Bolivia no solo ha caído en sarampión, ha retrocedido en casi todas las enfermedades inmunoprevenibles. En pleno siglo XXI, este retroceso es una aberración.
Brújula Digital|11|07|25|
Javier Torres Goitia Caballero
Los recientes casos de sarampión en el Estado Plurinacional de Bolivia no son producto del azar ni de factores imprevistos. Son la consecuencia directa de la falta de acceso real de la población a vacunas que, en cualquier país con un Estado responsable, están garantizadas para todos sus ciudadanos.
Cualquier intento de explicar este brote mediante tecnicismos o excusas administrativas, por parte del Ministerio de Salud y Deportes, no es más que una burda mentira política. Basta recordar que hasta el año 2003, las coberturas de vacunación contra el sarampión superaban el 93% en primera dosis y el 80% en segunda dosis. A partir de entonces, las estadísticas comenzaron a ser manipuladas –como ha ocurrido en otros países sometidos a la hegemonía del llamado Socialismo del Siglo XXI y de la narcopolítica latinoamericana–, ocultando un deterioro paulatino del sistema de inmunización.
Bolivia vuelve a presentar un brote significativo de sarampión como no se veía desde antes de 1983. Y eso, pese a que gracias a las campañas iniciadas ese año y sostenidas hasta 2003, como una prioridad de Estado, el país estuvo más de dos décadas libre de esta enfermedad, tal como lo certifican organismos internacionales.
Lo más inaceptable es que entre 2003 y 2019, Bolivia recibió más de 61 mil millones de dólares por ingresos provenientes de la capitalización de empresas petroleras. Se trató del mayor ingreso económico en la historia contemporánea del país. Sin embargo, esos recursos no se tradujeron en inversión estructural ni en el fortalecimiento de la salud pública. Se dilapidaron en gastos clientelares, corrupción y propaganda, sin generar un verdadero bienestar para la población.
Recién ahora, las autoridades parecen redescubrir que vacunar es necesario. Pero eso es algo que se hacía de forma sostenida y eficiente hasta 2003. Hoy llegamos tarde, y lo estamos pagando con la salud de nuestros niños y niñas.
Lo más doloroso es constatar que, pese a que el discurso político de Evo Morales, Luis Arce, Andrónico Rodríguez y otros jerarcas del “proceso de cambio” aseguraba que “primero está la gente, sobre todo los excluidos”, la realidad muestra exactamente lo contrario. Son los excluidos y los más pobres quienes hoy están más enfermos, más marginados, y más desprotegidos.
¿Qué se ha hecho entonces en casi dos décadas de gobierno? Nada sustancial. No se construyó un sistema de salud sostenible, ni se garantizó la vacunación universal. Lo que sí hemos visto es discurso, robo, mentira y corrupción.
Bolivia no solo ha caído en sarampión, ha retrocedido en casi todas las enfermedades inmunoprevenibles. En pleno siglo XXI, este retroceso es una aberración. Un país que entre 1983 y 2003 fue líder en el control de enfermedades prevenibles, hoy es ejemplo del abandono de su salud pública.
Javier Torres Goitia Caballero fue Ministro de Salud y Deportes.