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Política | 10/08/2025   03:15

|OPINIÓN|Bolivia en el Bicentenario: reflexiones sobre sus relaciones internacionales|Víctor Rico|

Si logra conjugar sus intereses nacionales con una inserción activa y realista en el contexto regional y mundial podrá lograr objetivos y éxitos que impulsen el desarrollo nacional.

Una estudiante con una bandera boliviana en el desfile escolar del 6 de Agosto de 2025. Foto APG
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Brújula Digital|10|08|25|

Víctor Rico 

La celebración del Bicentenario de la Independencia ofrece una oportunidad propicia para reflexionar sobre el rol histórico y futuro de Bolivia en su inserción regional y global.

El proceso de afirmación territorial boliviano entre 1825 y 1935 estuvo marcado por una lógica juridicista basada en el principio del uti possidetis jure antes que por un control efectivo del espacio geográfico. Las fronteras de Bolivia se definieron a través de tratados posteriores que estuvieron determinados por conflictos bélicos o negociaciones tensas, como los sostenidos con Perú, Chile, Brasil y Paraguay. El largo periodo de inestabilidad política en el que estuvo sumido nuestro país desde la derrota de la Confederación Perú-Boliviana en 1839, con la excepción de los seis años del gobierno del vencedor de Ingavi José Ballivián, coincidió con la maduración del proceso de claudicación diplomática y militar con Chile que culminó con la pérdida de la salida soberana al Océano Pacifico. La derrota en la Guerra del Pacifico y el enclaustramiento formalizado por el Tratado de 1904 ha marcado nuestra historia y sentimiento colectivo. 

La posterior búsqueda de la recuperación de nuestra cualidad marítima que se inició en 1910 apenas seis años después con el Memorándum Sánchez Bustamante ha sido un factor determinante de nuestra política vecinal, regional y multilateral. Desde entonces hubo varios intentos de entablar una negociación con nuestro vecino del sur, todos ellos infructuosos. 

En el plano multilateral debemos resaltar la resonante victoria diplomática de octubre de 1979 en la que gracias a la brillante gestión del entonces Canciller Gustavo Fernández, la Organización de Estados Americanos reunida en la ciudad de La Paz, aprobó una Resolución en la que establece “... de interés hemisférico permanente encontrar una solución equitativa por la cual Bolivia obtenga un acceso soberano y útil al Océano Pacifico”. El golpe de Natusch y el empecinamiento de algunos sectores militares de frenar la recuperación democrática vaciaron el impacto político y diplomático de esa Resolución y por lo tanto su efecto en eventuales negociaciones bi o trilaterales.

Durante el siglo XX, Bolivia avanzó en su vinculación física con la región, sobre todo mediante el desarrollo de la infraestructura ferroviaria hacia Brasil y Argentina. La exitosa negociación con Brasil, de los acuerdos de vinculación ferroviaria y “aprovechamiento de petróleo” en 1938 en la gestión de Alberto Ostria Gutiérrez, sembró la semilla de la integración energética con ese país.

Precisamente, uno de los hitos más relevantes de la política exterior ha sido la cooperación energética con nuestros dos principales vecinos. El contrato con Argentina firmado en 1972 –relanzado en 2004– y en especial el acuerdo con Brasil alcanzado en 1996, con exportaciones que comenzaron en 1999, consolidaron a Bolivia como un actor clave de la matriz energética regional. 

El logro de este objetivo nacional largamente buscado fue posible gracias a la continuidad en las negociaciones con Brasil y a la política de desarrollo de campos gasíferos iniciadas con el primer gobierno de Banzer y que continuó exitosamente con todos los presidentes del ciclo democrático, desde Hernán Siles a Carlos Mesa. El fin de estos contratos de largo plazo en 2019 y su reemplazo por acuerdos interrumpidos y de corto plazo y la suspensión de las exportaciones de gas a la Argentina, es una de las nefastas herencias del ciclo populista autoritario. 

La Guerra del Chaco cerró un ciclo de afirmación de la soberanía, pero abrió otro: el de la inserción regional de un país sin litoral marítimo, pero con una ubicación estratégica en el corazón de Sudamérica.

Esa condición de Bolivia como país de contactos y proyección múltiple hacia el Pacifico, la Cuenca del Plata y el Amazonas no fue asumida plenamente como una política de estado hasta bien entrada la segunda mitad del Siglo XX.

El ingreso tardío a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) en 1967 y las complejas negociaciones para incorporarnos al Grupo Andino, en 1969, evidencian las objeciones que existían en ciertos círculos políticos y diplomáticos con relación al enfoque y prioridades de la integración regional promovida por la CEPAL.

Es a partir del retorno de la democracia en 1982 que Bolivia asume como una prioridad y protagonismo su participación en los distintos esquemas de integración regional. En particular en la década de los noventa del siglo pasado fuimos promotores y protagonistas del relanzamiento de la Comunidad Andina y su convergencia con el Mercosur y del Acuerdo de Navegación de la Hidrovía Paraguay-Paraná, denominado Acuerdo de Santa Cruz de la Sierra. Ampliamos nuestra vinculación con todos los países de América Latina y logramos el acceso al mercado de Estados Unidos sin reciprocidad a través del Acuerdo de Preferencias Arancelarias Andinas conocido como ATPDEA.

A partir de 2006 la política exterior boliviana comenzó a ideologizarse, muchas veces priorizando afinidades políticas o discursos vacíos en detrimento del interés nacional. La adhesión al ALBA, la retirada de las negociaciones con la Unión Europea en el marco de la Comunidad Andina, y la falta de continuidad en políticas de convergencia regional, como las promovidas entre la CAN y el Mercosur, son reflejo de esta deriva.

Este breve repaso, en el que por razones de extensión se han omitido otros pasajes importantes de la historia de nuestras relaciones internacionales, nos muestra que los éxitos destacados tuvieron como determinantes uno o los dos siguientes factores: continuidad y competencia/capacidad de los actores principales.

En este nuevo ciclo, Bolivia debe recuperar su vocación de nación que por su historia y tradición pacifista promueve el dialogo, la concertación y el respeto a los principios del derecho internacional, los derechos humanos y la democracia. 

La política exterior debe reorientarse para que Bolivia vuelva a ser un factor de equilibrio en América del Sur promoviendo una agenda temática que supere los esquemas de integración existentes y de esta manera tenga una inserción eficiente en la economía internacional. Para ello, se requiere en primer lugar una visión estratégica en el que los objetivos de largo plazo se conviertan en políticas de Estado, tengan continuidad y sean ejecutadas por personas competentes comprometidas con los intereses del país.

Finalmente, nuestro país debe asumir su rol de articulador regional con responsabilidad histórica y visión pragmática. Si logra conjugar sus intereses nacionales con una inserción activa y realista en el contexto regional y mundial podrá lograr objetivos y éxitos que impulsen el desarrollo nacional.

Víctor Rico Frontaura es economista, experto en relaciones internacionales.



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