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Política | 12/02/2024   05:18

|OPINIÓN|Sobre el desarrollo de Bolivia, respondiendo al colega Diego Ayo|Loreto Correa|

Puerto de Arica a mediados del siglo XX. Foto: Empresa Portuaria Arica

Brújula Digital|12|02|24|

Loreto Correa

En una reciente columna denominada “Chile y la isla boliviana” el cientista político Diego Ayo ha afirmado que Bolivia es más pobre que Chile por su condición mediterránea. La verdad es que su análisis debe ser revisado con cuidado, porque producto de esta lectura de la realidad, los bolivianos antes y ahora endilgan en Chile la responsabilidad de su desarrollo.

Lo primero que debo decir es que el argumento ni es nuevo ni obedece a un exabrupto del colega, a quien considero. Esto ha sido esgrimido por políticos, analistas, diplomáticos, economistas y muchísima gente en Bolivia e incluso fuera de ella. La hipótesis de fondo de esta afirmación es que Bolivia no comercia con el mundo porque no tiene mar o porque no tiene acceso a él. En esa línea, los países vecinos a partir de la guerra del Pacífico son responsables de la “suerte económica” de Bolivia y por eso, es que su economía es tan pobre o muy desmejorada frente a las demás de la región. Habrá que decir que esta es una visión colectivamente acicalada por muchos gobiernos, por políticas de Estado y que además se enseña en las escuelas bolivianas. Cuando se explica esto en el exterior, a las personas les cuesta creer el asunto y surgen las siguientes preguntas: ¿Acaso Chile le impide el comercio a Bolivia? ¿Acaso Chile le pone trabas al comercio boliviano o le cobra impuestos a Bolivia? ¿Acaso Chile tiene una política de Estado que busque atacar, menoscabar o desprestigiar el comercio de Bolivia? Las respuestas a estas preguntas u otras similares son un rotundo “no”.

Chile no es superior a Bolivia

Su territorio es de 756.000 kilómetros continentales, de los que la mitad son un desierto y un tercio son islas dispersas en zona fría. Bolivia tiene más de un millón de kilómetros cuadrados.  Chile tiene casi 20 millones de habitantes. Bolivia tiene algo más de 12 millones. Chile tiene 4.500 kilómetros de costa, cierto. Bolivia no tiene ninguno. Pero los puertos de Chile ni se ubican entre los más importantes de la región ni son un dechado de modernidad: cumplen su función, permitir la salida de mercancías, pero no se crea que esto tiene alguna ventaja logística superior a la que traen las mercancías de Bolivia que salen por Arica, Iquique o Antofagasta. ¿Entonces, cuál es el problema? El problema son las excusas y la ausencia de pragmatismo de Bolivia.

Chile, desde su formación (1818) ha puesto el comercio internacional entre sus prioridades. De las primeras cosas que se hicieron con O’Higgins fue abrir el comercio exterior. Ello, porque las élites chilenas tenían hambre de salir al mundo. Esa hambre llevó a la instalación de comerciantes ingleses y norteamericanos en los puertos; luego, fueron esos los que se ocuparon del comercio. Pero el país brindó algo a esta gente: certeza jurídica, institucionalidad y respeto a la propiedad privada. En Chile, el experimento socialista en ningún momento de la historia (1930 o 1970) ha funcionado. Cuando Allende nacionalizó el cobre (1971), la International Telephone and Telegraph Company (ITT) y otras, el país se fracturó por completo. En síntesis: Chile no acepta la nacionalización, la subyugación de la iniciativa privada o la limitación de la libertad comercial en ningún momento de su historia.

Esto, por favor, no vaya a entenderse como que la economía chilena es magnífica, como que los problemas sociales no existen o que el abuso de hacendados, empresarios o industriales no ha existido. Claro que ha existido, y por eso ha habido quiebres atroces, pero lo que cualquier chileno, de cualquier época no va a aceptar es que le digan que no puede tener libertad de emprendimiento. Tampoco aceptará que el Estado le regente su vida económica. Si hoy Chile tiene un gobierno de izquierda, ello obedece a una fractura política que, en parte, tiene que ver con los abusos, pero en otra parte es un recambio generacional de las élites que no cuestiona el libre comercio, lo que cuestiona es que el libre comercio se lo devore todo.

Por último, lo que el país sí ha hecho de manera sostenida desde hace medio siglo es invertir en su inserción en la economía mundo. Eso no pasa por comercio, pasa por las inversiones y pasa también por los ajustes fiscales y tributarios para no interferir con la economía. Y cuando hablamos de invertir, estamos hablando de gastar dinero para estar afuera, para tener oficinas comerciales y para atraer inversiones. Para tener un ambiente jurídico comercial seguro y propicio al capitalismo internacional, con resguardos. Esto suena fácil escribirlo, pero la verdad es que no ha sido nada de simple gestionarlo.

Finalmente, un tema no menor, pero que deja un amargor en la economía chilena: el tema indígena. En este último aspecto, existen problemas estructurales en la macrozona sur que no han sido fáciles de manejar y que son un desafío a la integración económica de estas regiones: Biobío, Araucanía, Los Lagos y Ñuble, pero ello, en ningún momento pasa ni porque el Estado controle esas regiones o las “venda” o entregue al mundo indígena. Este es un tema país que está en evolución, y a mi entender sin pronostico aún.

Vamos a Bolivia ahora

Desde la independencia de Bolivia, la naciente república dedicó años a mantener el tributo indígena como sustento del erario fiscal. Cuando se produjo la Confederación (1836) y se unieron los Estados nor y sur peruanos, la economía no cambió respecto de la Colonia. Se produjo una unidad ficticia de territorios sin modernización ninguna. Pasada la guerra (1836-1839), pasada la Guerra del Pacífico (1879-1873), a Bolivia le entró un prurito insalvable respecto de su inserción en la economía internacional. Sin embargo, ni la goma ni el estaño cambiaron en forma alguna su carácter extractivista y su inestabilidad política (Guerra Federal 1898-1899) fue la causante de la debilidad política interna sostenida, de la fractura entre las regiones y lo que es más complejo, de la incorporación de sus gentes al mundo occidental.

La Guerra del Chaco (1932-1935) unió al país. Pero no consiguió un cambio de modelo económico, ni mucho menos. La excepción a ello la tenemos en Santa Cruz. Solo esa región ha insistido por otro modelo de desarrollo. El resto del país, aboga porque sea el Estado quien la sostenga, porque sean las corporaciones locales de trabajadores quienes con su influencia ataquen el libre comercio y ataquen por ende la modernización del país. Solo la Revolución de 1952 permitió elevar la cualidad ciudadana del mundo indígena, pero las reformas agrarias o educativas posteriores no lograron adelantar a la población mestiza, menos aún a la indígena. Esto no solo tuvo consecuencias políticas, vistas en los golpes de Estado (¡33 ocasiones entre 1920 y 1982!), las idas y venidas de grupos de interés.

El real efecto, es que Bolivia no ha tenido margen para impulsar sostenidamente su desarrollo. Los gobiernos de Sánchez de Lozada (1993-1997 y 2002-2003), hoy vistos como el demonio en el poder, han sido los únicos que han buscado insertar a Bolivia en el mundo occidental. Pero hay que decirlo, la nacionalización (2006), la prevalencia del Estado y control del mismo a través del Plan Nacional de Desarrollo “Bolivia digna, soberana, productiva y democrática para Vivir Bien 2006-2010”, no ayudaron a este propósito. La estatización hizo crecer la economía, pero no cambió su estructura. El mundo no va a esperar a Bolivia. El verdadero problema país es que no existe una voluntad colectiva de progreso. El país se enreda sobre sí mismo una y otra vez en sus pugnas regionales, en su ausencia de institucionalidad y Estado de derecho. Lo que es más evidente, no se hace cargo de una visión de largo plazo que busque su inserción en el mundo occidental, donde precisamente se localiza.

La distancia a los puertos es otra cosa y en eso, en dos décadas, la inversión del Estado no ha sido la apropiada. Encima, Bolivia despilfarró la riqueza gasífera; la cumbre de la ineficiencia ha estado en la ausencia de exploración exitosa en un marco en el YFPB. Todo esto, con o sin mar. La prueba máxima de que no es la mediterraneidad la causante de los pesares no son los países ricos que son mediterráneos, como Suiza o Austria. Son países como Italia, que, si es por tener mar, deberían ser la primera potencia de Europa al igual que España, Portugal o Grecia. Pero no lo son. Y no lo son porque tienen problemas que les atrasan. Entonces, el tema está en la cabeza de quien quiere sentirse ajeno al mundo, está en la mente de quien pone una y mil trabas al comercio y critica el capitalismo, como si fuera la lepra. La mediterraneidad de Bolivia es mental.

Loreto Correa es historiadora y analista chilena.





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