El periodismo ha estado históricamente ligado a la conformación política y social del país, actuando tanto como herramienta de poder como medio de expresión ideológica y transformación.
Brújula Digital|06|08|25|
Carlos D. Mesa Gisbert
La historia del periodismo y la de la República de Bolivia van de la mano, pero antes que nada cabe la pregunta de si no estamos ante un equívoco de interpretación sobre lo que fue la construcción y vigencia del periodismo tal como la entendemos hoy y las expresiones de esta disciplina en los albores de la República.
Para ello es fundamental entender el giro histórico que marco el 10 de octubre de 1982 en el afianzamiento de las bases de lo que es una sociedad libre, plural, con alternancia de ideas, en la que es posible contraponer posiciones. Bases que se cortaron abruptamente en 2006. El periodo de oro de la democracia expresada en la tarea libre de los medios de comunicación fue el periodos 1982-2006, en el que tuvimos un conjunto de medios, y menciono —no con modestia, como una constatación— el aporte que hicimos desde PAT como medio de televisión plural, como que fue capaz de establecer una distancia crítica y un compromiso sin militancia partidaria. Sí como militante de la palabra sin mordazas. Referencia imprescindible para entender el pasado.
¿Cuál es el equívoco? El equívoco es la interpretación de lo que se entiende por verdad. Siglo XIX. Escribo un libelo, un folleto, un pasquín, un pronunciamiento, un artículo, un editorial, desde mi visión como militante de una determinada verdad, específicamente la visión de la verdad entendida como motor de una transformación histórica como la que vivió toda América Latina, cualquier país que nació a la vida independiente, proclamando y defendiendo valores que había que plantar, aplicar, profundizar y que afirmar de manera categórica.
El ejemplo mencionado por Juan Carlos Salazar, a partir de la creación del periódico El Cóndor de Bolivia, es una expresión perfectamente clara del debate sobre ética y verdad. Si el presidente de Bolivia Antonio José de Sucre era el verdadero director del Cóndor de Bolivia, está claro que el Cóndor de Bolivia no tenía una visión objetiva y/o independiente del poder. Es que no tenía la intención de expresar esa objetividad y esa distancia, por el contrario, tenía la intención de difundir un conjunto de ideas sobre la base de valores esenciales que no eran compartidos por una sociedad de tradición e historia colonial. De lo que se trataba era de plantar el concepto de la libertad, del liberalismo político, de la construcción de una sociedad de iguales a través de la ciudadanía, además del liberalismo económico. Esos eran los valores que defendía el Cóndor de Bolivia, contra otros a partir de una visión de la verdad, y del cambio revolucionario. Si dijéramos hoy que el presidente de la República es el verdadero director del periódico más importante del país, dicha evidencia sería motivo de un gran escándalo, y no es que tal cosa no haya ocurrido más de una vez. Pero el dato en torno a Sucre tiene que entenderse en la lógica de la legitimidad de ideas de transformación y de construcción de nuevo paradigma que justifique la independencia, que tenía que ser reafirmado desde el periodismo.
El periodismo, en general en el transcurrir de la República ha sido un periodismo vinculado a la polarización, a la confrontación de ideas que como subraya Robert Brockman al mencionar a una figura paradigmática como Carlos Montenegro, que definía el mundo de la política y el del periodismo, con una rabiosos subjetivismo revisionista. En un universo absolutista de blancos y negros. Es que Montenegro era un revolucionario, no buscaba en su obra clásica Nacionalismo y coloniaje la relación descriptiva o fáctica de una historia del periodismo boliviano. Lo que Montenegro buscaba era la destrucción de un modelo de pensamiento y la construcción de otro. La historia cuestionaba el modelo liberal y sus próceres. El liberalismo que habían defendido Sucre, Bolívar y en parte Santa Cruz, era denostado por Montenegro desde la visión nacionalista en la dicotomía imperativa entre “nación y antinación”. El nacionalismo como centro, como farol para la construcción de un espacio para la edificación de un nuevo país.
Cuando hablamos de Montenegro como referente —que lo es— de la crítica a la historia, hablamos de alguien que reinventó la historia. El periodismo también ha sido más de una vez coadyuvante de la reinvención de la historia. Ha sido contrapoder, pero también cómplice del poder, o sometido al poder. En un péndulo ha contribuido a la construcción de ideas benéficas como a su destrucción. La destrucción de ideas apoyada en la negación del pasado nos lleva a perder nexos con nuestras raíces diversas.
Además de esa polarización es imprescindible mencionar algo muy importante: el periodismo defendió ideas, pero también intereses y al poder per se. Esa realidad se mantuvo a lo largo de toda nuestra historia. Realidad que se contrapone a una noción medular del periodismo en la teoría contemporánea, es su rol como contrapoder. El secreto para que una democracia funciona es que tenga límites. Los límites son los únicos que pueden brindar freno al poder irrestricto, total (“el poder total corrompe totalmente”. Parte central de esos límites está en la existencia del periodismo entendido como contrapoder, que le pone límites, como un mecanismo de defensa de valores colectivos, de conciencia y de ciudadanía.
Irónicamente, en los años de nuestra independencia, la batalla por la imposición de un modelo liberal republicano, llevó a la polarización total. Nada muy diferente al desafío de hoy que nos impone luchar por la recuperación de los valores republicanos. En ese escenario es un absurdo debatir si somos República o Estado Plurinacional, ya que en los hechos, la Constitución reconoce claramente la existencia de un modelo republicano esencial, que es la base de la construcción de una sociedad plural y de ciudadanía. Otra cuestión es la necesidad urgente de hacer reformas en muchas partes de la CPE que son inaceptables e inviabilizan caminos imprescindibles en los económico, político y social hacia la concreción de una sociedad libre y plural.
Estamos viviendo una crisis muy profunda, dramática, que tiene que ver con la polarización traducida en: tú o yo, todo o nada, amigo o enemigo. Discurso que ha destrozado las instituciones democráticas. Tenemos que recuperar un Estado que ha sido destruido, corrompido, envilecido de manera increíble, hasta límites insoportables en los últimos 20 años. El Estado como medio, no como fin, como cimiento institucional, no como razón de ser de la nación.
Se podrá hacer una crítica de la naturaleza que se quiera al proceso democrático de 1982 al 2006, que tuvo muchos defectos, pero que era plural. Durante veinte años se acuñaron descalificaciones que acabaron penetrando en el subconsciente social. La palabra “neoliberal” como un estigma. El pacto como pecado, la negociación como delito, el acuerdo como rendición. En ese contexto, la construcción de espacios de diálogo, que son fundamentales en los medios de comunicación, ha perdido fuerza: o por presión del gobierno, o por alineamiento con este o por la frivolización de sus contenidos en desmedro de sus principios.
Estamos enfrentando una crisis que marca los hitos fundamentales del proceso histórico boliviano. El periodismo que comenzó reivindicando el liberalismo como forma de vida política, social y económica, retrocedió al ser instrumentos del poder de turno en unos casos, y en otros, cuando era crítico sufrió ataques y censura a través de mecanismos como el conocido “empastelamiento” de las impresoras de periódicos. Algunas veces “polígrafos”, periodistas o líderes de opinión, al pasar a la política, amordazaron a quienes expresaban críticas a sus acciones, en actitudes contrarias a las que habían defendido desde el llano. Es un caso notorio, por ejemplo que Bautista Saavedra, en cuyo gobierno se aprobó la Ley de Imprenta de 1925, haya sido uno de los presidentes más a la censura de prensa. La paradoja. Un camino cuando estás contra el poder y otro cuando actúas desde el poder.
Los medios han estado muchas veces vinculados al poder, no para defender ideas que son esenciales para la libertad y la democracia, sino simplemente para la imposición de consignas que son repetidas todos los días, para horadar la mente de los ciudadanos con base en medias verdades o mentiras flagrantes
Estas complejas contradicciones deben analizarse en varios ámbitos, empezando por la educación, en la enseñanza de la historia, en el rol del periodismo en esa compleja combinación que recupere, cuando toca, la historia larga. En esa ruta, no podemos menos que darle valor al testimonio -que será historia- de lo inmediato, de los cotidiano, de la historia que se hace día a día. A lo largo de estos doscientos años hemos contado también con medios del más alto nivel como Presencia, El Diario, La Razón (ambas, la antigua y la nueva), El Deber, Los Tiempos, Página Siete medios de comunicación radiales como Altiplano, El Cóndor, Panamericana, Fides, Cristal, Santa Cruz, Centro medios de televisión como ATB, Uno, Unitel, PAT, anclados en la pluralidad
Ahora bien, hoy: ¿estamos formando un periodismo de renovación o estamos enfrentando un proceso de desmantelamiento del periodismo como lo conocimos? ¿Qué es lo que tiene valor en este tiempo? El espectáculo por encima del contenido, la noticia escandalosa por encima de la noticia verídica.
Cuando Lupe Cajías dice “todavía la prensa escrita es lo más confiable” tiene razón. Pero, ¿cuántos de nuestros ciudadanos leen noticias y las buscan para verificar una noticia dudosa?, su vínculo con la realidad o está más cerca de la IA, el reel, el tik tok que con los medios tradicionales y el formato escrito, aún aquel que se publica en línea.
La búsqueda de la verdad es defendida y reivindicada por medio serios, por ejemplo, la que hace Brújula Digital junto a otros ya citados. Otros menos serios han entrado en la lógica de sumarse al poder, un mar gigantesco que está rodeándonos y está destruyendo los elementos centrales que costaron dos siglos construir.
En cuanto al soporte material del periodismo contemporáneo, un gran desafío es si el papel va a sobrevivir. El libro como soporte sobrevive y sobrevivirá. Pero si analizamos lo que está pasando con la prensa escrita, la mayor parte ha tenido que dejar de imprimir el periódico, o lo hace un par de días a la semana, y ha entrado en el mainstream. El imperativo es el periodismo en línea que combina lo escrito, lo hablado y lo audiovisual. Cambia la forma pero, en general, no el contenido, el medio es el mismo pero adecuado a loa desafíos tecnológico de hoy.
Desde el tiempo de Monteagudo, Moreno o Pazos Kanki a ha pasado mucha agua, aunque en el costo-beneficio, el beneficio es mayor que el costo. El periodismo en Bolivia ha sido parte intrínseca e indisoluble del poder confrontado, del poder interpelado y puesto en evidencia en sus excesos.
No podríamos comprender la política boliviana, la historia de la República, sin el periodismo militante y polarizado; como opinión, como afirmación ideológica, como promotora de proyectos, así como testigo y difusor de los hechos tal como acontecieron.
La militancia cerrada y comprometida con valores —cuando creo que la verdad que defiendo es la que tiene que difuminarse para construir el espacio republicano—, estoy aportando una mirada conceptual que justifica, no la objetividad, sino la difusión de verdades absolutas. Esa base hoy día es cuestionada, como es cuestionada la objetividad de un periodismo amparado en la neutralidad. No existe neutralidad en el periodismo. Ni puede existir. Lo que debe existir es compromiso con la conciencia, con los valores que nos definen, con los valores republicanos.
creo que lo que tenemos que recuperar es la palabra “República”, en tanto se hace imperativa y esencial en la defensa de los valores republicanos que han intentado ser destruidos en estos veinte años de gobiernos del MAS. Como proyecto y acción de hegemonía política, el masismo ha sido nefasto para la preservación de esos valores, porque ha buscado minarlos en su parte esencial. Tenemos que recuperar la convivencia y reconciliación social, la ciudadanía, la igualdad, la confrontación de ideas con ideas, el pluralismo, en suma. Volver a la negociación política, al pacto, al acuerdo, a la construcción de un espacio común, a partir de medios de comunicación que recuperen su papel de interpelación, denuncia y transparencia del poder y los poderosos ante la opinión pública
Pero la debacle no es solamente el mazazo y el martillazo masista , la realidad económica, de falta de financiación de los medios de comunicación, y de esa visión idealista que se tuvo hace 30 o 40 años, cuando comenzaba el internet, de que finalmente íbamos a democratizar la comunicación, y que todos íbamos a ser, no solamente el receptor y el sujeto pasivo de la noticia, sino un mensajero universalizado.
Ese mensaje “en manos de todos”, se volvió un pantano peligroso y oscuro en el que todo es posible, todo es válido, todo se asimila y todo es permitido. En ese contexto, a veces el fondo es la forma. Si hoy día nos acercamos al periodismo cotidiano, el “carajo” y el “mierda” parecen ser parte del lenguaje cotidiano de los medios con la coartada de recuperar el lenguaje coloquial para estar “más cerca de la gente”, y lo que hace en realidad es devaluar el contenido de las ideas, perder su base de construcción de ideas elaboradas con serenidad, para irse atornillando a las formas más agresivas y más descalificadoras, vistiendo la falta de ideas con adjetivos.
Estamos perdiendo la esencia del periodismo serio, trabajado, pensado y de investigación, que tiene todavía algunos representantes valiosos, pero que se ve ahogado por una masiva tendencia a lo breve, instantáneo, superficial, frívolo y amarillista..
Creo que es ese equívoco sobre la verdad, asumiendo como tal una determinada verdad absoluta, cuando se hace un seguimiento de la historia de la República, no se puede entender sin la historia del periodismo. Porque el periodismo fue el arma de trabajo del día a día de gobiernos, de regímenes, de pensamiento, de ideas políticas y de corrientes que fueron construyendo espacios históricos con una supuesta validez absoluta.
Era perfectamente entendible que el conservadurismo tuviera el protagonismo entre 1880 y 1899, que el liberalismo fuera el partido dominante, hasta la Revolución del 52, que el nacionalismo revolucionario tuviera la fuerza que ha tenido como un tatuaje histórico, con sus luces y sombras, pero su paso y declive fue víctima de la inescapable tiranía del tiempo y la circunstancia. Entenderlo así es necesario para relativizar posiciones dogmáticas en torno a roles indefinidos y posiciones supuestamente infalibles. Por eso es imperativo entender y relativizar algunas cuestiones que se pensaban “innegociables”, sin perder de vista aquello que sustenta los principios de una democracia real.
Creo que periodismo, historia y república son una sola cosa. Protagonistas políticos y periodistas también son, en muchos sentidos, una sola cosa. Escribe alguien que ha sido presidente de Bolivia, que es periodista. Tenemos casos concretos, como Raúl Salmón o Carlos Palenque, que han hecho periodismo y política militante; y presidentes como Bautista Saavedra —al que mencioné— o el propio Mariano Baptista, prueban ese lazo indisoluble al que hice referencia en estas líneas.
Lupe decía con mucha razón y también lo mencionaba Robert, que en una nación en la que la construcción revolucionaria de 1781 no tenía la palabra escrita y no tenía el alfabetismo como compañero, frente a lo que fue la construcción del proceso independentista de 1809, marca una evidencia. El ser una sociedad mayoritariamente no alfabetizada durante gran parte de nuestra vida como país, tiene que ver también con la construcción de los espacios de confrontación y de dolor que vivió la República a lo largo de su historia. Y eso tiene que ver con el periodismo. Es una reflexión válida porque enfrentamos aguas turbulentas, probablemente las más turbulentas en la historia del periodismo, y es un desafío gigantesco, que ojalá se concrete con un cambio de régimen que ayude a recuperar la verdadera democracia. Si seguimos con el masismo, vamos a tener que seguir dando una batalla que nos lleva a una agonía absolutamente inaceptable. El periodismo, en ese contexto, debe jugar un papel fundamental de esclarecimiento en el seguimiento y puesta en evidencia de los límites del poder en el margen de la ley y la justicia.
Carlos Mesa es periodista y escritor. Fue vicepresidente y presidente de Bolivia. Texto pronunciado en la UCB en ocasión de la cátedra Luis Ramiro Beltrán.