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Política | 15/06/2025   01:20

|OPINIÓN|El heredero del silencio|Juan Pablo Chamón|

Andrónico no ha roto nunca con Evo Morales. No ha cuestionado el relato del “golpe”. No ha denunciado el uso de la justicia como instrumento político. No ha defendido una prensa libre ni ha pedido elecciones judiciales creíbles.

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Brújula Digital|15|06|25|

Juan Pablo Chamón

En su artículo Andrómeda, publicado en Brújula Digital, Sayuri Loza plantea una reflexión profunda y acertada sobre el desgaste del caudillismo en Bolivia, ese viejo reflejo nacional de aferrarse a figuras salvadoras con nombre propio, rostro fuerte y promesas absolutas. Sin embargo, justo cuando denuncia la falta de liderazgos auténticos, cae –quizás sin quererlo– en la misma trampa narrativa que critica: presentar a Andrónico Rodríguez como una alternativa “serena”, “humilde” y preparada para gobernar.

Andrónico no es eso. Andrónico es, en realidad, el hijo más obediente de Evo Morales, el heredero fabricado con paciencia dentro de las Seis Federaciones del Trópico, el rostro amable de un aparato de poder que no ha sido desmantelado ni democratizado ni reformado. Y que, al contrario, busca reconfigurarse a través de él para sobrevivir.

Presentarlo como alguien que “escucha”, que “negocia”, que tiene la humildad que les faltó a los anteriores, es repetir la estrategia mil veces usada por los autoritarismos regionales: cuando el líder principal se quema, se le inventa un sucesor supuestamente más racional, más joven, más moderno. Así lo hicieron los Castro con Raúl, Chávez con Maduro, Ortega con Rosario Murillo. Y ahora, Evo con Andrónico.

La diferencia entre ellos no es ideológica ni moral. Es de estilo. Andrónico no ha roto nunca con Evo Morales. No ha cuestionado el relato del “golpe”. No ha denunciado el uso de la justicia como instrumento político. No ha defendido una prensa libre ni ha pedido elecciones judiciales creíbles. Ha sido su senador, su vicepresidente sindical, su emisario parlamentario, y su legitimidad proviene –íntegramente– de ese aparato autoritario que se niega a morir.

Su supuesta “serenidad” es silencio estratégico. Y el silencio ante el abuso no es virtud, es complicidad.

El artículo de Loza acierta al advertir que el país se enfrenta a un vacío. Pero se equivoca al sugerir que Andrónico es un “príncipe de verano” que podría reinar en tiempos de paz. El problema no es si sobreviviría al invierno. El problema es que él es parte del invierno: su ascenso depende de mantener intacta la estructura clientelar y vertical del MAS, especialmente del Chapare.

Lo que asusta no es que Andrónico fracase. Lo que asusta es que tenga éxito en disfrazar de moderación el continuismo de un modelo político que ya ha mostrado hasta dónde está dispuesto a llegar para conservar el poder. En ese modelo, las bases amenazan al TSE, las leyes se bloquean a conveniencia, y la justicia sirve a los caudillos.

Se nos dice que deberíamos estar felices porque acabó la hegemonía del MAS. Pero si Andrónico se convierte en la salida “moderada” de ese mismo proyecto, la hegemonía no habrá acabado: solo habrá cambiado de nombre y de peinado.

No necesitamos príncipes serenos. Necesitamos ciudadanos despiertos. No líderes “de transición” que pactan con lo viejo, sino rupturas claras con las prácticas autoritarias, los pactos de impunidad y las estructuras verticales que han colonizado al Estado.

Y por eso mismo, no se trata de rechazar a Andrónico por ser del MAS ni por su origen sindical ni por su edad. Se trata de decir con claridad: no se puede construir un futuro democrático sobre una base de sumisión silenciosa al caudillo.





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