Si Rodrigo Paz tuvo un gran asesor, no fue digital ni extranjero, fue su padre, Jaime Paz Zamora, quien le enseñó a trabajar con ternura por un pueblo que es tierno. No hay nada más grande que la ternura de un padre.
Brújula Digital|27|10|25|
Julio Ríos
Jorge Tuto Quiroga no ganó, pero supo perder. En un gesto que honra la democracia, llamó a su adversario Rodrigo Paz Pereira para felicitarlo. “He aprendido que ningún triunfo es permanente y ninguna derrota te pone de rodillas”, dijo con señorío. Esa frase, que pudo haber marcado el inicio de una nueva etapa política, quedó sepultada por los errores de quienes lo rodearon. Porque si algo explica su derrota –más allá de los números del Sirepre –es la desconexión de sus asesores, voceros y seguidores con la Bolivia real tan compleja, diversa y sensible.
La campaña fue saboteada desde adentro por quienes jamás pisaron un mercado ni escucharon a una madre jubilada. Insultaron, denigraron, humillaron. Tocaron familias, esposas, hijos. No respetaron ni los avisos necrológicos. La ceguera fanática se volvió estridente, y ese ruido espantó a generaciones que sí comprenden la historia del país, como la que vivió los golpes de Estado, el retorno democrático, los pactos y las traiciones, y la que, aún tierna, fue fertilizada por el fanatismo y la ignorancia.
A esa tercera generación, los voceros de Tuto le quitaron votos. Un error aún no subsanado fue confundir, en una fotografía, a Mauricio Urquidi –vinculado a la familia de Rodrigo– con un alto ejecutivo del banco BISA. No es lo mismo Bibsa que BISA.
No saber decir “gracias” también erosiona la nobleza. Tuto nunca rindió testimonio a quien lo eligió: Hugo Banzer Suárez. Nunca recordó que fue invitado por Jaime Paz Zamora a cogobernar, porque Tuto era cuota de poder. Fue viceministro, ministro, Vicepresidente y, por circunstancias, Presidente. La experiencia nadie se la quita, pero la memoria sí. Y sin memoria, no hay linaje político que se sostenga.
Otro error fue invocar, una y otra vez, al innombrable Morales, como si repetir su nombre lo hiciera desaparecer. Lo hincharon como un sapo. Lo mismo hicieron con Edmand Lara, hoy Vicepresidente electo, a quien le dijeron de todo sin entender que su histrionismo –tal vez inspirado en Milei– era una forma de atraer a los sectores populares, aquellos que antes apoyaban al innombrable y que ahora ven en Lara una promesa, aunque sea teatral.
La sensibilidad política exige leer entre líneas. Una generación ajena a las redes vio odio mezclado con raticida. Otra, que vivió el tránsito democrático, vio cómo se institucionalizó la mentira. Y una tercera, que aún no comprende, se enfermó de fanatismo. Basta con leer la Divina comedia, narrando Dante Alighieri que en el infierno faltan nombres y apellidos.
Criticaron a Rodrigo Paz por leer durante el debate presidencial, como si leer fuera censurable. Pero las artes liberales enseñan que la gramática, la lógica y la retórica son pilares del pensamiento. Tuto, con su facilidad de palabra y sin libreto, dio vueltas sobre lo mismo, y eso también lo perjudicó. En Bolivia, el micrófono y el papel son más ariscos que los temores. Y quien no asume, termina esclavo de sus palabras.
Se suma la elección de su acompañante de fórmula. JP Velasco, de rostro bien parecido y experto digital, no era el hombre que debía acompañarlo. Nunca explicó los tuits –aunque antiguos– en los que el racismo también le restó votos a Tuto. Bastaba con reconocerlos como parte de la inmadurez que todos los changos tenemos, porque somos irreverentes, reaccionarios y bocas ligeras. Pero el silencio fue más ruidoso que el error. Si Tuto hubiera elegido a una mujer que representara a los sectores populares, otro habría sido el panorama, porque la ternura también tiene rostro, y en Bolivia ese rostro es femenino, comunitario y resiliente.
Tuto ha reiterado su amor por la patria, que lo demuestre sumándose al proyecto de reconstrucción, porque si Rodrigo Paz tuvo un gran asesor, no fue digital ni extranjero. Fue su padre, Jaime Paz Zamora, quien le enseñó a trabajar con ternura por un pueblo que es tierno. No hay nada más grande que la ternura de un padre.
Y si algo debe quedar como corolario es que en Bolivia el silencio aún dignifica. Que el filo del cuchillo retórico puede esclavizar. Y que el verdadero señorío no se grita, se lo ejerce.
Julio Ríos Calderón es escritor y periodista.