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Cultura y farándula | 25/05/2025   00:31

“Misión imposible 8”: el fin de otra saga

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Brújula Digital|25|05|25|

Mauricio Souza Crespo Tres tristes críticos |

1. Números: Cuando el primer capítulo de Misión imposible se estrenó en mayo de 1996, Tom Cruise era ya una de las mayores estrellas hollywoodenses. Tenía solo 33 años pero llevaba 15 protagonizando grandes y medianas producciones, en una impresionante caravana de éxitos de taquilla o de crítica: Negocios riesgosos (1983), Top Gun (1986), El color del dinero (1986), Rain Man (1988), Nacido el 4 de julio (1989), Cuestión de honor (A Few Good Men, 1992), etc. Hoy, casi 30 años después, a sus 62 años, Cruise cierra la saga de misiones imposibles con un octavo capítulo que, dicen, será el último: Sentencia final se llama y está ahora en cartelera.

2. Sagas: El cine comercial gringo es hace décadas un cine propenso a gastar plata en exceso pero poco tolerante con los riesgos de ese gasto. Aquello de que “más vale lo malo conocido” es en Hollywood un inviolable artículo de fe. De ahí que las sagas abunden: si algo consigue algún éxito de taquilla, hay que repetirlo y continuarlo hasta que el público se canse (cansancio que es infrecuente: la gente se cansa de ver lo mismo pero también se olvida de haberlo visto). Y si ese “algo” que se recicla era conocido incluso de antes, mejor: es el caso de Misión imposible, que primero fue una famosa serie de televisión de la que se emitieron siete temporadas, entre 1966 y 1973 (y que en Bolivia se retransmitían hasta entrados los años ochenta). De la vieja serie, Cruise –el productor además de protagonista– retoma lo único que los que la vieron en su infancia recuerdan: los instructivos grabados que se autodestruyen (“en cinco segundos”) y esa musiquita pegajosa –que seguimos tarareando– compuesta por el pianista argentino Lalo Schifrin: tan, tan-tan-tan.

3. Una distinción: A diferencia de otras sagas –esas que la industria del espectáculo llama “franquicias” (franchises), como si fueran cadenas de comida rápida–, la seguidilla de ocho Misiones imposibles se ha beneficiado poco con el imperio y dominio absoluto de la computadora en la generación de las imágenes del cine “de acción” contemporáneo. De hecho, este es el repetido, aunque extraoficial, gancho publicitario del asunto: a diferencia del resto, en Misión imposible lo que vemos no son fantasmagorías digitales (o lo son solo un poquito). Y es el mismísimo Tom Cruise el que ejecuta, sin dobles, la mayoría de los saltos, piruetas y malabares que vemos en pantalla.     

4. Los últimos de su especie: De Misión imposible y de su estrella se ha dicho que son los últimos especímenes de dos especies en extinción: Cruise, la última estrella de cine mundial, capaz de arrastrar audiencias y atraer grandes inversiones con la invocación de su solo nombre y presencia; Misión imposible, la última exitosa superproducción fabricada a la antigua, en ‘espacios reales’, con ‘objetos reales’, en acciones que quizá sucedieron fuera de una computadora.

5. Un aire clásico: Pero lo que distingue Misión imposible de buena parte del resto –por lo demás similar– es su aire clásico, es decir, la voluntad de hacer del cine de acción una acumulación –en esteroides– de secuencias espectaculares, cada cual más confusa, sobrecargada, inverosímil y pomposa que la anterior. Los otros componentes de rigor en este género de películas –los cambiantes intereses amorosos del protagonista, los tediosos planes de dominio mundial del malo de la película, los ‘peculiares’ personajes secundarios– carecen de interés y solo sirven para conectar, apenas, las secuencias de acción que, dosificadas, repiten el mismo repertorio, en una suerte de carrusel eterno: a) peleas cuerpo a cuerpo; b) persecuciones en aire, tierra o agua; c) incursiones en lugares de acceso imposible; d) uso subrepticio y sorpresivo de disfraces y máscaras. Y, claro, cuando las cosas están saliendo bien, el conocido estribillo triunfal: tan, tan-tan-tan / tururú, tururú.  

6. Sentencia final: La última no es la peor (esa distinción le corresponde, por consensos, a la segunda de las ocho, Misión imposible 2, del año 2000) ni la mejor (honor que los mismos consensos críticos otorgan a la sexta, Misión imposible: Repercusión, de 2018). Sus dos principales secuencias de acción tienen la espectacularidad necesaria –la aterradora incursión en un submarino varado en el fondo del mar; una persecución aérea a bordo de frágiles aviones vintage–, pero las casi tres horas de película son seriamente perjudicadas por lastres inevitables: como este es el capítulo final, le dedica mucho tiempo a los resúmenes y a las despedidas. Ya en los primeros minutos, la película nos expone a explicaciones y recuentos, innecesarios si duda, pues ¿quién es el desubicado que ve este tipo cine por los detalles de su “historia”? Pronto, pasamos al montaje antológico de imágenes de las anteriores siete películas: las piruetas más vistosas, los villanos más notorios, los intereses amorosos más atractivos. Se puede, sin duda, como con las pelis de James Bond, hacer rankings de esto y proponer que la secuencia más espectacular es la de Cruise escalando –en Protocolo fantasma, la cuarta de la saga– el edificio más grande del mundo (el Burj Khalifa de Dubai); o que el mejor villano, con distancia, es Philip Seymour Hoffman, de la tercera; o que la mejor chica es Rebecca Ferguson, en Nación secreta, la quinta. 

7. Relativamente: Como con cualquier arte, en el cine las valoraciones son relativas. Perdemos el tiempo si le reclamamos a unas salchipapas que no sean unos anticuchos. Misión imposible es lo que es: una saga de acción sin mayores aspiraciones que ser la competencia de Bond, Borne, Wick y otros tantos rápidos y furiosos del montón. En ello, su promedio es apreciable: ninguna de las ocho es mala y algunas son hasta entretenidas. Este es, acaso, un ejemplo de dinero bien empleado, lo que habla de las virtudes de Cruise como productor: no ha perdido dinero pese a sus inmensos presupuestos de producción, que empezaron en 80 millones de dólares en la primera, de 1996 (el equivalente hoy a 160 millones) y que acaban, con esta última, en 400 millones (cantidad que la ubica entre las películas más caras de la historia). 

8. El apocalipsis de Trump: Entre sus repetidos resúmenes de los detalles de una trama que es apenas un pretexto (“previamente, en Misión imposible...”) y sus montajes antológicos de escenas culminantes (disfraces, equipos, explosiones, mujeres, caídas, malos haciendo maldades, Cruise, sin camisa, demostrado sus habilidades en esto o aquello), este capítulo final (que, en una mejor traducción del título original, debería llamarse “ajuste de cuentas final” o “juicio final”) es el primero en el que el villano principal no es humano, sino un avatar de inteligencia artificial emancipada que los personajes llaman “el ente”. Al principio mismo de la peli se nos explica el origen de este fin del mundo: “Cada rincón del cyberspace ha sido infectado por una forma parasitaria de IA que destruye la verdad. La información digital ha sido corrompida. Naciones y gentes ya no saben en qué creer. La paranoia es el nuevo modo del mundo”. En suma: el malo de la película es la Internet y sus beneficiarios políticos son los mercaderes actuales de la paranoia y sus teorías conspiratorias. 

9. El futuro de Tom Cruise: Durante los primeros 20 años de su larga carrera, Cruise parecía empeñado en combinar: a) su asidua participación en entretenimientos de gran presupuesto con b) su contribución a emprendimientos que le demandaban menos piruetas y más actuación. Y como no es mal actor, en su filmografía de esos años hay películas memorables, dirigidas por los mayores directores de la época (Stanley Kubrick, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Steven Spielberg, Paul Thomas Anderson, Oliver Stone, etc.). En los segundos y últimos 20 años de su carrera, Cruise prefirió dedicarse a ser un héroe de acción. Hoy hay indicios de que en los siguientes 20 años, Cruise tratará de volver a ser un actor (de paso, ha declarado días atrás que piensa “hacer películas hasta que tenga 100 años”). Una primera señal es su próxima cinta: la comedia negra Judy (que se estrenará el 2026), dirigida por Alejandro González Iñárritu.





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