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Política | 09/12/2024   04:20

|CRÓNICA|René Zavaleta, un intelectual orgánico|Gabriel Gaspar|

René Zavaleta

Brújula Digital|09|12|24|

Gabriel Gaspar

Hablar de la obra de René Zavaleta Mercado, fallecido hace 40 años, es también habar de los tiempos que le tocó vivir, y por cierto, de la forma que vivió sus 47 años. Recuerdo que, reseñando un ensayo sobre la historia contemporánea de América latina a 20 años de la revolución cubana, a diferencia de otros autores que acudían a densos conceptos, René optó por iniciar su texto con la siguiente afirmación “el amor, el poder y la guerra, son la verdad de la Vida”. 

Boliviano 24/7 y latinoamericanista a full, dedicó su colosal energía y su enorme intelecto a descifrar la realidad de América Latina, por entonces, poblada de dictaduras militares, en el contexto de una guerra fría que escribía en el continente álgidos capítulos. Él, que había nacido en 1937, describía la Bolivia que surgió después de la revolución nacionalista de 1952, donde las milicias obreras de la COB y del campesinado derrotaron al ejército, la misma Bolivia que 15 años después fue escenario de la guerrilla del Che Guevara y sus réplicas nacionales y continentales. Sus biógrafos podrán explicar que probablemente por ahí radica uno de los núcleos del pensamiento zavaletiano: su preocupación por lo nacional popular. 

En efecto, apenas surgía la ocasión, René se explayaba sobre este tema, señalando que en la historia contemporánea de América latina era posible identificar dos fuerzas muy nítidas: el nacionalismo y el movimiento popular. Seguidamente pasaba a identificar a dos núcleos donde de preferencia se radicaban estas fuerzas: el Ejército y la Universidad. No era menor el detalle orgánico, porque se trataba de dos fuerzas que tradicionalmente caminaban separadas y se enfrentaron duramente, en más de una ocasión, reforzaba su argumentación con un cantico que de seguro lo entonó en las calles paceñas, se ponía de pie y empezaba a girar por el salón al grito de “Arriba la Ú, la Ú, la Universidad¡ Abajo la bó, la bó, la bota militar¡¡. Luego se sentaba y proseguía su análisis, estas dos fuerzas sentenciaba, tradicionalmente enfrentadas, en los pocos momentos históricos que convergían lograban importantes avances para la nación. 

La composición de lo popular era otra inquietud preferente. Obviamente los rígidos esquemas de transición de un modo de producción a otro, en América latina se topaban con una historia de colonialismo, mezclada con esclavitud, extracción de recursos y riquezas, muchas veces no solo a manos de grandes propietarios locales sino con directo destino a las metrópolis. Nuestras formaciones sociales “abigarradas” desafiaban a las ortodoxias y las rigideces intelectuales. En buena parte de nuestra región la presencia étnica, unida a las prácticas socio culturales de los pueblos originarios persisten hasta nuestra época, al igual que con el mundo afro tan presente el Caribe, sus costas y los plantíos intensivos en uso de mano de obra esclava, como el azúcar amargo. La Pachamama, Quetzátcoatl, Shangó y Ogú no se explicaban suficientemente con la infraestructura propia la contradicción capital-trabajo. Agreguemos todas las combinaciones sociológicas y culturales imaginables: lo cholo, lo pachuco, lo rolo, lo mulato, lo javao. 

Análisis sobre el Estado

Si el poder era una de las partes fundamentales de la vida, el Estado era uno de los temas que René abordó con tesón, no cualquier Estado, lo aterrizo a los casos de nuestra región, donde el control del territorio y el monopolio de la fuerza se articulaban con peculiaridades particulares que los diferenciaba respecto a los países de la cuenca del Mediterráneo, de donde surgían muchas de las teorías de lo estatal en esos años.

¿Como surgió el Estado? ¿Porque adoptó tan diferentes formas? ¿Porque en algunas partes del continente dispone de solidez y en otras parece tan precario? Su inquietud intelectual se adentraba en lo histórico y allí amasijaba el concepto del momento constitutivo del estado. En varias oportunidades me comentaba: Gabrielito, Arauco es el momento constitutivo del Estado chileno. Lo fundamentaba no en teorías económicas o étnicas, para él lo fundamental era que Arauco combatiente modeló el tipo de colonia que fue Chile: una colonia pobre, lejana dentro del imperio español, pero que moldeó a su quehacer y a sus colonos, los cuales debían ser mitad colonos, mitad soldados, por eso en el sur las ciudades chilenas coincidían con guarniciones de aquella época. Y del Estado saltaba al análisis de la sociedad civil, donde con ocasión del golpe de García Mesa en Bolivia de los setenta, lo interpretaba como la resultante de la coexistencia de un Estado débil, con una sociedad civil indómita. 

Zavaleta también fue un maestro, formador de generaciones de cientistas sociales. Exiliado en Chile en tiempos de la Unidad Popular, tuvo que volver a emigrar. Llegó a mediados de los 70 a México, eran momentos difíciles para las mayorías en nuestra región, entre ellas para el pensamiento social: se cerraban escuelas y universidades, se quemaban libros, se prohibían carreras y se censuraban planes de estudio. La Flacso, que por entonces tenía su sede principal en Santiago, sufrió fuerte la represión. 

Entre sus víctimas se debe mencionar a Jorge “Chichi” Ríos, estudiante boliviano, dirigente del MIR de su país, asesinado en esos días. Los directivos de Flacso, ante la precariedad de su situación decidieron buscar un lugar en el mundo donde en esos momentos de reflujo, se pudiese convocar a lo mejor de la intelectualidad latinoamericana, para reclutar y formar a las nuevas generaciones de ensayistas latinoamericanos. México solidario bajo las presidencias de Echeverría y López Portillo apoyaron ese proyecto, Rene Zavaleta fue convocado a dirigir a la nueva Flacso que se instaló en los faldeos del cerro Ajusco, en los entonces, bordes de Ciudad de México.

Dictaduras militares

En aquellos años, salvo Venezuela y Costa Rica, la mayoría de los países de la región vivían bajo distintas dictaduras militares, o atravesaban fuertes inestabilidades, en medio de una guerra fría a tambor batiente que por aquellos años vivió la incursión cubana en Angola tras la caída del imperio portugués, y donde lentamente volvían a temblar las calles y las montañas de América latina, luego Centro América pasaría a ser escenario de diversas guerras de baja intensidad. Eran los tiempos de Reagan y monseñor Romero. 

En ese escenario la estabilidad mexicana permitió la concentración de buena parte de lo mejor de la intelectualidad latinoamericana, y con ella se formó el cuerpo docente original de la Flacso México, intelectuales de la talla de los argentinos Portantiero, Emilio de Ipola y el maestro Bagú se instalaron en la nueva sede, también impartieron clases los brasileños Ruy Mauro Marini, Theotonio dos Santos y Vania Bambirra, el uruguayo Quijano, el historiador Ciro Flamarion Cardoso que nos adentró en las formaciones productivas del periodo colonial que explican en buena medida la diversidad actual de nuestro continente. Agustín Cueva desentrañaba los orígenes y consecuencias del pacto primario exportador y Gerard Pierre Charles y Susy Castor hacían los mismo con la introducción de los cultivos del azúcar, la concentración de la tierra y el dominio excluyente en su Haití cherie.

También se desarrolló la selección de alumnos. La primera generación reunió a algunas decenas de estudiantes latinoamericanos, los cuales fueron sometidos a un riguroso proceso de formación durante dos años de virtual acuartelamiento docente. Por cierto, de esa promoción (76/78) surgieron destacados egresados como entre otros el uruguayo Jorge Landinelli, la argentina Ana Jaramillo, ambos posteriormente altos directivos en sus países al retorno de la democracia, Giovana Valenti, mexicana que posteriormente fue directora de Flacso y Sabine Manigat, la bellisima haitiana con posterior carrera académica y humanitaria en diferentes misiones de paz de Naciones Unidas. 

Disfrutar la vida

Así como era un sesudo intelectual, Zavaleta también disfrutaba de la vida, inolvidables las cuecas bolivianas y morenadas con las cuales junto a Roxana Ybarnegaray –hoy funcionaria del Tribunal Electoral de Bolivia– animaban las festividades al pie del Ajusco. Dueño de un sabroso humor unido a un manejo eximio del idioma no paraba de emitir sentencias picarescas, como cuando explicaba que la ingenuidad en los niños era muy tierna, pero en los adultos tenía otro nombre. 

Obviamente la evolución de los sucesos chilenos lo atraían. No solo las consecuencias de la exclusión política, observaba las consecuencias del ensayo de los Chicago boys con la economía. Un día me sentenció: “el neoliberalismo genera una emanación tendencial al individualismo”. Podríamos decir que en esos años era casi una intuición, René no alcanzó a ver cómo la competencia de las empresas se trasladaba hacia la sociedad y penetraba en la política, con su bagaje de agendas personales, clientelismo y reemplazo de las propuestas societales por salidas comunicacionales en tiempos de las nuevas tecnologías.

No alcanzó a vivir en el siglo 21, me pregunto muchas veces que diría de la descomposición de algunos procesos de la izquierda latinoamericana. Por supuesto también como analizaría el proceso silencioso de disolución de lo colectivo y su reemplazo por una sumatoria de individualidades y sus ambiciones. La atomización de la sociedad amenaza a uno de los torrentes que trató siempre de navegar: lo nacional, lo popular. El culto a la personalidad era algo que mirábamos con distancia pero que en aquellos años se radicaba en Eurasia. 

No vivió lo plurinacional, el fin de la guerra fría, el mundo unipolar y la explosión del internet. No conoció X ni Instagram, ni la forma como las redes sociales coparon primero a la juventud y luego, a todo el espectro social. En el tiempo de su fallecimiento los ayatolas estaban recién empezando y los mujahidines aún no desplazaban a los fedayines. Cuando René falleció aún no habían nacido ni Andrónico ni Eva. 

Al recorrer las calles paceñas recientemente, y comparar los momentos que vive Bolivia y el continente hoy en día, no pude dejar de recordar esa enseñanza suya tan contundente: en América latina, la eternidad es muy breve.

Gabriel Gaspar es cientista político, exdiplomático y político chileno.



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