Asombra ver a MacLean defender ideas que vienen de una persona contraria a lo que podría ser su ethos. Pero dejar atrás ese ancien régime es más importante, tal vez esa es la medida de un estadista como MacLean, con su trayectoria, bonhomía y reconocida estatura internacional.
Brújula Digital |09|10|23|
Miguel Papic
Sobre la crítica que hace Jorge Patiño a la columna escrita por Ronald MacLean titulada El Milagro Milei, y publicada en Brújula Digital, me cuesta ver la loa a Milei a la que se refiere Patiño. En el último párrafo de la columna, MacLean pone en la misma grilla de aversión a Bukele y Milei y deja claro que éste no es santo de su devoción.
Sin embargo, antes está el asombro y la esperanza de MacLean: que Argentina se sacuda lustros de historias mal contadas y cuentos de princesas arrulladas por descamisados y haga ese gran reset que la devuelva a la realidad e inicie el peregrinaje hacia el cambio.
Asombra ver a MacLean defender ideas que vienen de una persona contraria a lo que podría ser su ethos. Pero dejar atrás ese ancien régime es más importante, tal vez esa es la medida de un estadista como MacLean, con su trayectoria, bonhomía y reconocida estatura internacional.
MacLean, de fondo, nos hace reflexionar sobre la validez de ese viejo principio ingenieril: si algo funciona bien, no hay por qué cambiarlo. A contrario sensu, si algo no funciona (80 años en el caso de Argentina) es imperativo cambiar. Milei, según MacLean, encarna un aire fresco, que a ratos es difícil de respirar, pero reconoce que Argentina necesita cambiar y sacudirse décadas de ineficacia y corrupción.
Personalmente me sentí aludido con la alusión de Patiño a Chile y los vouchers de educación. Solo quiero agregar que ese “fracasado sistema”, como lo llama él, con imperfecciones y bemoles, ha sido responsable de la creación de la clase media más rica y numerosa (de manera proporcional) al sur del Río Grande. Esa clase media es la mejor muestra de que Chile transitó de ser un país mediocre a uno que es capaz de recibir a dos millones de migrantes en menos de nueve años, darles empleo y beneficios de salud impensados en sus países de origen.
Esa misma clase media ha permitido que, en mayo de este año, Chile colocara un bono soberano de 2.200 millones de dólares, con una demanda de tres veces el valor de adjudicación (6.600 millones de dólares) a la misma tasa a la que Bélgica o España colocan sus propias deudas soberanas.
Pero más allá de esta evidente fortaleza, lo más notable de Chile ha sido que en cuatro años ha transitado por caminos que aprobaron cambios profundos, para luego degustarlos, rechazarlos y luego hacer que los líderes se sientan en la mesa para encontrar un camino común. Sin nostalgias, pluriexcesos o socialismos de siestas trasnochadas, tan comunes en el pensamiento de los críticos del mercado que sin embargo solo han logrado exportar lo mejor de su gente en diásporas a Europa o EEUU.
Creo que el comentario de MacLean sobre Milei va en esa dirección, en destacar el valor de la libertad de emprender y el infinito potencial innovador y de creación que ofrece la libertad individual.
Hace poco escribí sobre las nostalgias que buscan dominar el discurso latinoamericano, nostalgias que vienen a ser opioides para la realidad. Allí pongo a Perón y sus descamisados, a los adoradores de su esposa Evita, a los dictadores Chávez y Maduro; a la Revolución en Marcha, de López Pumarejo, que Petro usó como guerrillero para así secuestrar, torturar y matar en nombre de la justicia social; y al marxismo comunal proclamado por García Linera, pieza de museo que algunos filatélicos de la política insisten en revivir; en la misma categoría caben las amplias avenidas y el hombre nuevo de Allende que nos recuerdan a tarjetas de racionamiento y escasez.
Milei ha identificado con claridad esas nostalgias que han afectado a su pueblo y lo que ha buscado con su discurso es sacudir a los argentinos y decirles que la libertad se conquista (libertas capitur); que el único camino es valorar el emprendimiento, lo cual es un desafío enorme, y que se requiere una transformación cultural profunda para el desarrollo económico. En consecuencia, Milei propone eliminar el Banco Central (la entidad de la que se supo hace poco contrató a una mujer que “descubre” relaciones ocultas entre números, seres vivos y fuerzas físicas y espirituales); eliminar el Ministerio de la Mujer, lo que no es otra cosa que eliminar la diversocracia, esa casta de funcionarios que velan por la interseccionalidad, la paridad, lo pluri de este mundo y las diversidades y sensibilidades. Al respecto me pregunto si no valdría más rediseñar el Ministerio de Justicia y asegurar que proteja a hombres y mujeres, y a los diferentes géneros que la sociedad decida reconocer, de manera eficaz y transparente.
Por último, me parece una sana costumbre para la sociedad que todo evento histórico se analice y pondere a luz de las investigaciones, la ciencia y la templanza que el tiempo da, y que jamás se deje como verdad monolítica grabada en piedra la visión de algunos. De igual manera, me parece adecuado discutir si fueron 20.000, 30.000 u 8.000 las víctimas de las violaciones a los DDHH en Argentina; creo importante también que autoridades que digan detentar títulos y laureles de cualquier clase sean llamados a exponerlos; me parece correcto analizar si el gasto público debe aumentar en razón de la diversidad en vez de mitigar las listas de espera de cirugía en hospitales públicos.
Por ejemplo, el efecto que el presidente Gabriel Boric logró al exacerbar la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado fue el contrario al que quiso perseguir, pero a pesar de eso tuvo un enorme valor para su país: hizo reflexionar y reevaluar las figuras de Allende y de Pinochet (indesprendible de la anterior) y sopesar los logros y fracasos de ambos, algo que hasta hace poco era imposible de hacer sin caer en frases panfletarias o credos cuasi religiosos; debemos deshacernos de las nostalgias y comenzar a hablar de la realidad.
Eso es lo que Milei está haciendo en Argentina, a la argentina, en un estilo que solo uno de ellos se podría permitir. Y ese es el milagro de Milei.
Miguel Papic es presidente de la Fundación Libertad Humana, de Chile.