Brújula Digital|27|04|25|
Fernando Molina | Tres Tristes Críticos |
Un reclamo publicitario decía “Este es el momento ideal para ver ‘Cónclave’”, en alusión, claro está, a la reciente muerte del Papa Francisco y la inminente convocatoria a la reunión de cardenales en el Vaticano para votar, en la hermosa Capilla Sixtina, por su sucesor. La película es famosa porque fue nominada al Oscar y muchos la habrán visto en las salas de cine. Los que no, pueden hacerlo en la plataforma Prime, donde acaba de ser subida.
Sin embargo, el cónclave real que está a punto de suceder difícilmente se parecerá al de ficción. Para ello, el Papa recién fallecido, Jorge Mario Bergoglio, debería haber planeado la elección de un determinado sucesor y dejarle al Decano encargado de la reunión, que sabría es un hombre justo, una serie de pistas y trampas para anular a los cardenales equivocados y dejar paso al mejor. Pero, ¿quién es el mejor? ¿Quién puede ser bueno cuando está en juego el poder de una iglesia que integra a 1.390 millones de personas?
Se suele describir “Cónclave” del director alemán Edward Berger como un “thriller psicológico” o como una peli de dilema político, pero a mí me parece una mejor definición la siguiente: es un filme de investigación detectivesca, una suerte de filme “noir” en el que no se descubre un gran crimen, sino varios pequeños pero importantes delitos cuya dilucidación permitirá despejar el camino al solio pontificio del hombre previsto para eso por el Papa fallecido.
Como tal peli detectivesca, esta es, igual que las demás del género, moralista, pues todo detective necesariamente escenifica la lucha entre la mentira y la verdad, entre el bien y el mal. Esto no debe verse como un defecto: una de las dimensiones y de las utilidades del cine son los ejercicios de ponderación ética. Pero también puede ser un defecto, sin duda, cuando la moral que está en juego carece de matices o resulta muy previsible. Esta obra es un ejemplo de ello.
La peli también es, como manda cualquiera de los géneros a los que ha sido adscrita, atrapante y, al mismo tiempo, y por eso mismo, más bien artificial. Creo que fue este (y no el fácil moralismo, que le encanta a Hollywood) el factor que impidió que sus productores alzaran la estatuilla de la mejor película en la entrega de los Oscar en marzo. El género detectivesco siempre es un juego intelectual, un juego de pistas y reconstrucciones, lo que significa que tiene un elemento de arbitrariedad e inverosimilitud. Por eso se decía, cuando todavía se podía plantear algo así, que se trataba de un género “menor”.
En este caso en particular, resulta artificial y decepcionante la forma deus ex machina o traída de los cabellos en que se saca de en medio al principal “villano”, que es un cardenal de ideas ultraderechistas.
Por supuesto, por su tema, esta es una obra que ha necesitado de unas pocas locaciones, pero no por eso su cinematografía se torna opresiva o letárgica. La puesta en escena de Berger es dinámica y muy estética, con tomas pictóricas de los uniformes religiosos y la Capilla Sixtina. Otro factor impulsor es el excelente desempeño de Ralph Fiennes, un actor sólido, profundo, que por esta su interpretación del cardenal Decano estuvo cerca de ganar un Oscar. Al final, sin embargo, no pudo vencer el patetismo triste de Adrien Brody en “The Brutalist”.