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Política | 28/02/2024

|OPINIÓN|Jeffrey Sachs y la mediterraneidad boliviana|Loreto Correa|

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Foto: APG

Brújula Digital|28|02|24|

Loreto Correa

El primer momento de Jeffrey Sachs en el centro de atención boliviano se dio hacia 1985, cuando propuso una política de shock y la estabilización económica del país. Este paquete llevó la tasa de inflación de Bolivia del 24.000% a dos cifras y en esta crisis, la causa estaba en la conducción económica reciente y no en la mediterraneidad del país.

Esta receta aplicada en Bolivia se traspasó a Rusia. Sachs fue asesor del gobierno de Boris Yeltsin en Rusia de 1991 a 1994 y también asesoró a Polonia, Eslovenia y Estonia cuando comenzaban sus transiciones al capitalismo. En Polonia tuvo cierto éxito, pero a este sucedió un periodo de mayor desempleo, caída de los salarios reales y ciclos sin rumbo de descontento político. Más grave fue lo de Rusia, donde fue un completo desastre, porque los niveles de vida cayeron y la población se redujo. Sachs no se hizo cargo de sus consejos.

En el caso de Bolivia, la caída de la hiperinflación no había aliviado la pobreza de Bolivia. A fines de los años 90, protestas constantes por el intento de llevar adelante el negocio del gas boliviano a California a través de Chile, terminaron en la expulsión en 2003 de Sánchez de Lozada. Claramente a inicios del siglo XXI los bolivianos no estaban contentos con su situación. El éxito superficial de lo que se dio en llamar “terapia de shock” dejó a Sachs en una buena posición en el mercado global de conocimientos económicos, pero no como el economista estrella de la década anterior.

Entonces, su fijación con la pobreza africana y el dispendio de las economías desarrolladas lo llevaron a reflexionar en las causas finales de la pobreza de los países. Así, ya sea que se hablara de cooperación o de desarrollo, la estrategia de Sachs era la misma: El fin de la pobreza ocurriría si hay más recursos, si Estados Unidos da más dinero a los países pobres o si estos suben o no uno o dos peldaños en la escala económica. Sachs no piensa algo distinto. Entonces, la mediterraneidad tampoco está en el epicentro para Bolivia, es concomitante a otros procesos.

Pero hay más. Poco antes de la llegada de Evo Morales, Jeffrey Sachs había diagnosticado que Estados Unidos poco había hecho para brindar opciones reales a los cultivadores de coca cuyos medios de vida, en su lectura, habían sido aniquilados por la Policía bolivianas bajo supervisión estadounidense. De hecho, Sachs señaló que la creciente ira contra la erradicación era la ayuda que Evo Morales, el líder de los cocaleros, requería para convertirse en una figura nacional y presidencial. Esto, porque el dinero que daba Estados Unidos era una miseria: “Si se quiere abordar esto de manera sostenible, es necesario tener un enfoque sostenible”, dijo Sachs al New York Times cuando se le informó sobre el aumento en la producción de coca. “Si crees que puedes resolver esto militarmente, entonces estás equivocado”, agregó. Sachs explicaba así en 2005 que los programas de desarrollo alternativo financiados por Estados Unidos equivalían a una “inversión ridículamente pequeña” que no puede reemplazar el cultivo de coca. En defensa de Estados Unidos, el Departamento de Estado sostenía que los programas, que sumaban un total de 212 millones de dólares en una generación, habían ayudado a miles de familias a cambiar a cultivos legales. Nuevamente, y para inicios del siglo XXI Sachs tampoco alude a la mediterraneidad como responsable de la crisis boliviana. Que cite la mediterraneidad no es lo mismo que diga que es responsable del retraso del país, como algunos insisten en querer ver las cosas.

Corolario. Existe una vasta lista de economistas que se han ocupado y ocupan de la mediterraneidad internacionalmente, porque es la realidad de varios Estados. La mayoría extrapola datos aludiendo al crecimiento económico y al PIB per cápita de los países sin litoral o peor aún, crean construcciones empíricas o métodos regresivos –que incluyen imaginar qué habría pasado si Antofagasta hubiera seguido siendo boliviana y no chilena– respecto de la mediterraneidad y sus supuestos efectos, estudios que, a nuestro parecer, más que contribuir a solucionar las dificultades de hoy, contribuyen a alimentar el mito.

Por lo anterior, prefiero releer al profesor Herbert Klein, de la Universidad de Stanford y de Columbia, quien expresa que Bolivia había alcanzado para inicios de los años 2000 un enorme progreso, pero que partía de una base “increíblemente atrasada en comparación con todos los demás países de América Latina”.

Cuando la lectura es parcial, apegada a construcciones teóricas, retóricas que dejan demasiados elementos fuera del escenario o que descalibran aquello que ha sido suscrito y ratificado por los Estados (1904) en el marco del derecho internacional, lo mejor es mirar con perspectiva, desde el entorno hasta los conflictos propios y luego, resolver en función de la realidad. Y la realidad es que Bolivia es y seguirá siendo un país mediterráneo. Por lo mismo, podemos mantener el enfoque y el discurso de hace dos o hasta tres décadas o bien perfeccionar los vínculos vecinales y crear un ambiente distinto.

Loreto Correa es historiadora chilena.



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