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Política | 04/12/2025   06:35

|OPINIÓN|Hiperventilar no ayuda a gobernar O ¿un gobierno que huye de sí mismo?| Mauricio Antezana|

El nuevo gobierno puede, debe, recuperar el ritmo que el país espera: ese compás sereno que no promete milagros pero sí estabilidad.

El Presidente Rodrigo Paz (der.) y el Vicepresidente Edmand Lara (izq) durante su posesión. Foto APG. Archivo.
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Brújula Digital|04|12|2025|

Mauricio Antezana

“La política -como el cuerpo- no se sostiene por la cantidad de aire que entra, sino por la calidad del que se procesa”.

Desde el 8/11, Bolivia parece respirar aires distintos. No es que ahora sean del todo puros ni que el oxígeno tenga otra composición, pero después de 20 años de asfixia transversal que nos dejó exangües, aquel sábado la atmósfera parecía acoger a una esperanza razonable. Por eso, probablemente, la mayor parte del país -desde comunidades rurales hasta barrios populares y urbanizaciones acomodadas- estaba dispuesta a concederle al nuevo gobierno algo de lo más preciado: tiempo, un lapso para que las urgentes medidas prometidas comiencen a entrar en vigencia.

Tal estado de disponibilidad social posiblemente permita inferir que incluso quienes, desde posiciones opuestas, votaron en contra del binomio gobernante, en vergonzante silencio aún hoy alientan la secreta aspiración de que el gobierno no se equivoque, que actúe con acierto y logre sustraer al país del agujero negro en el que nos depositaron cuatro lustros de impostura.

Sin embargo -porque en Bolivia toda esperanza viene siempre con una nota al pie de página-, desde los primeros días se percibió un leve temblor en los bordes de la coyuntura. Quizá porque la expectativa inicial era mayor que la capacidad real de colmarla; porque el triunfo los tomó desprevenidos; porque intentan responder a una demanda de urgencia multiplicada; o quizá porque su hechura como gobierno no fue debidamente planificada, sino a tropezones. 

Lo cierto es que el optimismo mostraba hilachas. Y, sin llegar a causar alarma, ciertos gestos inaugurales del Vicepresidente así lo clamaban a gritos, semejando ese ruido eléctrico que antecede a un posible cortocircuito (aunque a veces también puede abortarlo): el juramento con uniforme policial -más ajuste de cuentas personales que acto institucional- o la queja por la exclusión de sus familiares del hemiciclo. Detalles pequeños, casi domésticos, pero en política -como en la vida- en los detalles salta el diablo y, cuando lo hace, causa arrebato.

Con el correr de los días, aquel temblor inicial se trasladó al centro del escenario nacional. Si al principio podía atribuirse a la nerviosa respiración de un gobierno recién estrenado, pronto quedó claro que algo más profundo agitaba la circulación política. Las frases entre Presidente y Vicepresidente comenzaron a sonar enfrentadas: uno intentando proyectar certidumbre; el otro liberando pulsiones, algunas quizá desconocidas por él mismo, mezclando agravio y advertencia.

Bolivia reconoció entonces una zona que le es familiar: la del poder hiperventilando.En términos clínicos, la hiperventilación no surge de la falta de oxígeno, sino del exceso de exhalación: el organismo pierde CO₂ (hidróxido de carbono) a tal velocidad que se precipita hacia mareo, confusión y, en casos severos, desmayo. Algo análogo se delinea en el vínculo entre Presidente y Vicepresidente, cuya acelerada exhibición pública de discrepancias ha sustituido la gestión de la imagen gubernamental por una expulsión compulsiva de mensajes que erosiona el capital político esencial. 

Esta “respiración acelerada del poder” podría estar anunciando que, de sobrevenir alguna crisis, seguramente no provendría de un adversario externo, sino de la incapacidad de autogestión.

La corriente arterial del gobierno pareció quedarse sin reserva de CO₂ cuando se oyeron expresiones vicepresidenciales como “mentiroso”, “cínico” o “es Presidente gracias a nuestros votos”, mientras el aludido intentaba moderar su pulso, devolviendo —sin querer queriendo— rayos y centellas envueltos en condescendientes retintines. 

Hasta ahí podían haberse tratado solo de animosidades personales. Pero la tensión se volvió política cuando las “medidas” económicas fueron objetadas por su mayor crítico interno, quien sostuvo que favorecían a “ricachones”, aludiendo incluso a dirigentes políticos que apoyan al Presidente. 

En esa línea apareció un pronunciamiento de OXFAM cuestionando la conveniencia de esas medidas; desde otra esquina, el informe de Milenio que urge por decisiones de impacto; y, en medio, el sin par “Mosquito” de la Tertulia (Brújula Digital, 30-11-2025) destacando esta frase digna de fina abstracción: “uno más lento que el gobierno, el otro, más rápido que tik toker”.

La economía -que sigue con respiración asistida- recibió las medidas como si intentaran ajustarle una mascarilla de oxígeno floja y quizá no del todo adecuada para estabilizar por sí sola a un organismo debilitado. 

Más que calmar los ánimos, el intento de corregir la respiración terminó acelerando los resoplidos, como si cada órgano del Poder Ejecutivo respirara por su cuenta, dejando la sensación de que los ajustes impositivos provocaban una pulsación política aún mayor.

Estos días, el gobierno -y el país- volvió a caminar sobre la navaja, conteniendo el aliento. El Presidente nombró un nuevo Alto Mando Policial y la pregunta era inevitable: ¿qué diría el Vicepresidente sobre un asunto que lo involucra tan directamente, más aun considerando el difícil momento personal que atraviesa por la delicada salud de su esposa?

Seguramente respiró tranquilo el Presidente y su gabinete, pero sobre todo el equipo de vocería y comunicación cuando, ¡albricias!, el Vice no atacó; al contrario: respaldó.

La hiperventilación política produce un efecto curioso: aparenta fortaleza mientras vacía reservas internas. Por fuera, ímpetu; por dentro, fragilidad. Y la fragilidad, en política, no pide permiso para manifestarse: simplemente emerge.

En menos de un mes pasamos de la contenida confianza inicial al espectáculo de dos altas autoridades ventilando sus diferencias como si estuvieran obligadas a demostrar públicamente quién tiene más oxígeno: entre bravuconadas discretas que luego se volvieron explícitas; conciliaciones que duraron lo que un suspiro; nuevos arrebatos y silencios. Un ciclo perfecto de dopamina y cortisol, de impulso y arrepentimiento, de avance y retroceso. 

La ciudadanía observa con mezcla de preocupación y subestimación, lo que solo las y los bolivianos sabemos cultivar con dignidad y que llamamos “resiliencia”.

Considerando los al menos cuatro componentes de toda buena comunicación gubernamental, uno de los problemas estructurales que enfrenta el gobierno es el de su imagen disociada, peligrosamente bicéfala, implosivamente contradictoria y sobreactuada, sobre todo por el Presidente, quien a falta de algo mejor con qué contrastar, recurre a alusiones tan menores como las pantuflas de museo de un expresidente.

Menudo trabajo espera a los reconocidos periodistas y comunicadores que hoy conforman el equipo gubernamental de vocería y comunicación, que deben encontrar la fórmula para simetrizar dos vocerías poderosas, personalizadas y enfrentadas: la tarea se vuelve titánica -no en alusión al Titanic, sino a esos seres mitológicos omnipotentes, deidades extraordinarias, de gran fuerza que, según leyendas, reinaron antes que los dioses olímpicos.

Es, en resumen, un gobierno tan acelerado, tan hiperventilado, tan corredor que parece querer escaparse de sí mismo. Séneca afirmaba que “imperare sibi maximum imperium est” -gobernarse a uno mismo es el mayor imperio- y Nietzsche reforzaba esta idea al señalar que “quien no se gobierna a sí mismo, será gobernado por otros” (1881). 

Ambas reflexiones subrayan que la autodisciplina y el autogobierno constituyen la condición misma de la libertad de decisión y de acción.

A lo mejor, esto es lo que más debería preocupar: que cuando un gobierno huye de sí mismo, pierde su centro de gravedad. Y sin centro de gravedad, cualquier proyecto, por prometedor que sea, se tambalea.

La ciudadanía aún conserva expectativas; todavía hay margen para la corrección, para la respiración diafragmática, para volver a un ritmo político compatible con la vida democrática. Pero ese margen no es infinito ni indulgente.

Al final, la política -como el cuerpo- no se sostiene por la cantidad de aire que entra, sino por la calidad del que se procesa. 

El nuevo gobierno puede, debe corregir su respiración antes de que la hiperventilación se convierta en síncope. Puede, debe recuperar el ritmo que el país espera: ese compás sereno que no promete milagros pero sí estabilidad. Lo que no puede, no debe permitirse es mostrar que huye de sí mismo, porque ningún gobierno -ni siquiera uno recién estrenado- sobrevive mucho tiempo a la pérdida de su propio pulso. 

Si de algo debe cuidarse no es de la falta de aire, sino de la tentación de respirarlo, de procesarlo tan rápido y mal que derive en desvanecimiento.
Mauricio Antezana Villegas es docente universitario



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