Es la obra cinematográfica de la serie (falta todavía una película) que me ha contagiado mayor emoción y que, en general, transmite de mejor manera al espectador hechos y sentimientos, por suerte en el marco no idealizado de las contradicciones personales y políticas.
Brújula Digital|04|12|2025|
Alfonso Gumucio
Han pasado 50 años desde que a fines de diciembre de 1977 aterricé en Bolivia luego de siete años de exilio. La amnistía me había permitido regresar, pero no a todos: nos faltaban más de 300 compañeros de diferentes fuerzas políticas que estaban todavía en las listas negras de la dictadura de Banzer. Queríamos para ellos una amnistía general irrestricta, sin exclusione
El 28 de diciembre se instaló en el Arzobispado de La Paz un piquete de huelga de hambre de cuatro valientes mujeres mineras: Nelly Paniagua, Aurora Lora, Luzmila Pimentel y Angélica Flores, junto con sus hijos. Tres días más tarde, el 31 de diciembre, otro grupo emblemático se instaló en el periódico Presencia que dirigía don Huáscar Cajías (que no era un diario “oficialista” como se afirma en algún momento del filme). En ese grupo había varios amigos míos: Luis Espinal, Xavier Albó, Domitila de Chungara, Nano Calla… De modo que me lancé a visitarlos con mi cámara y tomé más de una docena de fotos en blanco y negro, que revelé y amplié esa misma noche en mi casa. Esas fotos han sido muchas veces pirateadas, sobre todo desde que existe internet, donde todos se apropian de todo sin preguntar.
Al cabo de veinte días había más de 1.200 personas haciendo huelga de hambre en todo el país, pero fueron esas primeras cuatro mujeres esposas de mineros, del Comité de Amas de Casa, las que han quedado en la historia como las heroínas que le doblaron el brazo a la dictadura. Por supuesto que hubo otros factores, por ejemplo, el programa de radio Facetas (en radio Stentor y Radio Cruz del Sur), donde sin pelos en la lengua varios periodistas denunciábamos a la dictadura. Y otros hechos concurrentes que todavía tienen que ser rescatados para la historia.
Todo esto viene a mi memoria porque he visto el estreno en pantalla grande la película “Huelga”, dirigida por Martín Boulocq y Andrea Camponovo, cuarta parte de la serie producida por Jorge Sanjinés y la Fundación Grupo Ukamau, con financiamiento de un programa estatal.
He visto la película en pantalla grande y luego en mi computadora, para retener más detalles. No puedo portar un juicio imparcial sobre la obra, porque estoy emocionalmente implicado en aquello que cuenta. Diré ahora por qué, antes de abordar “Huelga”, todavía embargado por la emoción de la memoria. Se me cruzan las historias personales: mi amistad con Domitila de Chungara (a quien recibí en mi casa en París, en la época del exilio), con mis entrañables Xavier Albó, con quien trabajé en CIPCA, y Luis Espinal, con quien estuve desde la fundación del semanario Aquí en marzo de 1979 (y no en 1977 como sugiere el film). La fecha no es un detalle menor, porque es importante entender que Lucho fundó el semanario porque había sido silenciado en la Televisión Boliviana, en Presencia y en Radio Fides, donde sus comentarios cada vez más politizados incomodaban a la iglesia. Aquí fue, en parte, el resultado de esa voluntad de poder expresarse sin tapujos, y una oportunidad para nosotros, jóvenes periodistas, de apoyar un proyecto libertario (en el sentido de que tenía un componente importante de anarquismo, independiente de los partidos políticos de izquierda).
Durante la huelga y en las semanas posteriores colaboré con mi amigo francés Alain Labrousse en el primer documental que se hizo sobre la huelga de hambre. Su película de 15 minutos incluye imágenes de los dos grupos principales de huelguistas, el de las mujeres en el Arzobispado y el de Presencia, con varias entrevistas, incluyendo una con Juan Lechín a su regreso del exilio. Fuimos también a las minas para entrevistar a las mujeres mineras que habían comenzado la huelga. Conservo alguna foto de esa ocasión y por supuesto la película de Alain, originalmente filmada en Super 8 y luego digitalizada en la universidad Paris Nanterre. Alain Mesili y yo fuimos los asistentes de Labrousse en aquella ocasión.
Mi relación con las minas era anterior, y sobre todo con los grandes dirigentes mineros de las décadas de 1960 y 1970, ya que los conocí cuando la dictadura de René Barrientos encarceló a mi padre en 1967 (diez años antes de la huelga de hambre). En el Panóptico de San Pedro inició mi amistad con Simón Reyes, Oscar Salas, Alberto Jara, Irineo Pimentel, Corsino Pereira, Víctor Carrasco…
Luego del asesinato de Lucho Espinal, la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (APDHB), que presidía Julio Tumiri, donde Gregorio Iriarte era el impulsor principal, me pidió preparar un libro sobre Espinal, cosa que hice en un tiempo récord trabajando en sus papeles, en su dormitorio, sentado en la cama frente a la estantería de sus archivadores personales. El golpe militar de Luis García Meza y Luis Arce Gómez nos mandó al exilio y el libro se publicó primero en Lima y luego en Barcelona, sin los nombres de los autores. Finalmente, en 2017 salió en Bolivia la tercera edición, la primera completa, con los nombres de los autores.
Paralelamente comencé la producción de una película que nunca pude terminar (por diferentes razones que no vienen al caso). En una primera filmación en Super 8 hice entrevistas con Domitila de Chungara (comadre de Luis Espinal), Xavier Albó, Gloria Ardaya, Antonio Peredo, Aníbal Aguilar y René Bascopé, entre otros.
Esa filmación se interrumpió con el golpe, pero luego de regresar del exilio en México, hice un nuevo intento de filmar en 16 mm una historia más compleja, semidocumental aprovechando la llegada del papa Juan Pablo II a Bolivia, a principios de mayo de 1988. La película se convirtió en Film sobre la iglesia de liberación, con las imágenes de Juan Pablo II en una inmensa concentración en El Alto.
A partir de la experiencia y el sacrificio de Luis Espinal, en una tercera etapa de rodaje decidí convertir todo ese material en una ficción con un personaje central, interpretado por Pachi Ascarrunz, que interpretaba a un periodista que indagaba sobre el asesinato, y de esa manera podía entrevistar de nuevo a ciertos personajes que lo habían conocido, pero además reconstruir el secuestro y el asesinato en los mismos lugares donde habían sucedido los hechos. De más está decir que las escenas de la tortura y asesinato que filmamos en el matadero de Achachicala, con Adalberto Kopp interpretando a Espinal y Armando Urioste como jefe de fotografía, fueron durísimas. Tony Suarez fue testigo y tomó algunas fotos de ese episodio.
En 1983 dirigí junto a Eduardo Barrios el documental “La voz de las minas” para Unesco, sobre las radios mineras, lo que me permitió regresar a las minas y volver a entrevistar a Domitila. Lo hice nuevamente en 1988 cuando la productora independiente AVISE me contrató para dirigir un documental sobre “Derechos sindicales” para televisión holandesa. Ya antes en 1980, mi cercanía con las minas y en particular con Domitila de Chungara, fue el seguimiento que hice de ella para el documental “Domitila de Chungara: la mujer y la organización”, que dirigí en el marco de CIPCA, donde trabajé hasta el golpe de 1980.
Sería largo desenvolver la madeja de relaciones que a lo largo de la década de 1980 cultivé con personajes vinculados a la lucha de resistencia a las dictaduras. En esa lucha Espinal fue central hasta su asesinato, y después.
Y ahora Boulocq y Camponovo
Mi vínculo afectivo con la película “Huelga” (2025) de Martín Boulocq y Andrea Camponovo tiene también una historia personal: conocí a Martín con una cámara en mano cuando él tenía apenas 17 años de edad. Por la amistad que tuvo mi padre con don René Saavedra (abuelo de Martín), y la mía con Ana María (madre de Martín), fui a filmar una entrevista a Cochabamba a casa de los Saavedra, y mientras yo hacía mi trabajo con su abuelo, Martín hacía el suyo, de cuclillas junto a mí con su propia cámara.
A partir de allí he seguido con interés todas las películas que ha realizado, y creo que he escrito sobre casi todas ellas. Por ello, tenía enorme curiosidad de ver Huelga (2025), que al ser parte de una serie cuyo director general es Jorge Sanjinés, planteaba un reto diferente: cuánto en esta película de una hora es del propio Martín Boulocq y Andrea Camponovo, y cuánto revela la visión de Sanjinés sobre la historia de las mujeres mineras que hicieron la huelga.
Mi impresión es que, a pesar de la influencia de Jorge Sanjinés, Boulocq y Camponovo han logrado expresarse con su propia visión cinematográfica, aunque en el guion haya rastros de las motivaciones de Sanjinés (Franz Tamayo, Carlos Montenegro, Adela Zamudio), como no podía ser de otro modo.
Una de las grandes virtudes de este film es que muestra las contradicciones. Se aleja en lo posible de la postura didáctica simplificada que caracteriza a otras obras de esta misma serie, para poner en evidencia que en la historia y en la política no todo es plano, lineal e virtuoso.
La primera contradicción y quizás la más importante es la que las cuatro amas de casa mineras toman la decisión de entrar en huelga de hambre tres días antes de Año Nuevo de 1977, y se enfrentan por ello a la censura de los propios sindicatos mineros que deciden no apoyarlas y distanciarse de ellas.
Cuán equivocados estaban, que luego tuvieron que plegarse a la huelga que se masificó en todo el país. Sus cálculos políticos y partidistas eran miopes por una parte y machistas por otra. No hay que idealizar a los dirigentes mineros de aquella época, menos comprometidos que los que yo había conocido en la cárcel diez años antes, pero sin duda eran mejores y más honestos que los de estos últimos 20 años, vendidos al gobierno del MAS.
La segunda contradicción maravillosamente narrada en la película es la interna, la que se desarrolla entre las cuatro mujeres una vez que comienzan la huelga de hambre y toman conciencia de todas sus implicaciones, para ellas, para sus hijos, para sus familias. Eso no fue una taza de leche tibia, aunque se haya idealizado en numerosos escritos históricos. Eran mujeres del Comité de Amas de Casa, pero cada una tenía una formación y una experiencia diferentes, que aprendieron a conciliar en favor de un objetivo más generosos y mayor que ellas: el bien de todos los bolivianos.
Las mujeres tenían formaciones y experiencias diferentes, también intereses distintos, pero en algún momento tuvieron la claridad necesaria para adoptar una posición inamovible y arriesgada: la lucha no era para mejorar sus condiciones de vida, sino para cambiar el país a través de demandas irrenunciables: la amnistía general irrestricta, la libertad de todos los dirigentes detenidos, la reincorporación de todos los trabajadores despedidos, y el retiro de los militares de los campamentos mineros. Es decir, la democratización del país.
Lo consiguieron el 18 de enero, luego de 23 días de huelga. En el grupo de Presencia, Espinal fue evacuado y decidió extremar su huelga de hambre y negarse incluso a tomar líquidos, es decir: huelga de hambre seca. No es tan cierto, como se muestra en la película, que todos los grupos de huelguistas levantaron sus medidas dejando en solitario a las cuatro mujeres que habían iniciado la huelga de hambre. Los de Presencia siguieron la huelga hasta el final en los hospitales donde fueron recluidos.
Aunque toda licencia creativa en una película de ficción es bienvenida, lo importante es que se mantenga la coherencia interna y la verosimilitud.
Las escenas que muestran las dudas de esas cuatro mujeres aisladas en el Arzobispado, diferentes entre sí pero comprometidas, son maravillosas y se benefician de interpretaciones portentosas de Mayra Paz (Nelly Paniagua), Victoria Suaznabar (Aurora Lora), Alejandra Quiroz (Luzmila Pimentel) y Sasha Salaverry (Angélica Flores). Enorme calidad de actrices, que según entiendo no tenían experiencia previa. Y por supuesto Carmen Tito en el papel de Domitila de Chungara. Excelente casting, me emocioné porque me parecía ver de nuevo a esas mujeres que conocí. También quiero destacar el papel de Agustín Vásquez como Luis Espinal, y los niños, que son actores naturales formidables, ajenos a la cámara, entendieron perfectamente lo que los directores pedían de ellos.
Boulocq y Camponovo introducen una dimensión mágica que me fascinó. Como una manera de satisfacer las orientaciones de Jorge Sanjinés de rendir homenaje a Adela Zamudio (la escritora feminista cochabambina), a Carlos Montenegro (el autor de “Nacionalismo y coloniaje”) y a Franz Tamayo (el gran tribuno y poeta), la pareja de directores recrea planos secuencia sin corte que se integran perfectamente en la trama de relaciones de los personajes encerrados en el Arzobispado. Por ejemplo, mientras mujeres y niños duermen, una adolescente conversa en la noche con Adela Zamudio y lee con ella el emblemático poema “Nacer hombre”. En otra escena similar, diurna, los niños alborozados son testigos de un discurso de Carlos Montenegro que arenga el nacionalismo de los jóvenes militares Germán Busch y David Toro (más tarde presidentes de Bolivia), que escuchan sin comentar nada. Tamayo, por su parte, aparece en escena para leer uno de sus grandes poemas. Dos de estas escenas comienzan en un espejo, como si fuera un portal a otra dimensión, o un reflejo que borra hábilmente la frontera entre pasado y presente.
La presencia de otros reconocidos actores que han aceptado asumir papeles breves en la película, la enriquece aún más: Freddy Chipana, Raúl Beltrán, Luigi Antezana, Gory Patiño, Pedro Grossman, Percy Jiménez, Juan Carlos Aduviri, son algunos de ellos.
Para alguien que vea esta película con los ojos de hoy, algunas escenas le pueden parecer melodramáticas o caricaturales. Eso sucede porque las nuevas generaciones han perdido la habilidad de ver cine, o mejor, de “leerlo”. La lectura cinematográfica implica conocimiento histórico, conocimiento del arte y conocimiento de la sintaxis y gramática cinematográfica, que el cine comercial que llega a Bolivia ha desvirtuado a lo largo de las décadas recientes, con la misma velocidad con que se han introducido en la oscuridad de las salas de cine los celulares y las palomitas de maíz con olor a mantequilla rancia. La percepción general de las obras cinematográficas es directamente proporcional a ese olor rancio y al murmullo de roedores que dan fin con baldes de pipocas.
Entre las escenas que pueden parecer melodramáticas pero que corresponden cabalmente a la época en que está situada la película, son aquellas donde los mineros se reúnen en interior mina para tomar decisiones colectivamente. El énfasis en el discurso casi llevado al llanto y la marcada ideologización de las referencias, lo he notado muchas veces en ese tipo de reuniones, tanto en las minas como en comunidades rurales.
Por supuesto que también cumple una función didáctica sobre nuestra historia, sobre todo si pensamos en un público joven que no ha vivido lo que la película retrata y que piensa que esas historias son tan remotas como los hechos fundacionales de la nación. Espinal parece tan antiguo para los jóvenes como Pedro Domingo Murillo, y por ello fue acertado escribir en la pantalla los nombres y fechas de Adela Zamudio, Carlos Montenegro o Franz Tamayo, para establecer el puente histórico que puede construir cada espectador desde su conocimiento o desde su desconocimiento de la historia y de la cultura.
Esta es la película de la serie producida por la Fundación Grupo Ukamau que más me ha gustado hasta ahora. Hablar de “gustos” suena un poco banal, pero me refiero a que es la obra cinematográfica de la serie (falta todavía una película) que me ha contagiado mayor emoción y que, en general, transmite de mejor manera al espectador hechos y sentimientos, por suerte en el marco no idealizado de las contradicciones personales y políticas.
“Huelga” es aconsejable desde todo punto de vista: guion (Sanjinés, Boulocq), producción ejecutiva (Mónica Bustillos), casting (Elizabeth Salazar, Oscar Durán), dirección (Boulocq, Camponovo), fotografía (Sebastián Fernández), escenografía (César Mamani), interpretaciones y la estupenda música de Alejandro Flores, que en cada una de las obras hasta ahora estrenadas, nos muestra su talento innovador. Su música acompaña, pero nunca pretende imponerse por encima de los hechos narrados o aparecer en primer plano, como es frecuente en el cine boliviano.
No faltará quienes encuentren defectos en “Huelga”, porque así es nuestro país: tratamos de encontrar en cada propuesta artística el pelo en la sopa. Somos blandos con muchas películas comerciales importadas, pero a nuestro cine lo tratamos con severidad, nos erigimos en jueces implacables (en general desde posiciones bastante estériles). Ojalá que además de pasar esta y las otras películas de la serie por la televisión, se puedan estrenar en salas de cine. En la Cinemateca estamos abiertos para ello. No es lo mismo ver estas obras en una pantalla grande, donde se aprecian tanto los paisajes como los detalles, que en la caja boba de la televisión o en un celular.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta