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Sociedad | 19/11/2025   18:50

Agua, llanto e incertidumbre: crónicas tristes de la riada

Testimonios de los afectados por las inundaciones y desbordes de ríos en Santa Cruz, pintan la real magnitud de la tragedia humana.

Dos comunarios observan los daños en Samaipata. Foto: ABI.
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Brújula Digital|19|11|25|

La gente está desesperada. Muchos se quedan ya sin comida y agua, otros no pueden realizar sus labores agrícolas o comerciales y la platita se acaba; y lo peor, hay un par de familias que aún no hallan a sus seres queridos desaparecidos. El panorama en al menos 23 municipios y comunidades cruceñas, aisladas por las riadas e inundaciones, se agrava a medida que llega el cuarto día de emergencia.

Samaipata y pueblos cercanos, pero también otras regiones del Norte Integrado siguen bajo lodo, cuando no con varios centímetros de agua y escombros en calles, patios y viviendas. El gobierno nacional, a la cabeza del presidente Rodrigo Paz, ya empezó a llevar vituallas y víveres, y anunció ayuda en diferentes niveles, pero en el día a día, hora tras hora que pasa, en los pueblos y caseríos, nada de esto parece ser consuelo.

Basta un repaso a los testimonios de los damnificados, recogidos por diferentes medios de comunicación, para valorar el desastre natural en su real dimensión.

Eustaquio Casillas, alcalde de Samaipata, pinta un panorama preocupante: “entre el Estado, los municipios y la gente privada están colaborando para lograr el reencauce la quebrada (...). Otro golpe ha sido la fuga del gas en Cuevas, hay mucha gente parada en el sector y es un problema porque no está llegando alimento ni combustible”, contó a El Deber.

De pronto, las palabras más desgarradoras las dio don Noel Hinojosa que, a sus 87 años, aún sigue buscando a su esposa Ramona, a quien no pudo sujetar cuando la riada los sorprendió la madrugada del pasado lunes en Achira: “la riada me ha quitado todo. No tengo nada… Estaba durmiendo y se reventó. Cayó un listón del techo… Lo vi que se iba a venir encima de mí, me botó, y el agua ya entró. Me tumbó de espalda y me sacó afuera, envuelto en ramas y palos”, declaró a Red Uno.

Un comunario de Samaipata que sobrevivió al desborde, relató entre lágrimas a Bolivia TV: “Entré al barro y al agua y logré salir de la casa. Justo había un árbol y me subí; permanecí ahí durante dos horas, esperando que bajen las aguas. Logré bajar y ponerme a buen recaudo”.

Pero, tras el shock de la riada, la tragedia no pasa; es más, se intensifica ante la magnitud del desastre y las pocas esperanzas de una pronta respuesta y solución. En redes sociales circuló fugazmente –no se la halló más para una tercera mirada– la filmación casera de una reunión de mujeres en una de las comunidades de Samaipata. Quien portaba el celular dio el nombre del pueblo (ininteligible) y dio la fecha: “martes 18 de noviembre”. Luego, el diálogo transcurrió más o menos así. “Si no nos organizamos, peor va a ser… Participen, señoras: ¿olla común?, ¿turnos?, ¿aportes voluntarios?, ¿qué ideas tenemos?”, propone una mujer de edad, con ropa de enfermera. Alrededor, como apenas deja ver el breve video, media docena de mujeres escuchan y toman la palabra, a veces sobreponiéndose entre sí, en lo que parece ser una escuela: “pero qué vamos a dar, o aportar, doña… si todo se lo ha llevado el río”, dice alguien. “Sí, no sabemos qué vamos a comer mañana, y ni siquiera agua ya tenemos”, alega alguien más… y la imagen se va deteriorando hasta que se corta.

Alcaldías, gobernación y el gobierno central envían cuadrillas de trabajadores, maquinaria, víveres, e incluso brigadas médicas. Toda ayuda es valiosa, pero, por momentos, insuficiente para paliar el dolor y la impotencia ante las pérdidas.

BD/MZS



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