La verdadera respuesta está en reconstruir los lazos de empatía, respeto y acompañamiento que sostienen a la comunidad educativa, para que la escuela –física o virtual– sea siempre un lugar donde cada niño se sienta seguro para aprender y ser.
Brújula Digital|30|10|25|
Isabel Larrazabal
No es un secreto que en los últimos años el acoso escolar ha ido en aumento, fenómeno que se relaciona con la pérdida de valores en la sociedad y con diversos factores de tipo familiar, social y educativo.
Una de las causas que puede influir en este problema es la estructura familiar: en los hogares monoparentales, donde uno de los progenitores asume simultáneamente el rol de proveedor y cuidador, el tiempo de convivencia y acompañamiento con los hijos suele ser limitado. Esta situación puede afectar la formación integral del niño y su desarrollo como un individuo proactivo dentro de la sociedad.
En este contexto, surgen posibles consecuencias que pueden manifestarse de dos formas: el hijo podría convertirse en acosador o, por el contrario, en víctima de acoso. Este temor, presente en madres y padres preocupados por la formación integral de sus hijos, los lleva a buscar alternativas que garanticen su seguridad y bienestar.
Una de las opciones que ha cobrado fuerza en los últimos años es la educación desde casa o educación virtual. Cada vez es más común que las familias opten por esta modalidad, a pesar de que no se encuentra plenamente reconocida ni regulada dentro del marco legal establecido por la Le Avelino Siñani–Elizardo Pérez.
Como medida de protección, muchos padres optan por que sus hijos estudien desde casa. Aunque esta modalidad limita la socialización, el aprendizaje colaborativo y ciertas experiencias formativas, que surgen en la interacción presencial, también ofrece beneficios importantes. Entre ellos, la reducción de distracciones, como el ruido del aula o las interrupciones constantes, y la disminución de riesgos físicos o emocionales, como el acoso escolar, los robos o las agresiones en el entorno educativo.
No obstante, la educación a distancia tampoco está libre de amenazas: la exposición continua a internet puede derivar en ciberacoso o en el acceso a contenidos inapropiados, violentos o que promuevan conductas perjudiciales.
En la actualidad, internet ofrece “nichos” y comunidades virtuales de todo tipo, capaces de adaptarse a cualquier interés o ideología. Basta con una breve búsqueda para encontrar espacios en los que las personas se sientan comprendidas o aceptadas. No obstante, cuando estos entornos carecen de supervisión adulta o acompañamiento educativo, pueden convertirse en verdaderas amenazas.
Surge entonces la pregunta: ¿qué piensan realmente nuestros jóvenes? ¿Existen ideas o inquietudes que no comparten con sus familias por temor a ser juzgados y que terminan reforzando en comunidades virtuales con ideologías inadecuadas? Lo preocupante es que no se puede garantizar que el contenido que consumen los adolescentes sea completamente saludable. Difícilmente podríamos afirmar que siquiera el 80% de lo que encuentran en línea resulta apropiado o formativo.
No se trata de “satanizar” la educación virtual, pues esta autora reconoce el gran potencial que ofrece estudiar desde casa, en un entorno donde uno puede sentirse cómodo y seguro, tal como sucede al escribir este artículo. La virtualidad constituye, sin duda, una alternativa valiosa dentro del panorama educativo actual; sin embargo, no puede considerarse una solución definitiva frente al acoso escolar ni frente a los desafíos sociales que este conlleva.
Hemos olvidado que la educación y la formación de los jóvenes son responsabilidades compartidas. El hijo de nuestro vecino también forma parte de nuestra comunidad y su bienestar nos concierne a todos. Tal como recuerda el conocido refrán: “El niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto, quemará la aldea para poder sentir su calor”.
En una sociedad cada vez más individualista, hemos dejado de lado la idea de colectividad y el compromiso con la formación integral de las nuevas generaciones. Los niños y jóvenes poseen una mente altamente plástica, moldeable por las experiencias y vínculos que establecen con los adultos y con su entorno; por ello, cada interacción con ellos deja una huella significativa en su desarrollo emocional y social.
La educación a distancia puede brindar un respiro temporal ante el acoso escolar, ofreciendo a muchos niños y adolescentes la calma, que a veces les niega la escuela tradicional; sin embargo, aislarlos no soluciona el problema, solo lo traslada a otros espacios. La verdadera respuesta está en reconstruir los lazos de empatía, respeto y acompañamiento que sostienen a la comunidad educativa, para que la escuela –física o virtual– sea siempre un lugar donde cada niño se sienta seguro para aprender y ser.
La tecnología puede facilitar el acceso al conocimiento, pero solo el compromiso humano puede formar corazones solidarios. Tal vez la verdadera pregunta que debamos hacernos no sea si la educación a distancia puede proteger a nuestros jóvenes del acoso, sino ¿qué tipo de sociedad estamos construyendo para que ellos ya no necesiten esconderse para sentirse seguros?
Isabel Larrazabal es presidenta de la Sociedad Científica de Estudiantes de la Carrera Ciencias de la Educación de la Universidad Mayor de San Andrés.