La sociedad y la prensa tendrán una oportunidad para ser fieles a sí mismas tomar distancia del poder por convicción antes que por miedo.
Brújula Digital|28|07|25|
Juan Pablo Guzmán
Casi 20 años de régimen masista no solo han hundido al país en una profunda crisis, sino han dejado una perversa herencia: el miedo de mucha gente a expresarse con libertad y el temor calculado de parte de los periodistas a contar las cosas tal como son y a explicarlas como se debería.
El miedo en la gente, entre los que se incluye a políticos de la propia oposición, se explica por la amenaza de que caiga sobre ella la guadaña de la justicia, rastrera al Gobierno; mientras en el caso de los periodistas una mortífera mezcla de autocensura, complacencia, renuncia a la ética y presiones del poder convirtieron buena parte de la oferta informativa en un anodino eco de voces oficiales.
No deja de ser curioso, ahora que dos décadas de masismo agonizan, que quienes antes callaban hoy aparezcan como adversarios de un régimen del que fueron cómplices en la luz o en las sombras; como también sorprende que parte de la prensa comience recién a ser plural, abierta a voces críticas, cuando antes las eludía o ignoraba.
Debilitado y en puertas quizás (quizás) de ser desalojado del poder, el masismo no infunde en esta época electoral el temor que hacía a unos bajar la cabeza ante él, y a otros callar o a, apenas, murmurar o lanzar una lisonja.
Si después de las próximas elecciones, en primera o en segunda vuelta, concluye la larga noche azulada, la sociedad deberá recuperar el ejercicio responsable de la libertad de expresión, un sustento básico de la democracia; mientras al periodismo le corresponderá zafarse de los corsés propios y ajenos. Con ello ganarán la libertad de expresión y la libertad de prensa.
Cuando al intelectual Josep Pla de Marcuse se le pidió una opinión sobre el filósofo Jean Paul Sartre, sorprendió con una respuesta intrépida y genial. Sartre, dijo, contribuyó con más talento que nadie a la confusión contemporánea. En los tiempos actuales se podría decir algo similar del masismo: con un febril empeño se puso a triturar los valores republicanos, hasta que, en el terreno del desconcierto, muchos llegaron a confundir la mentira con la verdad, la impostura con la franqueza, y la deslealtad con el honor.
En ese clima de extravíos, muchos medios y periodistas se pusieron al servicio del régimen, en unos casos con disimulo y en otros sin rubor, hasta llegar a un estado catatónico que el intelectual Mario Vargas Llosa, al reflexionar sobre la prensa servil, definió alguna vez así: “Publicitar todas las decisiones del poder, adular a los gobernantes, silenciar las críticas, desnaturalizar las verdades incómodas, propagar mentiras útiles y cubrir de ignominia a los adversarios”.
El voto por una alternativa diferente al masismo, el próximo 17 de agosto, podría ser entonces un paso en la dirección correcta para que la sociedad vuelva a creer en que el disenso, la crítica y la diferencia de opiniones y creencias no son pecados que se condenan, sino libertades que hacen sana a una democracia. Y, también, una señal de fe para que los periodistas revaloricen su papel, que implica hoy reubicarse con sabiduría en el nuevo ecosistema mediático con fórmulas que impidan la dependencia económica del poder y coberturas que enorgullezcan a sus autores y enriquezcan de información cierta a sus audiencias.
La debacle electoral de la larga noche azul, desde luego no implicará, automáticamente, la recuperación instantánea de los valores que inspiran la libertad de expresión y la libertad de prensa. Cualquiera que sea el nuevo gobierno surgido de la actual oposición, sin duda tendrá la tentación de moderar a la primera y anestesiar a la segunda, porque esa es la naturaleza del poder, independientemente de si es de un carácter autocrático o de un signo democrático.
Pero, liberadas de la confusión de dos décadas que sembró el MAS y aferradas a la esperanza de volver a los verdaderos principios de una democracia, la sociedad y la prensa tendrán una oportunidad para ser fieles a sí mismas; tomar distancia del poder por convicción antes que por miedo y a recuperar los paradigmas que en algún momento las hicieron vigorosas y creativas.
Juan Pablo Guzmán es comunicador social.