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Política | 27/10/2025   02:00

|OPINIÓN|Bolivia y Chile: el desafío de un nuevo comienzo| Andrés Guzmán|

Los países que comparten las costas del Pacífico Sur –incluyendo naturalmente Perú, que también cambiará de gobierno en 2026– tienen la ocasión de demostrar que el mar no debe ser un espacio de confrontación.

La Cancillería de Bolivia. Foto ABI.Archivo
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Brújula Digital|27|10|25|

Andrés Guzmán 

El 8 de noviembre de 2025, Bolivia inaugurará un nuevo ciclo político con la posesión de Rodrigo Paz como Presidente constitucional. Pocos meses después, en marzo de 2026, Chile también vivirá un relevo presidencial que, sea cual fuere su signo ideológico, ya está rodeado por un propósito cada vez más aceptado en ambos países: restablecer las relaciones diplomáticas, interrumpidas desde 1962 –con un breve paréntesis entre 1975 y 1978 –.

El propio presidente Gabriel Boric calificó esta situación como “una vergüenza histórica” y candidatos, como José Antonio Kast, han señalado que, de llegar al poder, “vamos a impulsar el restablecimiento total de las relaciones diplomáticas con Bolivia, en la búsqueda de una mayor integración económica, social y, fundamentalmente, de cooperación para el control fronterizo que nos permita cerrar la puerta a la inmigración ilegal, el contrabando y el narcotráfico”.

Una oportunidad histórica y un riesgo conocido

El optimismo que hoy se respira en La Paz y Santiago recuerda, inevitablemente, otros momentos de acercamiento que no llegaron a buen puerto. El restablecimiento de 1975, por ejemplo, que comenzó con el compromiso de buscar fórmulas de solución a la mediterraneidad que afecta a Bolivia, se derrumbó cuando Chile se negó a considerar la contrapropuesta peruana de 1976, que pudo haber sido el comienzo de una nueva etapa de entendimientos. Esa actitud llevó inevitablemente a la ruptura de 1978, que perdura hasta hoy. 

Este significativo episodio enseña que restablecer relaciones sin una base sólida de interdependencia multidimensional y confianza mutua solo genera paréntesis diplomáticos.

Bolivia lo ha experimentado también con Israel, con quien rompió, reanudó y volvió a romper relaciones entre 2009 y 2023. Sin una agenda estratégica de largo plazo, los gestos políticos terminan siendo fuegos artificiales cuando no existe institucionalidad ni políticas de Estado.

Al respecto, el embajador chileno Cristian Barros advertía que, en tales condiciones, restablecer relaciones diplomáticas es como darle un arma a Bolivia que podría usar en contra de Chile, pues cada vez que surgiesen problemas, Bolivia podría amenazar con romper nuevamente los vínculos, convirtiendo el restablecimiento en un instrumento de presión política más que en un espacio de cooperación duradera.

Los condicionamientos históricos: la Doctrina Fellman Velarde

La persistencia de la ruptura no responde únicamente a rencores y pasiones del pasado, sino a una doctrina estratégica que desde la década de 1960 orienta la política exterior boliviana: la Doctrina Fellman Velarde. Según ésta, no pueden restablecerse relaciones diplomáticas con Chile sin antes resolver, o al menos iniciar, negociaciones sobre el problema marítimo.

Jorge Escobari Cusicanqui, uno de los principales defensores de dicha doctrina, sostenía que esta posición constituye una “baza de negociación”, un instrumento de presión que mantiene viva la causa marítima y preserva los apoyos multilaterales obtenidos en la OEA, el Movimiento de Países No Alineados o el Parlamento Andino, organismos que vincularon expresamente la solución del asunto marítimo a la normalización de las relaciones entre ambos países.

En este sentido, reanudar las relaciones sin condiciones sería –decía Escobari– “regalar un elemento de fuerza” a cambio de nada.

Por ello, Escobari advertía que solo deberían restablecerse relaciones cuando se cumplan tres condiciones fundamentales:

1. Oportunidad, es decir, un contexto internacional propicio para avanzar en la solución del problema marítimo;

2. Eficacia, contar con un plan coherente y actualizado de política exterior; y

3. Capacidad, disponer de un servicio diplomático profesional e idóneo que privilegie los intereses nacionales.

Sin estos tres pilares –añadía– restablecer relaciones sería un error táctico y estratégico.

El pragmatismo necesario

Pero el tiempo y la geopolítica cambian. La reconfiguración del orden internacional, el auge del comercio transpacífico y el acortamiento de las cadenas de suministro (nearshoring) exigen superar los marcos doctrinarios rígidos.

Como señala Gonzalo Mendieta en Bolivia y Chile: Entre la censura y la historia (2025), “Bolivia ha de interpretar sus intereses según la nueva circunstancia, sin abandonarlos”, entendiendo que las viejas estrategias de “castigo al vecino” ya no responden al contexto actual. Bolivia debe construir una política exterior “de profesionales y no de pasiones”, capaz de insertarse en el nuevo orden regional donde el comercio, la conectividad y la cooperación pesan tanto como la soberanía territorial. 

Nuevos conceptos teóricos para la etapa post Haya

Además de las razones señaladas, es importante considerar lo que algunos expertos han propuesto para encarar la etapa post Haya. Me refiero, primeramente, al concepto de "rivalidad selectiva" propuesto por Jorge Sahd, que reconoce que el diferendo marítimo persistirá como un tema sensible en la relación bilateral, pero, al mismo tiempo, plantea la posibilidad de coexistir con una agenda de colaboración en intereses comunes: comercio, energía, migración, seguridad fronteriza o gestión del agua.

Por su parte, José Rodríguez Elizondo –en el mismo libro antes citado, escrito conjuntamente con Mendieta– introduce la idea de la “trilateralidad diferenciada”, según la cual los problemas derivados de la Guerra del Pacífico deben abordarse mediante una diplomacia de geometría variable, conforme a lo establecido en los acuerdos de 1904 y 1929: primero, negociaciones bilaterales entre Chile y Perú, y luego una mesa tripartita con Bolivia, orientada a optimizar el acceso boliviano al mar, sin que ello suponga cesiones de soberanía necesariamente. Esta visión pragmática permitiría transformar el antiguo conflicto en un sistema práctico de paz e integración en el Pacífico suramericano.

Conclusión: del trauma histórico a la diplomacia del futuro

Bolivia y Chile se encuentran ante una oportunidad que no deberían desperdiciar. El restablecimiento de relaciones diplomáticas, más que un acto simbólico, debe ser el punto de partida de un nuevo pacto de convivencia, donde la historia sirva de lección, no de trinchera.

Como advierte Rodríguez Elizondo, “los problemas que no tienen solución en un momento de la historia pueden tenerla en otro”. Quizás este sea ese momento: el inicio de una etapa en la que Bolivia logre una mejor conectividad con el mundo y Chile reafirme su madurez y liderazgo político al resolver pacíficamente un conflicto más que centenario.

Los países que comparten las costas del Pacífico Sur –incluyendo naturalmente al Perú, que también cambiará de gobierno en 2026– tienen la ocasión de demostrar que el mar no debe ser un espacio de confrontación, sino un escenario de encuentro, cooperación e integración.

Andrés Guzmán Escobari es diplomático de carrera.



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