Bolivia debe elegir entre dos caminos: entre la continuidad del engaño, insulto, desprecio a la nación y a su prensa, encarnada por Edman Lara y Rodrigo Paz; o la superación, unidad y libertad, representadas por Juan Pablo Velasco y Jorge Quiroga.
Brújula Digital|07|10|25|
Eduardo Salamanca
La historia, cuando se observa con honestidad, nos entrega una de sus verdades más profundas: la juventud no es la condena de nadie. Es una etapa vital de búsqueda, muchas veces impulsada por el contexto y la emoción. Por el contrario, la madurez es el espacio en el que esas visiones iniciales pueden rectificarse, depurarse, elevarse. Por eso, juzgar al ser humano únicamente por sus palabras juveniles o, peor aún, fabricar mentiras sobre su pasado, con el objetivo de desacreditarlo, no solo es un acto de mezquindad política; es una forma decadente de guerra sucia.
Y esa es la estrategia evidente que se ha activado contra Juan Pablo Velasco, candidato a la Vicepresidencia por Libre. En una maniobra tan torpe como baja, se intenta posicionar la idea de que Velasco habría emitido declaraciones de tinte racista hace 15 años. No existe evidencia sólida ni contexto legítimo que sostenga tal acusación. Se trata, una vez más, de un burdo intento por ensuciar al adversario, típico recurso de quienes no pueden competir con ideas ni con propuestas reales.
Lo más grave es que esta campaña de difamación proviene, precisamente, de quienes cada día se victimizan y se quejan de ser víctimas de “guerra sucia”: Rodrigo Paz y, de manera aún más virulenta, Edman Lara. Son ellos los que, paradójicamente, han convertido la guerra sucia en el eje central de su discurso político. Denuncian racismo, pero promueven odio. Se dicen atacados, pero viven atacando. Invocan la unidad, mientras siembran la división.
La madurez y el crecimientro
En el escenario hipotético –absolutamente no demostrado– de que Juan Pablo Velasco hubiese emitido declaraciones en su juventud, ello no lo descalifica en modo alguno. Por el contrario, si ese hubiese sido el caso, su trayectoria posterior demuestra con fuerza una verdad insoslayable: la evolución humana es el corazón mismo de la democracia y del liderazgo auténtico.
La historia está poblada de personalidades que, con madurez, reescribieron su legado.
Malcolm X, la voz más contundente del nacionalismo negro en Estados Unidos, inició su activismo con un discurso profundamente radical y segregacionista. Tras su peregrinación a La Meca en 1964, descubrió la hermandad humana más allá del color de piel y se convirtió en un defensor de los derechos humanos sin distinción de raza.
Robert McNamara, artífice intelectual de la guerra de Vietnam, sostuvo durante años la necesidad de aquella intervención militar. Pero más tarde, en un acto de honestidad, poco común en el poder, admitió con dolor que la guerra había sido un "terrible error". Reconocer su error no lo hizo débil: lo hizo humano y valiente.
J. Robert Oppenheimer, director del Proyecto Manhattan, celebró inicialmente la creación de la bomba atómica. Pero el impacto real de su obra lo llevó a convertirse en el principal opositor del armamento nuclear, dedicando el resto de su vida a luchar contra la destrucción.
Arthur Koestler, ferviente comunista en su juventud, rompió con ese dogma tras presenciar las purgas stalinistas. Desde entonces se volvió uno de los más lúcidos críticos del totalitarismo, demostrando que madurar es aprender hasta de las ideas que nos traicionaron.
Permítaseme, en este punto, honrar la memoria de mi amado padre.
Como dirigente del magisterio rural en Potosí, inspirado en la ilusión que regó la izquierda en esa época, fue preso político en el cuartel de Viacha. Rara vez hablaba de aquellas vivencias, quizá porque la humillación vivida era demasiado densa para ser compartida en voz alta. Pero una vez –con la serenidad dolida de quien ya ha perdonado, pero no ha olvidado– me relató un episodio que aún hoy me conmueve: entre los detenidos estaban también algunos dirigentes del Partido Comunista, quienes, a pesar de su retórica igualitaria, recibían mesadas mensuales en dólares y comían en el casino militar. Ellos entregaban sus sobras de comida a los presos más pobres a cambio de que les laven la ropa.
Mi padre, con una mezcla de tristeza y firmeza, me dijo entonces una frase que marcó su vida –y la mía– para siempre: “Si eso es ser comunista, yo prefiero ser de derecha.”
Esa vivencia no lo llenó de odio, pero sí lo transformó profundamente. Le enseñó que la dignidad no se predica, se practica, y que el verdadero compromiso con el pueblo no se mide por ideologías; le enseñó a ser mejor, a superarse a sí mismo.
Contexto cruceño: la juventud bajo asedio
Para comprender incluso la posibilidad de una reacción juvenil, como la que se imputa falsamente a Velasco, hay que remitirse al contexto de Santa Cruz en 2005 y los años posteriores. Bajo el manto del populismo gobernante, la región cruceña fue sistemáticamente insultada y vilipendiada: se la llamó "separatista", "media luna fascista", "vendepatria" y a sus habitantes "inmigrantes extranjeros".
Frente a ese clima de asedio, la juventud cruceña reaccionó con identidad y orgullo, a veces con el ímpetu y la dureza propios de la edad. Lo que hoy importa no es si Juan Pablo Velasco expresó o no esas ideas hace más de una década; lo esencial es que ha construido una trayectoria basada en la unidad, en la pluralidad, en la justicia y en el compromiso real con todos los bolivianos.
Edman Lara: el rostro de la amenaza antidemocrática
Si algo resulta incomparable e injustificable es pretender igualar eventos juveniles –reales o inventados– con el patrón sistemático, agresivo y reiterativo de Edman Lara, un candidato que representa, sin exageración, un peligro directo para la convivencia democrática en Bolivia.
No se trata de frases malinterpretadas. Se trata de un largo prontuario de declaraciones que evidencian un desprecio absoluto por el otro, por la democracia, por la prensa, y peor aún, por Bolivia misma.
Edman Lara ha prometido subir la Renta Dignidad a Bs 2.000 sabiendo que no es fiscalmente posible, engañando deliberadamente a los adultos mayores. Se ha burlado de los enfermos con cáncer, trivializando su sufrimiento con frases ofensivas que no merecen repetición. Ha hostigado a la prensa, atacando verbalmente a periodistas. Ha tildado a la patria que lo vio nacer –nuestra amada Bolivia– de manera abiertamente despreciativa, diciendo con total desdén: “Este maldito país”.
No hay nada más racista, más xenófobo ni más antipatriótico que insultar a Bolivia entera. Esa frase no fue un arranque de juventud ni una salida emocional de un instante; fue una muestra clara del desprecio visceral que Lara siente hacia el país que dice aspirar a gobernar.
Y como si todo esto no bastara, sus disculpas han sido siempre parciales, instrumentales, frías (“no hay palabra mal dicha sino mal interpretada”; “si alguien se siente ofendido…”). No hay remordimiento, no hay rectificación, no hay aprendizaje. Solo hay cálculo político.
Comparar esa conducta sistemática, destructiva y persistente con la supuesta opinión juvenil de Velasco –que ni siquiera está confirmada– es no solo deshonesto, es grotesco.
Rodrigo Paz y la hipocresía de la víctima que ataca
Rodrigo Paz, por su parte, ha decidido tomar el mismo camino: aparentar calma mientras lanza piedras escondiendo la mano. Su narrativa constante gira en torno a la victimización, a que se le ataca por motivos personales. Pero sus propias intervenciones están plagadas de insinuaciones divisionistas, discursos cargados de prejuicio y una constante descalificación de la oposición democrática.
Ambos, Paz y Lara, han hecho de la acusación de racismo un arma oportunista, no una bandera genuina. Usan el tema no para unir, sino para destruir al adversario, acusando a Juan Pablo Velasco de lo que ellos mismos practican a diario: la discriminación, la exclusión y el odio.
Velasco, en cambio, ha demostrado con hechos que ha superado toda visión parcial. La convivencia, la experiencia y el compromiso con la pluralidad lo han convertido en un líder con mirada nacional que cree en una Bolivia diversa, unida y libre de impunidad.
Ese tipo de liderazgo, forjado desde la introspección y la evolución, es precisamente lo que Bolivia necesita para salir del abismo populista.
La decisión es clara: unidad o continuidad del populismo
Hoy Bolivia está bajo la amenaza persistente de una dominación autoritaria, populista y corrupta. Y esa amenaza tiene nuevas caras, nuevas estrategias, pero el mismo veneno de siempre: el de dividir al pueblo, manipular a los más vulnerables y perpetuar privilegios.
Bolivia debe elegir entre dos caminos: por un lado, la continuidad del engaño, del insulto, del desprecio a la nación y a su prensa, encarnada hoy por Edman Lara y Rodrigo Paz; o, por otro lado, la superación, la unidad, la libertad, representadas por Juan Pablo Velasco y Jorge Quiroga.
La historia nos está mirando, nuestros hijos y nietos también.
Eduardo Salamanca Chulver es abogado y afiliado a la Federación de la Prensa de Cochabamba.