Reseña de Neblina (Editorial 3600, 2025), libro de cuentos de Mauricio Murillo.
Brújula Digital|21|12|25|
Martín Zelaya
La punta de una madeja que luego cada quien debe desenrollar. La espuma que cubre el mar de fondo. Los cuentos de Neblina (Editorial 3600, 2025), de Mauricio Murillo, son la delgada cáscara que envuelve un todo cada vez más incierto.
En “Santuario”, una niebla invade La Paz y enferma a la gente. Carlos es una de las víctimas y Laura, su mujer, se hace cargo de todo. Salen hacia Yungas en busca de un curandero, y no hallan sino la certeza de que ya no hay cura posible para algo mucho mayor que los síntomas. Y todo no hace sino empezar.
Entendió: nadie puede curarse de verdad, nadie puede limpiarse de eso que lo ha contaminado. (28)
Una tormenta azota La Paz y lo inunda todo, empezando por el ánimo y la moral de la gente. El protagonista de “Los aullidos” despierta de una épica borrachera, sin recordar casi nada, pero con la certeza de que lo arruinó todo con Diana, su mujer. El agua no se detiene, así como la angustiosa evidencia de que la tragedia apenas empezó.
Algo le pasa a la ciudad. La basura toma las calles, los árboles mueren y supuran ceniza y grasa. René y Franco y el tercer amigo (narrador) sienten y escuchan algo en el bosquecillo. Solo los dos primeros se pierden en el misterio.
Nos mecimos levemente en el ojo del huracán, ese ojo podrido y enfermo, estirando lo más que se podía esa apariencia de paz, esperando a que llegara por fin la tormenta. (57)
Con este tercer cuento, “Arboles enfermos”, se cierra una primera parte muy sólida y redonda del libro. Cuentos de desesperanza, pero, a la vez, de resignada aceptación. Se intuye que algo cambió en La Paz, en el mundo; se intuye que todos ya saben que no hay salida ni, mucho menos, vuelta atrás.
Cierra el círculo el último cuento del libro: “Lobos”. El mundo ya no es como lo conocemos. Hay un Congreso que regula y decide. Empiezan los signos de escasez, se extraña productos, industrias, abundancia. Tito, Lorna y el narrador recorren el altiplano, pueblo por pueblo; ella canta y él toca los teclados en las tristes pensiones y cafeterías. Antes él dormía con Lorna; ahora está con Tito.
Son cuatro (de seis) relatos pre apocalípticos. Nada está claro, pero todo se entiende. La imaginación del lector juega el rol clave; es la que “escribe” los cuentos, la que pone los detalles y posibles desenlaces. Hay, en esta suerte de tetralogía, una inminencia que flota en la atmósfera. La sociedad está, pero ya se huele el fin a la vuelta de la esquina. Y los lobos acechan.
En el medio está “Micaela en los campos de asfódelos”. No desentona con los otros. No esboza la catástrofe total, pero sí el signo de la fatalidad. Ella lanza un monólogo desde su muerte reciente. Le habla a él. Lo observa, recuerda y extraña mientras aprende a no ser. Le cuesta mucho olvidarse de existir, sentir, pensar. La tristeza no tiene fin, la felicidad, sí.
Es el mejor cuento. Murillo imagina y todos creemos. Así podría ser (si es que fuera posible saberlo) estar muerto. Si es que no fuera ya, per se, no estar. Murillo imagina, y muy bien; y logra que el lector sufra, se apiade, se enternezca con solo una (terrible) posibilidad.
Ahora sé que acá apenas somos nada. Soy pasado, soy las escenas antiguas de vos conmigo, soy la nada que recuerda recuerdos todo el rato. (70)
“La voz del pantano”, como lo explica el autor en una nota final del libro, es un relato parte del universo narrativo de su novela Sombras de Hiroshima. De una subtrama de la misma, para ser exactos. Un investigador llega a un pueblo de frontera en busca de resolver un crimen. En pocas horas suceden tres muertes más y, aunque queda claro quiénes están detrás de todo, no hay forma de que se haga justicia.
El pantano omnipresente, casi vivo, sienta preeminencia. Su energía inunda y se adivina como determinante. He ahí la ligazón con el espíritu de Neblina.