por el “sur profundo”, donde tocará el piano para las racistas élites locales, y donde, claro está, espera encontrar problemas que podrían requerir las habilidades de Tony para repartir sopapos.
En líneas generales, el filme es previsible y repite a muchos otros “plots” previos. El arte está en otra parte: en la definición y el desarrollo de los personajes, soberbiamente interpretados por Mahershala Alí (Shirley) y Viggo Mortensen (Vellelonga). No me cabe duda de que esta película no hubiera sido posible sin actores tan buenos como estos. El primero ganó por segunda vez el Oscar a mejor actor de reparto. Mortensen, a quien conocimos primero por su papel más bien adusto en El señor de los anillos, es un fino artista que ya ha sido nominado tres veces para el Oscar, entre otros premios.
El gran mentiroso
Bill Condon y el escritor teatral Jeffrey Hatcher son los autores de El gran mentiroso, una película de intriga protagonizada por dos grandes actores en la tercera edad: Helen Mirren e Ian McKellen.
Condon, Hatcher y McKellen nos dieron hace algunos años la preciosa película Mr. Holmes, cuya atmósfera repite en parte El gran mentiroso, quetambién tiene el encanto de las películas “de relaciones” y, como fondo, una trama cerebral de carácter policial.
Pese a que Hatcher me parece un gran guionista, debo decir que en esta ocasión deja algunos cabos sueltos. Sin embargo, la película es muy entretenida y, sumada a las actuaciones tan refinadas de los protagonistas, constituye un delicioso espécimen del género negro.
Spiderman: Lejos de casa
Los asuntos de los dioses, puesto que no incluyen la mortalidad, nos resultan radicalmente ajenos. ¿A quién puede interesarle una pelea, por muy tremebunda que parezca, en la que nadie va a resultar herido y no existe ningún peligro real? Por esto han fracasado las distintas versiones del indestructible Superman y, por la misma razón, los guionistas se esfuerzan en presentar a los “súper” como seres vulnerables, normalmente de forma impostada y poco efectiva. En cambio, cuando los superhéroes pueden perder, como frente a Thanos en las dos últimas películas de Avengers , el interés de sus aventuras se incrementa exponencialmente.
El último Spiderman tiene en este sentido una importante ventaja: a pesar de su fuerza y agilidad arácnidas, sólo es un adolescente que no puede manejar las “grandes responsabilidades” asociadas a su mutación. Así que se muere de ganas de pasear por Europa con sus amigos y enamorar con su “chequeo” Michelle Jones.
Tal es la trama de esta película, que tiene una ventaja de escala: luego de los escenarios excesivamente cósmicos de la serie Avengers, esta se realiza “lejos de la casa” de Peter Parker (Tom Holland), pero en la casa común de todos nosotros, el planeta Tierra, y en el presente.
La verdadera virtud de la película, sin embargo, no reside en estos elementos que finalmente son externos a ella, sino en el buen humor, robustamente adolescente, del que está colmada.
Jojo Rabbit
Jojo Rabitt es una metáfora irónica sobre el fascismo. Relata temas que todos conocemos: la situación de Alemania bajo Hitler, un poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial, así como la adhesión fanática a las ideas racistas y totalitarias. Y lo hace en un tono y desde una perspectiva “desajustados” y, por tanto, capaces de provocarnos risa.
El visor descentrado a través del cual observamos el horror es una pareja dispareja (un recurso cómico recurrente): Jojo, interpretado por Roman Griffin, es un niño de 10 años que se considera a sí mismo nazi, que tiene como amigo imaginario a… Hitler, y que, al mismo tiempo, no es capaz de matar ni a un conejo (y por eso lo apodan despectivamente “Rabbit”). Su madre (Scarlett Johansson, nominada al Oscar por la faena) es una luchadora antifascista que aloja clandestinamente a una judía en su casa y cuenta los días para que se consume la derrota de Alemania en la guerra.
En muchos pasajes, la película es muy graciosa e incluso hilarante. Pero también es más que eso.
Las mejores comedias no se limitan a provocar risa, ese puro producto de la inteligencia. Saltan del nivel metafórico en la que están planteadas a la realidad a la que este alude, y si la realidad es melancólica, se tornan melancólicas (las mejores películas de Charles Chaplin, por ejemplo); y si terrible, terribles, etc. No puedo referir detalladamente en qué consisten estos saltos en Jojo Rabbit, ya que serían spoilers, pero puedo decir que la grandeza de este filme consiste precisamente en su habilidad de pasar con acierto, sin estridencias ni traspiés, de la alegoría humorística a la descripción dramática. Gracias ello, gracias a la perfección de sus transiciones, podemos terminar su visionado entre lágrimas... Tocados en la cabeza y tocados, al mismo tiempo, en el corazón.