Una política exterior moderna y efectiva para Bolivia debe ser capaz de navegar en un orden global incierto, aprovechar las oportunidades.
Brújula Digital|29|06|25|
Víctor Rico
El escenario internacional ha experimentado profundas transformaciones marcadas por la aceleración de los cambios tecnológicos, la emergencia de potencias no occidentales y la fragmentación de antiguos consensos multilaterales.
El orden global en transición se caracteriza por el debilitamiento del multilateralismo, la erosión de las reglas internacionales, la emergencia de nuevas rivalidades y el recrudecimiento de otras más antiguas, elementos que exigen a los Estados una política exterior flexible, pragmática y basada en la defensa de sus intereses permanentes.
La guerra en Ucrania, que ya lleva más de tres años, el conflicto en Oriente Medio, que con la operación Martillo de Medianoche ha dado un viraje de imprevisibles consecuencias a la política de contención con Irán llevada adelante por Estados Unidos en los últimos 20 años, y las tensiones en el estrecho de Taiwán, configuran un escenario de inestabilidad global. El compromiso asumido por los países de la OTAN de aumentar su presupuesto de defensa a un 5% del PIB, en un periodo de 10 años, no debe interpretarse únicamente como la aceptación a una demanda del Presidente Trump, sino como un mensaje claro de los países europeos al Presidente Putin.
La guerra comercial iniciada por la administración norteamericana se basa en el análisis que hicieron en 1977 Robert Keohane y Josephe Nye sobre la interdependencia asimétrica como factor de poder. Contrariamente a lo que se entendía entonces como una relación bilateral exitosa, tener un superávit comercial no es un factor de fuerza sino de vulnerabilidad y por tanto el país deficitario se encuentra en una mejor posición negociadora. Estados Unidos tiene déficit comercial con la mayoría de los países y está utilizando esa situación en su estrategia negociadora.
La competencia entre las potencias mundiales acompañada por espacios puntuales de cooperación con un enfoque transaccional será el signo dominante en los próximos años.
Mientras, el denominado sur global se limita a intentar evitar hegemonías excluyentes, pero no plantea alternativas al orden global en retirada, surgido después de la Segunda Guerra Mundial.
Esta transformación ha repercutido en las políticas exteriores de los países latinoamericanos, obligados a repensar sus alianzas y márgenes de autonomía en un contexto de mayor incertidumbre y competencia entre grandes potencias.
Las iniciativas de integración —la CELAC, Mercosur, la Comunidad Andina y la Alianza del Pacífico, entre otras— han mostrado avances limitados y, a menudo, se han visto obstaculizadas por diferencias políticas, crisis internas y cambios de orientación en los gobiernos de la región.
El debilitamiento de los mecanismos regionales se ha evidenciado en la falta de respuestas conjuntas ante retos globales, como la pandemia de COVID-19, la crisis democrática en algunos países y la incapacidad de articular una voz común frente a actores extrarregionalas. La fragmentación política, las asimetrías económicas y la competencia por mercados y recursos han impedido consolidar una integración profunda y sostenida.
No obstante, la cooperación e integración regional continúa como un imperativo estratégico. Pero debe replantearse su enfoque. El modelo europeo que ha estado en la base y los orígenes de nuestras iniciativas integradoras ya no es válido. Hoy los desafíos son otros, algunos como la infraestructura física (corredores, puertos, aeropuertos) que viene de muchos años atrás continúa vigente. La transición energética, la cooperación ambiental, la biotecnología, la conectividad digital, la inteligencia artificial y su aplicación en salud y educación, narcotráfico y seguridad, la coordinación política y, por supuesto, una apertura de mercados, que sea real para el comercio intrarregional, son las áreas prioritarias. Un enfoque temático por encima de las ataduras doctrinarias es el camino para salir del inmovilismo. El reto para Bolivia consiste en articular una política exterior que, sin renunciar al ideal de integración, reconozca las limitaciones del contexto y apueste por alianzas flexibles y convergentes con sus intereses nacionales.
Frente a este escenario global y regional, Bolivia enfrenta el desafío de reconstituir su política exterior para el siglo XXI, en un contexto marcado por una profunda crisis económica y la necesidad de generar oportunidades de desarrollo. Pese a que el orden global basado en reglas e instituciones se encuentra en transición hacia uno nuevo, nuestro país debe defender los principios básicos del derecho internacional y promover los valores de la democracia y de los derechos humanos. Los principales elementos de esta política deben estar basados en los siguientes pilares:
• Realismo pragmático: la política exterior debe partir de un diagnóstico honesto sobre las capacidades y debilidades del país. Ello implica priorizar intereses vitales —como la seguridad, el acceso a mercados, la captación de inversión y la defensa de los recursos naturales— por sobre alineamientos ideológicos coyunturales.
• No alineamiento estratégico: En un mundo de rivalidades crecientes, Bolivia puede y debe mantener una posición flexible, evitando depender exclusivamente de una sola potencia o bloque. Este no alineamiento no es aislamiento, sino capacidad de negociar con múltiples actores en función de los intereses nacionales.
• Apertura y diversificación de relaciones: Es imperativo ampliar los horizontes de la diplomacia boliviana, estableciendo vínculos con nuevas economías emergentes, fortaleciendo lazos con países vecinos y buscando la inserción en cadenas globales de valor, innovación y conocimiento.
• Agenda Externa para la recuperación económica: La política exterior debe convertirse en una palanca para superar la crisis económica y la transformación estructural del modelo económico imperante. Esto supone atraer inversiones, promover exportaciones de bienes y servicios con valor agregado, y aprovechar las oportunidades que ofrecen las transiciones energética y digital a nivel global.
En conclusión, una política exterior moderna y efectiva para Bolivia debe ser capaz de navegar en un orden global incierto, aprovechar las oportunidades de integración regional donde existan, y anteponer siempre los intereses y el bienestar de la población. Solo así podrá contribuir de manera decisiva a la reactivación y transformación económica del país en el siglo XXI.
Víctor Rico Frontaura es economista y experto en relaciones internacionales.