Este domingo 27 de abril de 2025 se conocerá en Madrid a los ganadores de los premios Platino. Cinco películas de largometraje aspiran al premio mayor, cuatro a la mejor dirección, otras cuatro al mejor documental, y así sucesivamente hasta cubrir las 23 categorías, que sería largo enumerar, pero que se asemejan a las de otros grandes premios de cine internacionales, porque incluyen categorías técnicas y artísticas similares.
Los premios Platino son la culminación de un proceso de varios meses que lleva a los espectadores, a las películas y a sus autores, a través de tres ciclos competitivos en secuencia: los premios José María Forqué, los premios Goya y los premios Platino, que no son precisamente festivales de cine, sino premios de las academias cinematográficas. Es algo parecido a lo que sucede en Estados Unidos con los Globos de Oro, los SAG Awards y los DGA Awards, que culminan en los Oscar, los cuatro en los primeros meses del año. La diferencia es que los premios de Estados Unidos están concentrados en ese país. No son internacionales, aunque tengan una categoría para películas en otro idioma y convoquen una enorme atención mundial.
Para quienes no están familiarizados con los tres premios iberoamericanos, vale la pena despachar estas líneas. Los Forqué son como la etapa de calentamiento de una larga maratón. Ahí se presenta toda la producción, o al menos la más importante, de América Latina y España, y de alguna manera sirve de trampolín para las otras premiaciones. Los Goya son en España como los Oscar en Estados Unido o los Cesar en Francia, donde se suelen ratificar (y santificar) las preferencias de los seleccionadores y jurados. Luego, los premios Platino suman toda la mejor producción española y latinoamericana, y desde su creación en el año 2014 han crecido de manera exponencial, para convertirse sin la menor duda en los premios de cine más importantes del mundo, por una razón lógica: son los únicos que representan a más de 30 países. No hay otro que se les parezca, en ninguna otra región geográfica.
Es imposible ver todas las películas inscritas para los tres premios, porque son muchas. Para los premios Forqué se inscribieron 379 producciones en 2024. Para los Goya 209 largometrajes españoles, 21 europeos y 17 provenientes de América Latina (un total de 247). En los premios Platino esa cifra se cuadruplicó: 625 películas de ficción, 407 documentales, 17 de animación y 147 series de televisión. Son cifras apabullantes. Todas esas obras aspiran no solamente a la mejor película del año, sino a las otras categorías.
Uno de los méritos de los premios Platino (que explica también su rápido reconocimiento en apenas una década), es el hecho de que no se celebran cada año en el mismo lugar, sino que alternan a uno y otro lado del Atlántico. Las ceremonias de premiación se han llevado a cabo en Panamá (2014), Marbella (2015), Punta del Este (2016), Madrid (2017, 2021, 2022, 2024), Cancún (2018 y 2019), Riviera Maya (2024) y nuevamente Madrid este año. Las profundas crisis políticas y económicas de nuestra región han impedido una mayor diversificación.
Por mi experiencia anterior con los premios Platino y José María Forqué (de los que soy miembro del jurado), sé que no basta ver las películas nominadas, porque a veces algunas de las buenas no llegan a la lista final. En ocasiones me ha parecido que en los premios obran influencias y consideraciones ajenas a la calidad cinematográfica, por lo que no siempre son nominadas obras que lo merecerían más que otras. Sin duda se tejen relaciones de interés económico dentro de la industria de cine de España. Sin embargo, mientras más se consolidan los premios, más me parece que las mejores obras llegan a consagrarse.
En los recientes premios José María Forqué, las obras nominadas para el mejor largometraje de ficción fueron: “El 47” de Marcel Barrena (España), “La estrella azul” de Javier Macipe (España-Argentina), “La infiltrada” de Arantxa Echevarría (España), y “Segundo premio” de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez (España). Mayoría absoluta de españolas, aunque había obras latinoamericanas y también españolas mejores que dos de las finalistas, por ejemplo “La virgen roja” de Paula Ortiz (España), “Soy Nevenka” de Iciar Bollaín (España), “El lugar de la otra” de Maite Alberdi (Chile) o “Casa en flames” de Daniel De La Orden (España). Al final, ganó “El 47”, excelente film, aunque el premio del público fue para “Casa en flames”.
En los premios Goya se confirmaron las tendencias con la preselección de las mismas cuatro obras seleccionadas para los Forqué, además de “Casa en flames”. Por primera vez en cuatro décadas de existencia de estos premios de la Academia de Cine de España, el premio fue compartido por “El 47” y “La infiltrada”, dos de mis favoritas. No es sorprendente entonces que entre las nominadas para los Platino también figuren esas dos obras, además de “Grand tour” de Miguel Gomes (Portugal) y dos latinoamericanas: “El jockey” de Luis Ortega (Argentina) y “Aún estoy aquí” de Walter Salles (Brasil).
Centenares de películas (incluso las bolivianas: “Mano propia” de Gory Patiño, “Los viejos soldados” de Jorge Sanjinés y “Los de abajo” de Alejandro Quiroga, y una filmada en Bolivia “El ladrón de perros” del chileno Vinko Domicic), fueron quedando rezagadas en las diferentes etapas de preselección de los Platino. Sólo “El ladrón de perros” está entre las nominadas en la categoría de “Cine y educación en valores”, con buenas posibilidades de ganar (si gana, reclamarán el mérito tanto Chile como Bolivia), pero debe competir con la estupenda “Soy Nevenka” y “Memorias de un cuerpo que arde”.
Concedamos que las otras categorías en las que participan las películas “olvidadas” compensa de alguna manera su ausencia en los dos premios mayores: mejor Película y mejor Dirección. Por ejemplo “La habitación de al lado” de Pedro Almodóvar, figura en las nominaciones para Mejor Guion Adaptado, Mejor Música Original, Mejor Dirección de Fotografía, Mejor Dirección de Arte, Mejor Sonido… y por supuesto para Mejor Actriz Protagonista (para ambas actrices no españolas: Julianne Moore y Tilda Swinton).
Algo que llama la atención en estos últimos años es que muchas de las películas preseleccionadas y nominadas, tienen dos (o más) directores, como si el concepto de “autor” cinematográfico se diluyera. Quizás esto se debe a la práctica cada vez más frecuente de tándems provenientes de la publicidad y las televisión, donde se trabaja de otra manera. Esa vía la abrieron en el cine de Estados Unidos los hermanos Cohn, y mucho antes en Italia los hermanos Taviani, pero no hay muchos otros casos similares.
De las obras que se disputan los premios mayores en los Platino de 2025, “La infiltrada” es mi preferida. Aborda un momento histórico duro en la historia contemporánea de España, cuando el movimiento independentista ETA (Euskadi Ta Askatasuna), comete acciones terroristas. El filme cuenta la historia real de Aranzazu Berradre Marín (Carolina Yuste), seudónimo de una joven policía de 20 años de edad que se infiltró en ETA y convivió con la banda terrorista logrando la desarticulación del comando Donosti. El suspenso es mayúsculo ya que uno siente como espectador enorme simpatía por esa mujer que corre riesgos tan grandes. Es formidable el retrato sicológico de la protagonista y su evolución durante ocho años para ganar la confianza de los militantes terroristas, bajo la tensión de ser descubierta y la presión del mando del operativo de la policía nacional (Luis Tosar). La relación que se teje entre ella y los otros personajes es la fuerza central del filme, que evita hacer una caricatura de ETA, aunque muestra al personaje sádico y machista de Sergio (Diego Anido), que existió en la realidad.
Quizás estos Platino premien a “El 47”, que es también una de las obras que prefiero. Cada vez más, el cine español está indagando en su historia reciente, con películas magníficas basadas en hechos reales. En este caso, el argumento se remonta a 1958, en pleno franquismo (que me tocó vivir de joven), cuando la dictadura trataba de impedir que crecieran barrios periféricos en torno a las grandes ciudades. Las disposiciones legales eran curiosas, por decir lo menos: si la policía descubría casas sin techar, en pleno proceso de construcción, las hacía demoler. Por ello, había que construirlas y techarlas en un mismo día, antes de que llegara la siguiente ronda represiva. Y cuando la gente que llegaba de otras localidades más pequeñas en busca de trabajo, lograba finalmente formar una comunidad barrial, el Estado le negaba servicios básicos como agua, electricidad y transporte. Es sobre este último tema, el transporte, que se construye el nivel simbólico de esta historia: 20 años más tarde (en 1978, ya muerto Franco), en la época de la reconstrucción de Barcelona, el conductor del autobús número 47 se atreve a desviar su ruta para prestarle servicio a Torre Baró, el barrio periférico al norte de la ciudad. Es una historia de solidaridad comunitaria, filmada en estilo documental (cámara en mano), con personajes e interpretaciones entrañables. El entramado de relaciones humanas está muy bien descrito, sin grandes dramatismos o suspenso.
La finalista latinoamericana que podría llevarse el mayor premio Platino es la brasileña “Aún estoy aquí”, la película más taquillera durante la época del Covid, que costó menos de 1.5 millones de dólares hacerla, pero recaudó más de 35 millones. Situada en 1971, durante la dictadura militar, es otra película con base testimonial, que narra la experiencia del exdiputado Rubens Paiva, quien regresa a Río de Janeiro después de seis años de exilio tras el golpe de Estado brasileño de 1964. Muy pronto, se ve envuelto en una redada militar que lo secuestra y desaparece el 20 de enero de 1971. La película está narrada a través de la memoria de Eunice, interpretada por Fernanda Torres (joven) y Fernanda Montenegro (vieja), ambas actrices hija y madre en la vida real. Es una obra plena, fuerte, que hace revivir los horrores de la dictadura y la capacidad de resiliencia de las víctimas. Esta obra podría también obtener el premio en las categorías de mejor dirección y mejor interpretación femenina, ya que en ambas está como finalista. En los Goya se llevó el premio a la mejor película iberoamericana.
Entre las cinco películas que aspiran al premio mayor está también “El jockey” de Luis Ortega, una coproducción de Argentina, Dinamarca, España, México, EEUU, aunque fundamentalmente argentina. Me pareció caricatural y falsa desde la primera escena, una comedia tan bien filmada como un anuncio publicitario. La fotografía es impecable, pero los personajes no tienen espesor. Está llena de escenas que atrapan la mirada por su colorido y su composición, pero no deja de ser una caricatura sin mucho sentido. Los diálogos son frases talladas como refranes, la música incidental no cesa nunca, los personajes extraños acercan la realización a un comic. Si todo no fuera tan maniqueo, la idea de un jockey muerto (pero no del todo), sería interesante. Junto a las otras obras finalistas, esta es la más pobre, sin asidero con nada que pueda ser importante para la vida de las personas, como no sea pasar un rato de distracción.
No entiendo bien cómo “La estrella azul” fue finalista tanto en los Forqué como en los Goya, aunque sólo en algunas categorías de los Platino. Es la historia de un exitoso rockero español que viaja a Argentina en busca de Atahuallpa Yupanqui y de sí mismo, una suerte de reaprendizaje identitario. El filme está lleno de lugares comunes sobre nuestra región, e incluye largas secuencias de música y bailes que hacen lenta la progresión. Como su estilo es semi-documental, la fotografía no está bien cuidada y tampoco la edición. Durante la primera media hora no pasa casi nada. Mi impresión fue similar con “Segundo premio”, que también retrata en estilo documental a un grupo de música rock de Granada (España), que viaja a Nueva York a fines de la década de 1990 con la intención de reinventarse. Hay más densidad sicológica en “Segundo premio” que en “La estrella azul”.
“Soy Nevenka” de Iciar Bollaín (que filmó en Bolivia “También la lluvia” en 2010), quedó fuera de los principales premios Forqué, Goya y Platino, pero es una excelente obra sobre el acoso sexual, basada en una historia real relativamente reciente. Todos los personajes están representados con complejidad, no hay ninguna caricatura en el relato. Los chantajes emocionales, las presiones laborales, la corrupción, la manipulación de las personas y de la justicia, todo está narrado con maestría y verosimilitud. En los premios Forqué fue finalista entre las nominadas en la categoría de Cine y educación en valores, pero no ganó. En los Goya fue nominada para las categorías de mejor Guion Adaptado, mejor Actor Protagonista, mejor Dirección de Fotografía y mejor Actriz Revelación, pero no ganó en ninguna. En los Platino figura entre las nominadas para Cine y educación en valores, su última posibilidad.
A lo largo de los meses que median entre los premios Forqué, los Goya y los Platino, “La virgen roja” de Paula Ortiz (España) se mantuvo bien posicionada en varias categorías. En los Forqué fue candidata a la mejor Interpretación Femenina, pero no ganó. En los Goya acumuló nueve nominaciones: mejor Dirección, mejor Canción Original, mejor Actriz de Reparto, mejor Dirección de Producción, mejor Maquillaje y Peluquería, mejor Sonido, mejores Efectos Especiales, mejor Diseño de Vestuario y mejor Dirección de Arte, pero sólo ganó en las dos últimas. En los Platino apenas una: mejor Dirección de Arte, ni siquiera mejor Interpretación Femenina o de Reparto. Sin embargo, me parece una de las mejores películas y la pongo sin dudarlo al mismo nivel de “El 47”, “La infiltrada” o “Soy Nevenka”, todas ellas basadas en hechos históricos reales. Es un misterio (para mí, pero quizás no en el contexto de España) que “La virgen roja” haya sido dejada a un lado.
La historia que narra es fascinante: en la década de 1930, Hildegart Rodríguez, fue educada desde niña por una madre autoritaria y exigente, para convertirse en un modelo para las mujeres del futuro. A los dos años de edad ya sabía leer, a los tres sabía escribir, “cada minuto de su vida estaba organizado de acuerdo a un plan”, a los 17 años era la abogada más joven de España y se convirtió en una escritora precoz y prolífica, que participó en política durante la formación de la República, cuando era un terreno todavía vetado para la mayoría de las mujeres. Esa educación para la libertad, pero no en libertad, tenía que hacer crisis en algún momento, cuando la joven se enfrenta a la madre posesiva e intenta desmarcarse de ella, sólo para terminar en una tragedia en 1933. El "Proyecto Hildegart", por perfecto que pareciera, tenía límites: la propia libertad de la protagonista. Si fuera una historia totalmente inventada, sería igualmente fascinante, pero lo es más cuando sabemos que se inspira en hechos históricos, representada con mucha maestría para llevarnos a la época de la República, con escenografía, vestuario, música, interpretaciones, ambientación y todo lo demás que hace a una obra de extraordinario valor. ¿Por qué no fue tomada en cuenta para los premios más importantes? Queda esa duda, pero es una película que recomiendo sin dudarlo.
Me apena que “El lugar de la otra” de Maite Alberdi (Chile), que ganó el premio a la mejor Película Latinoamericana en los Forqué y fue finalista en la misma categoría en los Goya, no haya llegado a los Platino con buen pie, aunque está nominada en la categoría de mejor Interpretación de Reparto (pero merece mucho más). Maite Alberdi nos regaló en 2023 el magnífico documental “La memoria infinita” sobre los años finales del cineasta Augusto Góngora (a quien conocí hace mucho tiempo), enfermo de Alzheimer. En esta nueva película se remonta a 1955, cuando María Carolina Geel, una escritora muy conocida, asesina con cuatro disparos a su amante, en el restaurante del Hotel Crillón, a la vista de todos. Mercedes, una asistente que trabaja para el juez encargado de defender a la acusada, se interesa particularmente en el caso y es sobre la relación de ambas mujeres que se construye esta historia basada en hechos reales. La reconstrucción de época es estupenda, así como las interpretaciones y los apuntes sobre la condición de las mujeres en aquellos años. A lo largo del filme se produce un proceso de identificación entre la joven Mercedes que se siente reprimida y menospreciada, y la famosa escritora a quien ve como una mujer libre, aunque está recluida en El Buen Pastor. La sicología de los personajes tiene espesor gracias a la actuación de Elisa Zulueta y Francisca Lewin. “Estamos aburridos de ser quienes somos, necesitamos un lugar donde podamos ser nadie”, es una de las frases clave del filme.
“Memorias de un cuerpo que arde” es un falso documental sobre la sexualidad, vista por mujeres que no tuvieron la oportunidad de ejercerla ni hablarla sin tapujos. El filme está basado en testimonios reales de mujeres ya mayores que reviven su relación con el sexo, su vivencia del placer, de la menopausia, de la violencia y de las frustraciones. Aunque incluye escenas de flash back a la infancia, y reconstrucciones de carácter surrealista, el peso está en las voces testimoniales, es decir, en la palabra y no en la imagen. Los testimonios de varias mujeres convergen en la memoria de una, la actriz que las representa, pero ellas aparecen hacia el final, de espaldas. “Memorias de un cuerpo que arde” estuvo nominada en los Forqué en la categoría de mejor Película Latinoamericana, y también en los Goya en la misma categoría, pero no ganó. En los Platino tiene posibilidades en las categorías de mejor Guion, mejor Interpretación Femenina, mejor Interpretación Femenina de Reparto, y Cine y educación en valores.
Esperaba más de “Rita”, del guatemalteco Jayro Bustamante, de quien vi anteriormente “Ixcanul” (2015) y “La llorona” (2019), obras de talento que abordan la realidad política y social de su país. “Rita” lleva a otro nivel el registro fantástico que ya aparecía en “La llorona”. Es una extraña alegoría de la represión (“inspirada en hechos reales”), donde nuevamente el personaje femenino es central, como en las películas anteriormente citadas. Sin embargo, la alegoría de las niñas abusadas por sus padres (o por el Estado) es llevada al extremo en el intento de exacerbar la representación de la violencia (la inmolación final). Los personajes, las niñas encerradas en una extraña prisión, son personajes esquemáticos, sin profundidad, al igual que los diálogos. Mucho del “mensaje” está dicho en palabras, sobre todo el desenlace del filme. “La primera coproducción Hollywood-Guatemala” no me convenció, pero sin duda la prefiero a algunas de las películas que tuvieron mejor suerte en las preselecciones de los Forqué, Goya y Platino.
Finalmente, unos párrafos sobre las series que me tocó ver como miembro del jurado de los Platino. Las series para televisión y miniseries se han convertido en un género de extraordinaria calidad, más aún desde que grandes empresas multinacionales como Amazon, Netflix, HBO, Warner o Disney, entre otras, invierten sumas fabulosas en la producción en otros países, trascendiendo las fronteras de Estados Unidos.
“Cada minuto cuenta” (Amazon, 10 episodios) narra el terremoto que sacudió la Ciudad de México en septiembre de 1985, con lujo de detalles, historias que se cruzan y una ambientación perfecta en el Centro Médico que colapsó y en otros espacios donde la tragedia revela la solidaridad, pero también el egoísmo, la ausencia del Estado, la politiquería y los negocios sucios. Es decir, todo lo que sacó a la superficie el terremoto. El hecho de que yo residía en México cuando ocurrió el terremoto me hizo prestar mayor atención a esta serie.
Algo similar sucede con la serie “Argentina 78”, que desnuda otro hecho histórico: el mundial de fútbol en tiempos de la dictadura militar. Creo que ningún otro documental podría narrar mejor las implicaciones políticas de aquel evento deportivo alrededor del cual se tejieron intereses de los militares golpistas, pero también reivindicaciones populares y la actividad de grupos guerrilleros como los Montoneros. Los personajes que ofrecen su testimonio (Mario Firmenich, Mario Kempes, Matías Bauso, Menotti), las escenas de archivo, las historias personales que se entretejen… Todo contribuye a hacer de esta serie algo excepcional.
Ninguna de estas dos series ha quedado entre las nominadas, en cambio sí “Cidade de Deus” (Warner) y otras que son secuelas o adaptaciones de libros famosos: “Como agua para chocolate” (HBO) o “Cien años de soledad” (Netflix). La cuarta seleccionada es “Senna” (Netflix) sobre el piloto brasileño de Fórmula 1.
“Cidade de Deus” (7 episodios) me parece la mejor entre las nominadas, porque muestra con grandes recursos creativos la mirada de un fotógrafo (Rockett) sobre la vida en la favela, la violencia, la marginalidad, el narcotráfico, las rivalidades y los intentos de desmarcarse de esa forma de vida. Como es propio en las series, muchos personajes se cruzan de un capítulo a otro, algunos emergen y otros desaparecen. El estilo narrativo es testimonial, con mucha cámara subjetiva, lo que le otorga una calidad mayor mientras disimula la enormidad de la producción. Es un mundo aparte, con sus propios códigos y leyes, ajeno al propio país donde está situado geográficamente. El conjunto es una obra con mucha fuerza, que difícilmente cabría en una sola película de largometraje.
En cambio, “Como agua para chocolate” (7 episodios) parece más de lo mismo, una serie amable, ocurrente, bien filmada, con “sabor mexicano”, que no esconde todos los recursos con los que cuenta la producción, pero al menos destaca por la frescura de algunas interpretaciones, en particular de Azul Guaita (Tita). El personaje de la madre, sin matices, parece demasiado acartonado, como la bruja de un cuento de hadas. Cuando se accede a ese nivel de producción, los aspectos técnicos son notables: largos planos secuencia le dan fluidez a la narración, el espectador se desplaza con la cámara por todos los espacios magníficamente recreados. No hay donde equivocarse.
Algo similar ocurre con la adaptación de otra gran obra literaria, la que todos temían llevar a la pantalla (grande o chica), y la que el propio autor se mostraba reticente a autorizar. No es otra, por supuesto, que “Cien años de soledad” (8 episodios), donde sucede exactamente lo que García Márquez quería evitar que sucediera: se traslada a imágenes concretas lo que cada lector creó en su imaginación al leer la magna obra del premio Nobel de Literatura 1982. El problema radica en que la obra literaria es capaz de desatar en cada lector un universo imaginario diferente, pero de pronto ese lector se siente coartado como espectador, obligado a aceptar una sola interpretación de ese mundo imaginado. Por supuesto, la serie está magníficamente realizada, con ingentes recursos económicos y técnicos, paisajes lujuriosos, vestuario, escenografía, fotografía espectacular, centenares de personajes y todo lo que puede pedir el espectador más exigente, pero no es lo que estaba en mi cabeza, ni en tu cabeza, ni en la de ella. Incluso el acento excesivamente caribeño de los actores parece contrastar con lo que cada lector “oía” en su cabeza al leer la novela (paradójicamente, la voz del narrador que lee frases textuales, es neutra). Pero bueno, quizás la apreciación es diferente para quienes no leyeron la obra original, o para quienes son capaces de abstraerse y concentrarse solamente en la pantalla. Yo no pude.
Al margen de las seleccionadas quedaron otras series interesantes, bien realizadas, aunque con menos medios. Una de ellas, “Cristóbal Balenciaga” (Disney, 6 episodios), descubre para el espectador la vida fascinante de uno de los más importantes diseñadores de moda del siglo pasado, y a través de él el mundo de la moda en Francia y un pedazo importante de la historia de Europa entre las dos grandes guerras, incluyendo la difícil convivencia del diseñador con la ocupación nazi en París. A los extraordinarios colores y formas de los diseños que Balenciaga realizaba con sus propias manos, se suman en esta serie la sobriedad de las interpretaciones y del estilo narrativo, que evita todo alarde estilístico para subrayar mejor la presencia del personaje principal a través de una imagen depurada.
El cine iberoamericano mantiene su vigor y creatividad a pesar de las crisis políticas y económicas de la región latinoamericana y de la fluctuante relación con España. Los tres premios más importantes (Forqué, Goya y Platino) muestran una cantidad impresionante de temáticas y de propuestas narrativas diferentes, pero mi conclusión sobre las ediciones de 2025 es que el cine español supera en calidad al de nuestra región, particularmente con películas basadas en hechos históricos que están todavía frescos en la memoria de los españoles.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta