Ya es hora, en el presente, que los bolivianos apuntemos en la dirección correcta, la misma de las manecillas de los relojes, y volvamos a creer que un mejor futuro no es resultado de los artilugios de los hechiceros, sino de un laborioso esfuerzo cimentado en el trabajo y la lucidez.
Brújula Digital|11|08|25
Juan Pablo Guzmán
Cuando Thomas Alva Edison fracasó por enésima vez en inventar la bombilla eléctrica lanzó una frase que lo inmortalizaría: “No he fracasado. He encontrado 10.000 soluciones que no funcionan”. Esas palabras destilaban una indómita perseverancia, tanta que en el siguiente intento transformó sus derrotas en éxito y finalmente entregó a la humanidad la espléndida bombilla que ilumina el planeta hasta hoy.
En la historia, fueron pocos los genios que, como Edison, aprendieron de sus errores. Los ejemplos que abundan son los de aquellos que acabaron en la intrascendencia, perpetuando su condición de charlatanes, o de candidatos fracasados a profetas, por eludir la gallardía de decir “mis soluciones no funcionan”. David Choquehuanca es uno de ellos.
El último discurso oficial que pronunció el pasado 6 de agosto, en la ceremonia de homenaje a la fundación de la patria en la Casa de la Libertad, pasó desapercibido, tanto que seguramente los periodistas que buscaban algo nuevo o llamativo para destacar en sus palabras se encontraron ante una misión casi imposible.
Impensable situación hasta hace cinco, diez o veinte años, cuando el “filósofo” andino urdía frasecitas que, ante los ojos de los incautos, lo proyectaban como un pensador, como un ser profundamente reflexivo que, tras acullicar algunas hojas de coca y mirar el sol, una de sus divinidades, creaba ideas profundas y conmovedoras, incluso con un aire poético.
Al estrenarse como canciller del primer gobierno de Evo Morales, de quien decía que era “la esperanza del mundo”, Choquehuanca comenzó una perorata de nigromante en la que un día aseguraba que los hombres “eran guerreros del arco iris”, para después decir que, en realidad, los seres humanos están en un lugar inferior del planeta, ya que “primero están las mariposas, las estrellas (y) nuestros cerros”.
Ese “encantador” discurso, al que sumaría luego otras “joyas verbales” que seguro permanecerán en el argot del absurdo, encandilaron a los seguidores del masismo, quienes veían en Choquehuanca a un inca renacido. Incluso muchos opositores lo consideraban un “ejemplo respetable de la visión andina” y un “conciliador cósmico” que, supuestamente, podía tender puentes entre el enterrado mundo de Tiwanacu y el planeta global del presente; y entre el radicalismo de Morales y la cordura que podía esperarse de un Gobierno.
Hasta varios periodistas, desorientados, escribieron crónicas ensalzando al “humilde” canciller indígena que, apenas acompañado de un viejo portafolio, paseaba su “sabiduría” por los salones de la ONU y de otros foros internacionales, para luego refugiarse a descansar en un humilde hotel, y dedicarse a descrifrar desde su ventana el mensaje de los astros y las lecciones que, en quipus imaginarios, le daban las arrugas de los abuelos.
Mutado a vicepresidente de Luis Arce, en su discurso de posesión del 8 de noviembre de 2020, Choquehuanca habló de los bolivianos como “jaguares” para decir luego, sumergido en el animalismo al que rendía fe, que “el cóndor levanta vuelo solo cuando su ala derecha está en perfecto equilibrio con su ala izquierda”. ¡Cuánta sabidiría! En ese entonces muchos “brillantes” analistas interpretaron la frase como la expresión de un gobierno que nacía con un tono conciliador y equilibrado, más todavía si a lo dicho por Choquehuanca se sumaba la frase de Arce, quien prometía un Gobierno “para todas y para todos”. La realidad comprobaría luego que eran puras pamplinas.
Cinco años después de ese 2020, cuando el gobierno masista agoniza, la fraseología de chamán de Choquehuanca ha perdido valor hasta para los yatiris. Con una economía semidestruída y con el proyecto populista desfallecido, ¿quién podría confiar ahora su destino al brillo de las estrellas, al aleteo imaginario de los cóndores, al sexo de las piedras, o a las propiedades “nutritivas” de la coca?
Despojado de sentido por su estrepitoso fracaso, el discurso choquehuanquista, una de las fuentes del ideario pachamamista y populista con la que el MAS engañó a los bolivianos, ya se empaqueta en las casillas del pasado. Y allí quedará como la evidencia de que los filibusteros, aún disfrazados con plumas y ponchos, nunca pierden esa condición, ya que está en el gen de quienes embaucaron al país durante 20 años.
Hoy, las agujas del reloj marchan en sentido contrario, como lo aseguraba Choquehuanca, pero solo para el régimen masista, ya que las señales del electorado apuntan a decir que el tiempo de los azules ha ingresado a una cuenta regresiva.
“¿Quién dice que el reloj tiene que girar de ese lado siempre?”, se preguntaba Choquehuanca. En el presente, el “filósofo” andino ya tiene una respuesta: el reloj marchó siempre en sentido equivocado para quienes quisieron conducirnos al paraíso del “vivir bien” y en realidad nos llevaron a las puertas del infierno.
Ya es hora, en el presente, que los bolivianos apuntemos en la dirección correcta, la misma de las manecillas de los relojes, y volvamos a creer que un mejor futuro no es resultado de los artilugios de los hechiceros, sino de un laborioso esfuerzo cimentado en el trabajo y en la lucidez de las decisiones que tomemos.
Juan Pablo Guzmán es comunicador social.