Brújula Digital|13|12|24|
María Silvia Trigo
El ex presidente del Tribunal Supremo Electoral (TSE), Salvador Romero, presentó el martes en La Paz su libro más reciente. Elecciones peligrosas es una crónica en primera persona de su gestión como vocal nacional durante el ciclo 2020 -2021, un cargo que asumió con valentía y un profundo sentido de responsabilidad democrática, cuando el país apagaba las últimas llamas del conflicto post electoral de 2019. Su presencia en el organismo electoral, con las credenciales que la enaltecen, permitieron divisar un horizonte de estabilidad en el futuro político de país.
Durante ambos procesos electorales trabajé como periodista de verificación de información. Poco antes de la etapa de mayor conflicto, cuando la fecha de la votación nacional estaba en disputa tras el primer aplazamiento, asumí como directora de Bolivia Verifica, desde donde hicimos un seguimiento minucioso a la difusión de contenidos falsos en materia electoral.
Lo que en el equipo esperábamos era lo común: que los candidatos se ataquen entre ellos con mentiras o verdades a medias. Para sorpresa de todos, el 25% de los bulos que verificamos no buscaban atacar oponentes sino al organismo electoral y a las bases del sistema democrático. Parecía que el adversario de todos era el TSE y en particular su presidente. Desde todos los flancos, se atacó a la única institución que podía devolver al país certezas y estabilidad, a partir de la renovación limpia su estructura política.
El proceso debía durar 120 días y terminó extendiéndose por 286, entre la convocatoria del 5 de enero y el día de la votación el 18 de octubre. En ese largo periodo e incluso algunas semanas después, se desarrolló una sistemática campaña de descrédito con mensajes vacíos de información veraz como la supuesta desproporción del valor del voto rural frente al urbano, la teoría del millón de fantasmas que habitan el padrón electoral o la supuesta existencia de símbolos venezolanos en el carnet de sufragio. Algunos de estos mensajes fueron difundidos incluso por gente que se supone que tendría que conocer lo básico de cómo funciona una democracia.
Salvador Romero también fue blanco de ataques que intentaron falazmente vincularlo con candidatos que participaban en la contienda. Su neutralidad implicaba tomar decisiones que resultaron impopulares en uno y otro bando, lo que lo justamente ratificaba su independencia política pero lo ponía en el centro de la disputa.
La elección era compleja por donde se la mire. De inicio, porque había que levantar el Tribunal Electoral de las cenizas, esto lo digo metafórica y literalmente. La confianza institucional en el organismo electoral estaba golpeada por los indicios de fraude en la elección precedente y habían oficinas departamentales que habían sido quemadas durante las protestas que siguieron a esos comicios, por lo que era físicamente imposible poner en marcha un nuevo proceso electoral en lo inmediato. Adicionalmente había un 15% de cargos acéfalos o vacantes, lo que era a la vez un problema y una oportunidad para recomponer la institucionalidad del Tribunal.
Luego se sumaron las dificultades derivadas la pandemia de coronavirus que supuso una serie de desafíos inéditos en el mundo. Además de las complicaciones logísticas de organizar la votación durante la cuarentena e implementar mecanismos de seguridad sanitaria para el día del sufragio, la pandemia provocó postergaciones que generaron desacuerdos políticos, conflictos sociales y extendieron la campaña de desinformación contra el TSE.
Con pocas experiencias previas de votación en pandemia –y ninguna de la magnitud y complejidad que la boliviana–, la elección de 2020 se convirtió en una referencia internacional en esa materia porque tuvo una alta participación ciudadana pese a los temores legítimos de contagio y la curva de casos se mantuvo en su tendencia decreciente.
Por otro lado, el Tribunal tuvo que conducir la transición no solo en el nivel técnico sino también en el plano político, una tarea que no le correspondía. Con la candidatura de Jeanine Añez, se perdió un aliado institucional para la realización de los comicios y la mayoría del MAS en la Asamblea Legislativa podía frenar cualquier iniciativa que le pareciera contraria a sus intereses. Era un país roto e incomunicado.
Dice Salvador Romero en una de sus páginas:
“El TSE asumió la conducción política de la transición, sobrepasando la labor meramente organizativa o técnica, en un papel sin precedentes. Se convirtió en el interlocutor de actores que entre sí apenas conversaban. Propició el diálogo político al más alto nivel para reajustar el proceso electoral, pieza nodal de la transición, tarea que en los otros países estuvo a cargo de los otros Poderes del Estado en coordinación con el Órgano electoral”.
A pesar de todas las adversidades, la votación fue validada de manera unánime por las misiones nacionales e internacionales de observación electoral. El TSE aprobó con honores la prueba más difícil desde el retorno de la democracia al garantizar una competencia transparente, justa y plural, en la que la población eligió libremente y sin interferencias institucionales a sus gobernantes. Estos estándares se repitieron luego en la votación subnacional de 2021.
El libro nos muestra que durante el año y medio en el que Salvador Romero fue presidente del Tribunal, desplegó sus cualidades de hábil negociador político. Con un gran pragmatismo y una aguda intuición, logró crear consensos en un país divido y proclive la confrontación, donde los senderos democráticos amenazaban con tornarse cada vez más estrechos.
Los periodistas valoramos su predisposición e interés por mantener un flujo informativo transparente, contrario al que estamos habituados. Se hicieron capacitaciones sobre los temas de mayor complejidad y, que yo sepa, nunca se le negó a nadie el dato solicitado. La forma sincera en la que mis colegas lo despidieron después de su última conferencia de prensa da cuenta de ello.
Durante todo el proceso electoral me preguntaba, con admiración y asombro, cómo hizo para navegar en medio de esas marejadas sin perder la templanza, de qué parte de su interior brotaba su aplomo, cómo hacía para no perder el mesura en los momentos más tempestuosos. Entiendo ahora, después de haber leído el libro, que su compromiso democrático y su hondo sentido de responsabilidad moral con la misión encomendada, fueron más grandes que las adversidades y le dieron la fuerza necesaria para no desertar.
No quiero ni imaginar qué otros cursos pudo haber tomado la historia del país si el proceso electoral de 2020 no se hubiera llevado a cabo de manera justa y transparente. Elecciones peligrosas es un libro ameno y cautivante desde la primera página, que nos pone al frente de los escenarios que se esquivaron y que estoy segura que nadie hubiera querido tener que contar.
María Silvia Trigo es periodista.