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Sociedad | 08/07/2024

|ENSAYO|¿Jesús de Nazaret o Jesús el Natzoreo?|Francesco Zaratti|

|ENSAYO|¿Jesús de Nazaret o Jesús el Natzoreo?|Francesco Zaratti|

Brújula Digital|08|07|24|

Francesco Zaratti

1.- La cuestión del toponímico y del gentilicio

En el Nuevo Testamento el nombre de Jesús (Joshua en arameo, que significa “Dios salva”) está acompañado por toponímicos (una variedad de “apellidos” aparentemente relacionados con el lugar de proveniencia). Los más comunes son: Nazareno y Nazoreo.

A primera vista ambos parecen relacionarse con la ciudad en que Jesús vivió desde niño según los Evangelios, como en el caso de María de Magdala o María Magdalena, pero, en el caso de Jesús, el asunto es más complejo.

No hay una forma única de terminación del gentilicio: los de La Paz son paceños, pero los de Cochabamba son cochabambinos, los de Sucre, sucrenses y los de Trinidad, trinitarios. Cuatro formas diferentes sólo por quedar en Bolivia.

Ahora bien “nazareno” (o mejor aún, “nazaretano”) sería en castellano el gentilicio correcto de los habitantes de Nazaret, mientras que al decir Jesús “de Nazaret” aplicamos un toponímico porque hacemos referencia al lugar de proveniencia de Jesús.

En los manuscritos del Nuevo Testamento, todos ellos escritos en griego, el nombre de Jesús aparece acompañado a veces por el “gentilicio” nazareno (Marcos y, a veces, Lucas), pero mayoritariamente (Mt, Jn, Hch) con el “apodo” de Nazoreo (o Natzoreo, más propiamente, como veremos).

Tradicionalmente se ha querido interpretar Nazoreo (una variante de “Nazireo”) como una persona “consagrada” a Dios, desde su nacimiento, como consecuencia de un voto, a partir de la raíz hebrea “nazir”. Sin embargo, eso es equivocado por dos razones: porque no hay ninguna evidencia de que Jesús fuese un nazireo, en el sentido atribuido por ejemplo a Sansón (ver Jc 13,5 y Nm 6), con ciertas obligaciones alimenticias (no beber bebidas alcohólicas) y de aspecto corporal (sin poder cortarse el cabello), y también porque en hebreo existen dos consonantes “cetas”: una dulce (“zyne”), como en nazir, y otra dura, como en Natzoreo (“tzade”). Descartada la primera, nos quedamos con el “apodo” de Natzoreo.

¿Podemos concluir entonces que hay dos designaciones gentilicias sinónimas de Jesús, unas veces Nazareno y otras Natzoreo? ¡En absoluto! Si la toponimia de Nazareno nos remite a Nazaret, la de Natzoreo nos lleva más lejos, a David. En efecto, “el retoño del tronco de Jesé”, padre de David, (netzer, en hebreo), es una designación de la casa de David, de modo que Natzoreo (insisto, con “z” dura) se relaciona con “descendiente de David” y no con un lugar de procedencia (Nazaret).

En resumen, hay dos designaciones de Jesús: Nazareno (gentilicio de Nazaret) y Natzoreo (descendiente de David) que se parecen tanto que tal vez sean hasta una sola, diferenciadas a causa de una confusión, como se intentará demostrar en lo que sigue.

Es curioso que entre los hebreos hasta el día de hoy a los cristianos se les designa con el término “natzratim” o “notzrim”, o sea lo seguidores del Natzoreo.

Partiendo del principio de que la Palabra de Dios ha quedado grabada no solo en las Escrituras, y en especial en los cuatro Evangelios, sino también en el entorno, la geografía de la Tierra Santa (¡el quinto Evangelio!), demos la palabra a la arqueología.

2.- La palabra a la arqueología

Tradicionalmente, la orden franciscana ha realizado importantes estudios arqueológico en los lugares bíblicos de la Tierra Santa con resultados sorprendentes, como los tres hallazgos relevantes en la colina en la que se encuentra hoy Nazaret.

En primer lugar, se ha encontrado un vacío de restos arqueológicos entre el siglo VIII y el siglo I a.C. que se explica como si esa aldea hubiese sido abandonada durante siete siglos y luego reconstruida y rehabitada.

Luego, las construcciones que se remontan al comienzo de nuestra era permiten afirmar que la aldea era minúscula. Al tiempo de Jesús debió tener no más de 30 familias, lo que implica que más que una aldea era una comunidad, un “clan familiar” instalado sobre esa colina y sobre los restos de una aldea de siete siglos antes cuyo nombre desconocemos.

Finalmente, a pesar de la reducida extensión territorial y demográfica del lugar, la aldea contaba con una amplia sinagoga propia, señal de una comunidad muy religiosa.

¿Cómo explicar esos tres hallazgos?

Pasamos la palabra a la Historia.

3.- La palabra a la Historia

El abandono de la aldea durante siete siglos se explica fácilmente, de acuerdo con la historia universal y los libros históricos de la Biblia (Reyes, Crónicas y Macabeos, para ser precisos).

En el siglo IX a.C. el reino de Israel, construido por David y Salomón, se dividió en dos: el del Norte con capital en Samaría, que abarcaba diez tribus, y el reino de Judá con dos (Judá y Benjamín) que mantuvo la capital en Jerusalén. Fue un cisma inicialmente político-administrativo, pero que pronto se volvió también religioso, vista la influencia sobre todos los israelitas del Templo de Salomón ubicado en Jerusalén.

En el siglo VIII los asiros invadieron el Reino del Norte, con la consecuente deportación de las tribus fieles a esa monarquía a Nínive y Asur. Algunas aldeas fueron ocupadas por pueblos extranjeros, pero otras quedaron abandonadas y decayeron en el curso de los años a la categoría de ruinas. La colina de Nazaret (como mencionamos, no sabemos siquiera cómo se llamaba ese lugar antes de la invasión/deportación de los asirios) fue una de esas aldeas deshabitadas.

Se sabe que nunca hubo un regreso masivo de los antiguos habitantes israelitas desde Asiria (a diferencia del regreso de los judíos desde Babilonia dos siglos después), y que el Norte de Israel hasta Samaria fue habitada en lo sucesivo por una población mixta, mezcla de israelitas y pueblos extranjeros, lo que le valió el desprecio (recíproco) con los judíos.

En todo caso, algo sucedió en el siglo I a.C. para que esa colina galilea volviera a ser habitada y, además, habitada por un clan de familias judías muy religiosas.

En breve, se cree que la instauración de la monarquía Asmonea (Juan I “Hircano” y sus descendientes), de raíces macabeas, llevó a ese monarca y sus sucesores, entre ellos Herodes el Grande, a repoblar el norte de Israel con judíos repatriados de Babilonia o reclutados de la región de Judá. La razón principal era asegurar el tránsito de personas y mercaderías, libre de bandidos y asaltantes, por la “Vía Maris” que desde Siria llegaba hasta la costa mediterránea. Para ese fin necesitaba de personas (vigilantes o “soldados”) que recorrían esa arteria y de pueblos estratégicamente ubicados que se hicieran cargo de la seguridad de cada tramo de esa carretera, a cambio de tierras y de trabajo para artesanos en las nuevas ciudades que se estaban construyendo por entonces, como Séforis, la capital administrativa de Galilea soñada por Herodes el Grande, la cual distaba solo unos 6 km desde Nazaret.

Podemos imaginar que allí trabajó el “carpintero” (un maestro de la construcción) José e incluso Jesús joven. Asimismo, podemos identificar los “soldados” (Lc 3,14) que acuden a ser bautizados por Juan el Bautista como esos vigilantes o bien soldados al servicio de Herodes Antipas. Seguramente no eran soldados romanos.

En todo caso, Nazaret y otras aldeas galileas recobraron vida, a pesar de su extensión insignificante. La pregunta relevante es: ¿quiénes eran esos clanes judíos que se trasladaron a Galilea a lo largo del siglo I?

Tiene la palabra la Biblia.

4.- La palabra a la Biblia

Cuando David quiso construir un templo donde descansara el Arca de Yahvé, recibió como respuesta, mediante el profeta Natán (2Sam 7), que sería Yahvé quien construiría “una casa” para David, o sea una descendencia davídica. De esa descendencia saldría el Mesías (el Ungido, Cristo en griego).

Al ser depuesta la monarquía davídica en el siglo VI a.C. no desapareció la esperanza en esa promesa y hubo descendientes de David que se preocuparon por conservarla y alimentarla. Para que no parecieran unos farsantes tenían incluso “genealogías” como las que figuran en los Evangelios (Mt 1; Lc 3) que, por más aburridas que parezcan, demuestran la existencia de “clanes davídicos” que se diferenciaban de las corrientes judías dominantes en el siglo I de nuestra era: fariseos, saduceos, esenios y zelotes.

Todo apunta a que algunos de esos clanes davídicos, respaldado por “papeles” genealógicos, se establecieron en Galilea. El nombre del clan, al cual pertenecía José, el padre de Jesús, era cabalmente “Natzoreos”, y la aldea que reconstruyeron pasó a llamarse “Nazaret”, el lugar “donde habitan los Natzoreos”.  De modo que no fue Jesús quien tomó el nombre de Natzoreo de su lugar de origen, sino, al contrario, Nazaret tomó su nombre del clan.

La característica principal del clan Natzoreo era la radicalidad de la espera del Mesías que debía salir de esos descendientes y el cumplimiento literal de la promesa de liberar a Israel del yugo de sus opresores. En suma, un clan de nacionalistas radicales y fanáticos, diríamos hoy.

Esa hipótesis encaja con varios pasajes de los Evangelios que vamos a examinar a continuación.

Después del regreso de Egipto, el evangelio de San Mateo menciona que José y María fueron a vivir a Nazaret con el niño Jesús, para que se cumpliera el oráculo de los profetas: “será llamado Natzoreo” (Mt 2,23).  Por cierto, no existe ningún oráculo que diga eso, a menos de entenderlo como el cumplimiento de la profecía de Natán a David de que un vástago de la raíz (nétzer) de Jesé sería el Mesías. Por tanto, Natzoreo pasó a significar “hijo de David”, como aparece claramente en el episodio del ciego Bartimeo (Lc 18, 43).

Bartimeo está en Jericó cuando pasa Jesús con sus seguidores camino a Jerusalén. Bartimeo pregunta a qué se debe esa bulla y se le explica que está llegando Jesús “el Natzoreo”. Inmediatamente Bartimeo empieza a gritar: “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí”, asociando Natzoreo con hijo de David, más que con Nazaret. Pues los Natzoreos, (como clan davídico) debieron ser conocidos mucho más que la insignificante aldea galilea donde vivían unas (pocas) familias de ese clan. De hecho, debió haber natzoreos también en Jerusalén (entre los simpatizantes y colaboradores de Jesús) posiblemente muy cercanos a los esenios, como lo era Juan Bautista.

Antes del encuentro de Jesús con Natanael, narrado en Jn 1,43-51, (se cree que Natanael es el Bartolomé de los sinópticos), Felipe le dice a Natanael que han encontrado al Mesías en la persona de Jesús “de Nazaret”, el hijo de José. La respuesta escéptica de Natanael: “¿de Nazaret puede salir algo bueno?” puede ser interpretada de dos maneras:

a)  De ese pueblucho insignificante no puede salir nada bueno;

b)  De ese clan de judíos radicales y fanáticos no puede salir nada bueno.

La primera interpretación apunta al tamaño de Nazaret, la segunda a las pretensiones mesiánicas del clan que habitaba en Nazaret.

En ese momento Jesús aparece en medio de otros discípulos de Juan Bautista entre los cuales va reclutando algunos para formar su propio grupo, justamente cuando se apresta a regresar a Galilea (Jn 1,43). Juan menciona a Andrés, su hermano Simón-Pedro, Felipe y Natanael, todos ellos de Galilea.

Además, Jesús ya se ha alejado de Nazaret, más no separado de sus conciudadanos, como lo demuestra el siguiente episodio del evangelio de Juan, ya que acude (tres días después) a la boda de Caná junto a sus parientes (se menciona su madre María), y a los primeros discípulos: Jesús ya no vive permanentemente en Nazaret, pero sigue en buenas relaciones con su clan a tal punto que, pasada la boda, baja con su madre, sus hermanos y sus discípulos a Cafarnaúm (Jn 2,12).

Ese idilio estaba destinado a no perdurar, como muestra el episodio del discurso de Jesús, que por entonces era un maestro (“rabí”) famoso, en la sinagoga de Nazaret (Lc 4).

Ese pasaje merece una lectura minuciosa, una verdadera (aunque corta) Lectio, debido a una serie de revelaciones que pueden pasar desapercibidas a una primera lectura.

5.- Breve Lectio de Lc 4, 14-31

14.  Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región.

Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos.

Vino a Nazará, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito:

“El Espíritu del Señor (está) sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.

Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy.»

Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca.

22b. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»

Él les dijo: «Seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria.»

Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.»

«Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país;

y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón.

Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».

Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle.

Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.

Bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba.

El texto anterior tiene dos partes, con un quiebre aparentemente inexplicable entre las dos.

o  En la primera parte (vv. 14-22a) la actitud de los nazarenos es de admiración y orgullo ante la presencia de su hijo que se ha vuelto una celebridad en Galilea.

o  En la segunda parte (vv. 22b-31) la conducta cambia por completo y el auditorio se vuelve hostil hacia Jesús hasta el punto de querer despeñarlo.

o  En el medio está la lectura (y comentario, sin duda) del famoso pasaje de Isaías 61,1-2, perteneciente al libro del “Tercer Isaías”, el más universalista y abierto a las naciones.

Los exegetas están divididos: algunos piensan que ese cambio de actitud es el resultado literario de la fusión de dos visitas de Jesús a Nazaret, la primera exitosa y triunfal y otra marcada por el rechazo de su gente al contenido de su predicación. Otros exegetas creen que el cambio brusco de actitud del auditorio se debió a la aplicación universalista que, al final de su alocución, Jesús da del texto de Isaías, la cual no fue del agrado de su clan y tuvo consecuencias posteriores sobre esa relación familiar.

Sea cual fuere la explicación, hubo una ruptura entre el clan de los natzoreos de Nazaret y Jesús el Natzoreo.

El comentario (casi homilía) de Jesús nos da la pista para entender mejor ese quiebre.

El texto de Isaías anuncia una intervención extraordinaria de Yahvé para liberar de toda forma de opresión, lo que, ambiguamente, los judíos de ese entonces entendían que se aplicaba exclusivamente a Israel y a las diferentes formas de opresión que sufría, especialmente política, por parte de los romanos, con la intención de restaurar, según los natzoreos, la monarquía de David. Por tanto, esperaban que el Mesías fuese el libertador de Israel de esa opresión y que, además, restaurase la monarquía davídica. Hablar de “universalismo” en la sinagoga ultranacionalista de Nazaret fue interpretado como una verdadera provocación por los nazarenos.

Había muchas viudas en Israel al tiempo de Elías…” pero la salvación de Dios llegó a una viuda de Sarepta de Sidón, una extranjera.

Había muchos leprosos en Israel al tiempo de Eliseo…”, pero el que fue sanado (a pesar de su resistencia a creer) fue un extranjero, Naamán el sirio, perteneciente al pueblo de los invasores que deportaron a los antiguos habitantes de la región.

Jesús no podía escoger palabras más hirientes para sus conciudadanos de las que pronunció.

La reacción no se hizo esperar y, si bien Jesús se salvó de ser despeñado huyendo, la ruptura de ahí en adelante entre su familia/clan, por un lado, y Jesús y sus discípulos, por el otro, se había consumado. Aparentemente, Jesús ya no volvió a pisar Nazaret y fijó su residencia en Cafarnaúm, una ciudad llena de fariseos, escribas, zelotas y extranjeros, pero más abierta al fin a recibir su mensaje del Reino de Dios.

El mensaje universalista de Jesús se revela con claridad en los Evangelios también en otros dos episodios.

La purificación del Templo se interpreta como una reacción dura de Jesús a la “ocupación” por parte de los mercaderes de un espacio (el Patio de los Gentiles) destinado a recibir a los peregrinos y visitantes provenientes de la gentilidad. Es como si se impidiera que “las gentes” se acercaran a Dios.

En segundo lugar, “la señal de Jonás”, usualmente interpretada como metáfora de la resurrección, tiene también el significado de la misión “ampliada” encomendada a Jonás: llevar la salvación a todas las gentes, a pesar de la resistencia de Israel a hacerlo.

Pero, volvamos a la relación de Jesús con su familia.

6.- Familia y discípulos de Jesús

En los evangelios encontramos varios pasajes de interacción polémica entre Jesús y su clan.

Un día, mientras Jesús predicaba se presentaron su madre y sus hermanos tratando de hablar con él (Mt 12,46-50; Mc 3,31-35; Lc 8, 19-21); posiblemente para intentar llevárselo de vuelta a Nazaret juzgando que estaba desvariando (Mc 3,21). La respuesta de Jesús es cortante: “mis hermanos y mi madre es todo discípulo que cumple la voluntad de mi Padre Celestial”.

También en Jn 7,1-3 se da a entender que las relaciones de Jesús con sus parientes no eran de las mejores. Llega la Fiesta de las Tiendas y sus hermanos incitan a Jesús a subir a Jerusalén para manifestar sus poderes también allí (o sea, a los simpatizantes de la ciudad santa). Pero Jesús se niega a ir, conociendo las amenazas de los judíos contra su vida y les pide a sus hermanos que suban ellos. No obstante, poco después Jesús sube de incógnito a Jerusalén donde luego tiene fuertes discusiones con los fariseos acerca del origen del Natzoreo y del Cristo.

Finalmente, al comienzo de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1,14) encontramos los Once discípulos junto a María y a Santiago, el hermano del Señor, en el cenáculo en Jerusalén cuando la venida del Espíritu Santo, señal de que los dos grupos habían superado sus diferencias.

¿Cuándo ocurrió esa reconciliación?

7.- La reconciliación de los dos grupos (parientes y discípulos)

Juan nos narra que a los pies de la cruz (que por cierto llevaba la inscripción trilingüe “Jesús Natzoreo Rey de los Judíos”) estaban su Madre María, con María de Cleofás y la Magdalena, y “el discípulo a quien amaba” (Jn 19,25-27).

Este episodio, que suele interpretarse como que Jesús quiso confiar el cuidado de su madre al discípulo Juan (el cual incluso la llevaría consigo a Éfeso, según una tradición), es susceptible de otra interpretación, compatible con el simbolismo que Juan utiliza en más de una ocasión.

Si María en esa escena representa a la familia/clan de Nazaret y el discípulo a los apóstoles, entonces las palabras de Jesús (“Ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu madre”) bien podrían ser interpretadas como un llamado de Jesús a la unidad de los dos grupos, unidad que efectivamente se dio a raíz de la resurrección de Jesús, de las apariciones a los Once y a Santiago, el hermano del Señor, según 1Co 15,3-7, y que fue sellada al recibir juntos el Espíritu Santo en Pentecostés.

Finalmente, los Hechos de los Apóstoles insinúan que hubo una especie de división de responsabilidades en la misión: Santiago, el hermano del Señor, y sus acólitos se ocuparían de dirigir la comunidad madre de Jerusalén, mientras que Pedro y los demás apóstoles (incluyendo a Pablo de Tarso) se dedicarían a la misión en Judea, Samaría y demás naciones, hasta los confines de la tierra (Hch 1,8).

8.- Aplicaciones para el mundo de hoy

La cabal comprensión de la Palabra debe llevarnos a su actualización al mundo de hoy. Se me ocurre que, por un lado, el regreso/repoblamiento de los judíos de Galilea podemos compararlo con el regreso masivo de los judíos después de la Segunda Guerra Mundial a la Tierra de Israel, como consecuencia (y compensación) de la tragedia de la “Shoah” (holocausto).

Ese regreso dio lugar al nacimiento del Estado de Israel y a otra tragedia, la del pueblo palestino que por entonces (1948) habitaba desde siglos esa tierra. A diferencia de los natzoreos de hace dos mil años, el actual no fue un regreso pacífico, sino improvisado por las potencias coloniales (movidas por un sentido de culpa hacia los hebreos casi exterminados por la furia antisemita de los nazis) y hostigado por el mundo árabe (que nunca dejó de verlos como invasores y opresores).

La reconstrucción de ese territorio, que pudo ser pacífica y planificada, se vio entorpecida por varias guerras antijudías y la necesidad de expansión de los neo llegados; el Estado judío se volvió un Estado sionista (laico y supremacista, en ciertos aspectos); Jerusalén, la ciudad de la Paz, se volvió la ciudad de la discordia; los asentamientos de nuevos migrantes (en su mayoría tradicionalistas y ultraconservadores) se extendieron a territorios tradicionalmente palestinos en una escalada irreconciliable de abusos y resentimientos ancestrales.

De ese modo, sucedió lo contrario de lo que se esperaba: los que hasta entonces habían vivido en relativa paz y mutua tolerancia (judíos residentes antiguos, cristianos de toda etnia y palestinos de varias religiones) se han visto obligados a tomar partido y a radicalizarse para defender su cultura y su religión. La tierra del Santo y del Príncipe de la Paz se ha vuelto la tierra del odio inculcado desde la niñez, sin que se pueda vislumbrar una solución a ese conflicto, más allá de seguir orando por la paz en esa tierra.

Asimismo, el universalismo que alejó Jesús de su conciudadanos y familiares natzoreos, hoy también parece alejar, cada vez más, el Estado de Israel del resto del mundo. La vocación profunda de Israel, desde la llamada de Abraham hasta Jesucristo e incluso hoy es proclamar que el Dios de la Creación y de la Historia es el mismo Dios de todos los pueblos. Y, sin embargo, la mera existencia del Estado de Israel es motivo de división y contradicción, independientemente de las responsabilidades de cada cual por haber llegado a esa situación.

Las bendiciones que Dios ha otorgado irreversiblemente a Israel (Lc 1,54-55) ojalá se traduzcan pronto en acciones que lleven a Israel, como pueblo más que como Estado, a recuperar su rol de polo de atracción de las gentes, todas las gentes, al único Dios de la Creación y de la Historia.

9.- Conclusiones

A Jesús se le llamaba el Natzoreo porque pertenecía al clan de los natzoreos, unas familias de judíos descendientes legítimos de David (del nétzer de Jesé). Ese clan, nacionalista y radical, a su vez, le dio el nombre de Nazaret a la aldea donde se estableció en Galilea después de siete siglos de abandono.

La relación entre Jesús y sus paisanos/familiares no siempre fue armoniosa, debido al alcance universalista del mensaje de Jesús que chocaba con el nacionalismo fanático de su familia.

 Desde la cruz Jesús logró la reconciliación de sus hermanos “de sangre” con sus discípulos para que, juntos, realizaran la misión encomendada por Jesús a ambos colectivos de llevar el mensaje de salvación a todas las gentes.

Bibliografía esencial:

Biblia de Jerusalén: texto y notas

Bargil Pixner OSB: With Jesus through Galilee, according to the fifth Gospel; Corazin publishing Rosh Pina, 1992.

Bargil Pixner OSB: With Jesus in Jerusalem: his first and last days in Judea; Corazin publishing Rosh Pina, 1996.

https://www.slideshare.net/slideshow/natzratim-termino/31917263

Francesco Zaratti, físico, es un estudioso de la religión católica.




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