La obra de Mariaca, amplia y coherente, revela una vocación que lo llevó a escribir incluso en momentos de dificultades personales o de salud, convencido de que el país necesita ser interpretado con claridad, criterio y honestidad. Su producción no solo es cuantiosa: constituye un testimonio profundo de la Bolivia contemporánea.
Brújula Digital|14|12|25|
Mirna Quezada Siles
Don Armando Mariaca Valdez ha escrito durante más de siete décadas. Alrededor de 30.000 artículos llevan su firma, publicados de manera constante, incluso en momentos difíciles de su vida personal o de salud. Esa persistencia lo ha convertido en una de las voces más respetadas del periodismo boliviano y su obra, vasta y coherente, es también un registro vivo de la Bolivia contemporánea.
No se trata de una perseverancia automática ni distante. En su caso, escribir ha sido siempre una forma de vínculo con el país y con su gente, una responsabilidad asumida desde la palabra y sostenida con convicción y afecto.
Hoy, a los 96 años, sigue escribiendo, a veces dictando sus textos. Camina cansado, apoyado en su bastón, pero continúa subiendo y bajando gradas, sentándose frente a la computadora y revisando sus empastados de artículos, como quien recorre su propia vida con paciencia. “Me cuidan mucho al caminar y tengo que ir con este bastón, pero debo seguir”, dice mientras invita a recorrer su casa llena de recuerdos.
Comparte sus días con su esposa, Yolanda Tarifa, quien tiene escasa visión y lo llama con cariño y humor “el funcionario”, evocando las largas ausencias que le impuso el periodismo y el servicio público. En ese gesto se revela una vida compartida, construida entre el trabajo, la palabra y el afecto.
Su camino también estuvo marcado por el dolor. Afrontó la muerte de su hija Eliana, hace más de cinco años, y la de su hermano René, hace casi dos. Las ausencias dejaron huellas profundas, pero no apagaron su voluntad de seguir escribiendo. El duelo convive en él con una serenidad sostenida en la memoria, el amor y la escritura.
Mirna Quezada entrevista a Armando Mariaca
Recibió numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Periodismo 2019, que le fue entregado en su domicilio durante la pandemia. “No había otra manera en esos tiempos, teníamos que cuidarnos mucho”, recuerda. También fue distinguido por la Sociedad Interamericana de Prensa, la Fundación Manuel Vicente Ballivián, el Rotary Club de La Paz y otras instituciones.
El legado de Armando Mariaca no se mide solo por la cantidad de artículos publicados. Es el de un periodista íntegro, comprometido con la verdad y la ética, cuya obra constituye uno de los registros más consistentes sobre la Bolivia contemporánea. A esa dimensión intelectual se suma la de un hombre que, pese al cansancio y al paso del tiempo, sigue creyendo en el poder orientador de la palabra.
Al final, deja un consejo para los jóvenes periodistas: “Estudien la realidad con profundidad y eviten el facilismo que degrada la profesión”.
Nació en La Paz en 1929, en el seno de una familia numerosa y unida. Sin embargo, fue Cohoni –el pequeño pueblo al pie del Illimani donde pasaba sus vacaciones de infancia– el lugar que marcó su sensibilidad social. Allí observó de cerca la desigualdad y el abandono estructural que afectaban a gran parte de la población. Esa experiencia temprana lo acompañó siempre y le enseñó a mirar la realidad desde sus expresiones más directas.
Desde joven desarrolló una relación intensa con la lectura. Autores como Tamayo, Diez de Medina, Reynolds, Alcázar y Guachalla le ofrecieron herramientas para comprender la identidad nacional y despertaron en él el impulso de escribir. Ese hábito no se interrumpió ni siquiera cuando su vista comenzó a fallar. Para él, leer sigue siendo parte inseparable de su vida intelectual.
“Leer y escribir se convirtieron para mí en una parte importante de interpretar lo que sucede en el país y en el mundo”, afirmó cuando lo visité recientemente en su casa. Y añadió que esa tarea debe ir acompañada de “reflexión, honestidad y cuidado”, con una apuesta permanente por la justicia y la transparencia en la vida cotidiana.
Sus estudios en filosofía y economía reforzaron una manera de pensar abierta y rigurosa. La filosofía le aportó reflexión ética y capacidad de análisis desde distintas perspectivas; la economía, comprensión sobre la pobreza, el subdesarrollo, la dependencia internacional y las crisis que marcaron a Bolivia durante décadas. Esa combinación se reflejó luego en su trabajo periodístico.
Llegó al periodismo impulsado por la idea de servir a la sociedad a través de los medios. Se formó junto a periodistas de reconocida solvencia ética y técnica, y de esas experiencias fue construyendo un estilo claro, reflexivo y orientador.
En un país atravesado por golpes de Estado, dictaduras, crisis económicas y transiciones políticas, su voz fue ganando peso. Sus columnas ofrecían contexto, memoria y criterio en momentos en que esos elementos escaseaban, y fueron leídas por públicos diversos: empresarios, estudiantes, políticos, académicos y ciudadanos comunes.
Su trayectoria incluyó también una amplia experiencia internacional. Durante veinte años fue corresponsal de opinión para Canterbury Press, en Londres, y colaboró con la agencia Jhata.
En Bolivia asumió responsabilidades clave: en 1965 dirigió Novedades; entre 1986 y 1989 estuvo al frente de Presencia, periódico del que fue cofundador; y entre 1989 y 1990 dirigió Última Hora, en un periodo de profundas transformaciones nacionales. También fue coordinador editorial en El Diario, donde sus editoriales influyeron de manera significativa en la línea del medio.
Paralelamente, ejerció como catedrático universitario, conferencista en países de América, Europa y Asia, y Miembro de Número de la Academia Boliviana de la Lengua.
Su esposa señala que en todos esos espacios se distinguió por el trato respetuoso, la vocación formadora y la coherencia personal.
Los viajes le permitieron entrevistar a líderes políticos de distintos continentes, ampliando su mirada en tiempos en que el acceso a la información internacional era limitado. Recuerda con especial orgullo su audiencia privada con el papa Paulo VI y muestra la fotografía que conserva de ese encuentro. También participó en foros de prensa y seminarios diplomáticos.
Su obra llamó la atención de Luis Ramiro Beltrán Salmón, uno de los teóricos de la comunicación más influyentes de América Latina. Beltrán estudió su producción y la calificó como una “hazaña” por su volumen y rigor constante. En el prólogo de Bolivia pendular sostuvo que Mariaca retrató como pocos el movimiento del país entre avances y retrocesos, modernizaciones truncas y regresiones autoritarias, y consideró sus artículos documentos esenciales para entender la evolución del discurso público boliviano.
Además del periodismo, asumió funciones institucionales como vocal de la Corte Departamental de La Paz hasta 2009, cargos que desempeñó con la misma integridad que marcó su trabajo escrito.
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