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Política | 01/08/2025   02:00

|ESPECIAL BICENTENARIO|La Bolivia republicana: mitos fundacionales y difícil convivencia|Pedro Portugal|

En conmemoración a los 200 años de la fundación de Bolivia, Brújula Digital presenta su Especial Bicentenario que propone un recorrido plural por las múltiples capas que configuran la historia, la identidad y el porvenir del país. Se trata de 17 ensayos elaborados por los expertos y analistas más destacados del país. A partir de hoy serán publicados en este espacio.

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Brújula Digital|01|08|25|

Pedro Portugal

Es revelador que cuando se indaga en historiografía sobre el “mito republicano” las referencias nos conducen a las narrativas o mito fundacional impulsado por los gobiernos republicanos en España para acreditar ese modelo y criticar a la monarquía en ese país. Curioso, pero pertinente, pues el republicanismo en nuestro continente –y particularmente en Bolivia– está impregnado por su dependencia a los humores y modas originadas en la “Madre Patria” y en el hemisferio occidental.

Por otro lado, es sabido que la emancipación criolla en el continente surgió como defensa de la soberanía española, cuando España, lesionada por la invasión francesa, reaccionó, de 1808 a 1814, con la llamada Guerra de Independencia. El 27 de mayo de 1808 en Sevilla se constituyó una “Junta Nacional Representativa de Tuición de los Derechos del Rey y del Pueblo”, que fue conocida también como “Junta Tuitiva de los Derechos del Rey y del Pueblo”.

Esa Junta Tuitiva buscaba articular la resistencia militar en España contra las tropas francesas, reconociendo los derechos del Rey Fernando VII. Para ese cometido buscaba también asegurar comunicación y articulación con Inglaterra y con las colonias americanas.

El 25 de mayo de 1809 –casi un año después– en Chuquisaca del Alto Perú hubo un levantamiento popular conocido como el “primer grito libertario de América”. Siguió La Paz con la revolución del 16 de julo de 1809, dirigida por Pedro Domingo Murillo, quien depuso la administración peninsular poniendo en su lugar una Junta Tuitiva. Ambos acontecimientos, que son considerados verdaderos procesos de autonomía e independencia, en realidad fueron actos de redundancia a las motivaciones y objetivos originados en la península ibérica.

Lo anterior es sabido y admitido por cualquier frívolo historiador, al grado que para otorgarle nobleza que no tienen –como verdadero “grito libertario”– se enaltece lo que se debería amonestar. Así, la doblez es elogiada como “veracidad encubierta”. El elogiado protomártir de la independencia de Bolivia, Pedro Domingo Murillo, una vez derrotado, dirigió una carta al brigadier español José Manuel de Goyeneche manifestando lealtad a la monarquía hispánica y fidelidad a las autoridades realistas.

El reputado historiador Valentín Abecia escribió todo un libro para justificarlo: “La ‘genial hipocresía’ de don Pedro Domingo Murillo: Crítica de autenticidad, aletelógica, de hermeneútica y axiológica de los documentos en que se funda la ‘traición’”. Tal parece que esa “hipocresía” se ha trasmitido hasta nuestros días como característica de comportamiento en nuestros políticos y hombres de Estado. 

El nacimiento de Bolivia está, pues, marcado por la polémica. Hay males congénitos, que son necesarios enmendar. Salir de ese marasmo requiere comprometerse en una vía adecuada y no sublimarla. ¿Cuál es esa “vía adecuada”?

Una opción errada es absolutizar posiciones al respecto. Charles W. Arnade tiene razón en “La dramática insurgencia de Bolivia” cuando escarnece a los doctores “doble caras”: Manuel María Urcullu, Ángel Mariano Moscoso, José Mariano Serrano y, especialmente, Casimiro Olañeta. No le falta tampoco razón a José Luis Roca cuando califica a Olañeta como el Talleyrand boliviano.

El nacimiento de Bolivia fue sui generis. Nuestros libros de historia hablan de “Guerra de la independencia” y no de “Proceso de descolonización”, por ejemplo. Ya hemos señalado el parentesco entre la independencia que buscaba España del dominio francés y la independencia que después reclamaron los criollos en nuestro continente. Sin embargo, en nuestro caso, esa independencia adquirió menos características de liberación nacional y más de emancipación, la del hijo respecto al padre. 

Bolivia nació estrechamente ligada a los acontecimientos en la “Madre Patria”, pero, en el transcurso se instauró en el criollo un odio hacia ella. En la proclama de la Junta Tuitiva de Pedro Domingo Murillo se lee: “Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto que, degradándonos de la especie humana, nos ha mirado como a esclavos; hemos guardando un silencio bastante parecido a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio de humillación y ruina”.

En realidad, quienes hubiesen podido redactar tal libelo serían los indios. Es, pues un caso de confusión de identidad política y de negación de su esencia. Tal manifestación se repetirá a lo largo de la historia en nuestro país. El criollo asume la voz del indígena, deformando y extremando sus antagonismos, como lo hizo recientemente la oligarquía criolla del MAS. 

Sin embargo, cuando el criollo asume la administración, la identidad del criollo se tuerce con fuerza inusitada hacia aquello que denostaba: la actual bandera departamental de Chuquisaca es la de los Tercios de España, las canciones que se cantan en las escuelas ponderan el “tipo andaluz” de algunos departamentos.

Tales dislates solo pueden ser explicados porque no se experimentó entonces, y tampoco ahora, una convivencia entre poblaciones distintas en el mismo territorio. La lucha del criollo contra España no podía sino evocar su antagonismo con las poblaciones originarias.

Estas poblaciones, principalmente las descendientes de las sociedades incluidas en el Tawantinsuyu, muestran una faceta distinta de la aspiración emancipadora. Al ser las agredidas por el proceso de colonización ibérica, son las que con toda propiedad podrían reclamar la naturaleza descolonizadora de su soberanía. Sin embargo, tampoco aquí las formulas y procesos que tuvieron lugar allende los mares parecen tener aquí terreno propicio para su repetición, más o menos mecánica. 

Los pueblos indígenas –en nuestro caso el Estado del Tawantinsuyu y sus poblaciones dependientes–, no tuvieron inmediato reflejo de “lucha contra el invasor y de defensa de su libertad”. Los nativos fueron obnubilados por los conquistadores. La Conquista fue fácil, allanada por la colaboración de las poblaciones y de sus autoridades. Cuando las ilusiones se disiparon por la cruenta realidad, ya era demasiado tarde. Se instauró un orden con la discordancia como garantía de estabilidad. 

El español no vino a colonizar, en el sentido de los colonos anglosajones en América del Norte: apoderarse de tierras ajenas, trabajarlas y forjar en ello su identidad. La colonización española fue la creación de mecanismo someros y rudimentarios de administración, apenas lo necesariamente estables como para que pudiesen garantizar las ansias de enriquecimiento rápido de los colonos. 

Ahí entraron en contradicción las expectativas de la Corona española con los intereses de los colonos. Se podían dictar las leyes humanitarias hacia los indios como mandara el buen corazón de los reyes, pero aquí se imponía el interés cruento de los encomenderos: La ley se acata, pero no se cumple.

El colono español no pensaba radicar permanentemente en estas tierras, sino regresar pronto a su patria, con la mayor riqueza posible. No le interesaban estructuras estables pues lo arbitrario le era garantía. No tenía interés en crear una identidad nacional. 

Cuando hubo aspiraciones de autonomía fue por lo decidida que se mostraba la Corona sobre hacer cumplir sus prerrogativas en diezmos y quintos reales, y no por el buen trato que se le debía dar a sus súbditos, los indios. Por ello la administración colonial favoreció cierto poder autonómico indígena: los curacas tenían real poder y los indios, en sus administraciones, podían gozar de ciertas franquicias. Ello contentaba a todas las partes involucradas, pero impedía la constitución de identidades comunes… y de instituciones funcionales.

Sin embargo, los momentos de sublevación de los indios contra esa situación fueron constantes, pero siempre en desventaja por la disparidad en conocimientos y uso de saberes y de técnicas. Y es que, justamente, una de las herramientas más eficaces en la colonización es encerrar al colonizado solo en los horizontes de su discernir y de sus técnicas. Aun, a pesar de ello, hubo guerras de liberación impresionantes, como las de Tupac Amaru y la de Tupac Katari. 

Esas guerras pueden considerarse verdaderos protomovimientos de liberación nacional. Es interesante constatar que los caciques fueron principalmente aliados de los españoles y enemigos de los Kataris y Amarus. Poco tiempo después, los caciques fueron también mayormente adversarios de Simón Bolívar. La construcción de Estados funcionales y la creación de identidades nacionales –cualquiera sea su inspiración– atenta siempre contra ordenes obsoletos e intereses espurios.

A todas luces, el surgimiento de identidades estatales nuevas en situaciones que obedecen a la reacción al poder de metrópolis en espacios territoriales ajenos, es lo que se ha denominado descolonización. Bolivia, en particular, es un caso incompleto y fallido de descolonización. La descolonización a nivel el mundial siguió el parámetro de poblaciones locales que expulsan al colono vinculado con la metrópoli. 

Ese esquema encontró escollos en ciertos casos, en los que los colonos dejaban de tener vinculación con la metrópoli al haber posibilitado la creación una nueva identidad local, sin que ésta deje de tener contradicción con las poblaciones indígenas. Es lo que matizó el proceso de descolonización en Argelia y brindó su particularidad real a la de Sudáfrica. El caso de Bolivia se asemeja más a estos últimos, sin ser exactamente semejante.

La Republica de Bolivia es, en nuestro juicio, el surtidor rudimentario y primordial sobre el cual hay que construir una nueva realidad nacional. La Bolivia, tal como la conocemos actualmente, es el resultado de la inconformidad, desacuerdos y conflictos de sus componentes primordiales: el indígena y el ibérico. Un proyecto no se lo desestima solo por inconcluso. Habría que demostrar la invalidez del proyecto Republicano.

Recientemente, lo intentó el MAS con su proyecto plurinacional. En esencia ese fue un constructo que obedeció mas a las lógicas posmodernas del Occidente contemporáneo y a sus agencias de cooperación internacionales que a la reflexión criolla interna, y para nada a la de los pueblos indígenas. El mito del buen salvaje es un fantasma que ronda desde hace tiempo la mala conciencia occidental. Cuando el criollo se hace eco de éstas incurre en la falsificación de las expectativas indígenas. Mientras recientemente en Bolivia los citadinos politizados especulaban sobre cosmovisiones y saberes atribuidos a los indígenas, éstos se empoderaban gracias a los conocimientos y a los mecanismos universales: esa es la característica y no otra de los actuales q’amiris.

El desvarío sobre los indígenas por parte del criollaje no es nuevo. Tampoco la discordancia con lo que es la propuesta indígena. Ya en la Argentina de los albores de su independencia, fue opinión seria que se buscara un descendiente de los incas como gobernante. Vicente Pazos Kanki, aymara boliviano, ridiculizó esa idea y defendió los valores republicanos. Sucede lo mismo en la actualidad, cuando los principales defensores de las “autonomías” se los encuentra entre citadinos criollos, mientras los indígenas –especialmente donde son mayoritarios, en el occidente del país– se desentienden de esa propuesta y buscan más bien inmiscuirse en los asuntos generales del territorio y del estado boliviano. 

El futuro que puede tener Bolivia será fruto no de un cuestionamiento posmoderno, sino de la capacidad de nuevas generaciones dirigentes que –la simple lógica nos afirma en ello– surgirán del componente que aún no ha desarrolla plenamente sus capacidades ni ha ejercido todavía poder en la sociedad boliviana, las sociedades indígenas.

Pedro Portugal es historiador, especialista en temas de indígenas.



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