EFE
Brújula Digital|19|11|24|
Víctor Rico
No fue una elección ajustada como predecían las encuestas, que se equivocaron una vez más. Fue un triunfo claro tanto en el voto ciudadano como en el Colegio Electoral. Donald Trump será el nuevo presidente de Estados Unidos a partir del 20 de enero de 2025; tendrá el control del Senado y también de la Cámara de Baja. Si sumamos a la Corte Suprema de Justicia en la que de nueve magistrados, seis son de orientación conservadora, tendrá el poder total. Por el resultado de las elecciones, tiene un claro mandato para llevar adelante su agenda, su programa.
No nos detendremos en las razones de su triunfo sobre las cuales hay muchas interpretaciones. Nos interesa identificar algunas pautas sobre lo que podría ser su política exterior, en particular hacia América Latina.
Una de las promesas de campaña del candidato Trump y que aparentemente le sumó una importante cantidad de votos, ha sido la de acabar “con las guerras” que, según dijo, nunca hubieran ocurrido de haber estado él en la Casa Blanca. Se refería básicamente a la guerra en Ucrania. Por su afinidad con Putin, es probable que ejerza una mayor presión con el presidente Volodymyr Zelensky para que se siente a negociar y sea más “flexible”.
Los países europeos, algunos de ellos muy activos en su apoyo a Ucrania, ¿apoyarán esa postura? Mi impresión es que no tienen alternativa. El apoyo a Ucrania es muy costoso en términos económicos, pero también políticos. Una encuesta publicada por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores muestra que solo un 10% de los ciudadanos de la UE cree que Ucrania ganará la guerra, aunque más del 40% mantiene su compromiso de apoyo, con diferencias muy marcadas entre países.
En cuanto al conflicto entre Israel y Hamás, el apoyo a la estrategia de Netanyahu para “acabar” con esa agrupación terrorista será claro e inequívoco. Sin embargo, no hay que descartar que Trump trate de resucitar el proceso que condujo a los Acuerdos Abraham orientado a la normalización de las relaciones entre algunos países árabes y el estado de Israel.
Finalmente, en el plano global, está el gran tema de las relaciones con China. Uno de los ejes del movimiento MAGA (Make America Great Again) es el proteccionismo para que las empresas americanas vuelvan a su territorio y generen empleos. Quedaron atrás los tiempos, iniciados con Reagan, en los que Estados Unidos era el abanderado del libre comercio. Incluso la Administración Biden se inscribió en la nueva línea proteccionista.
Esa política afecta principalmente a China, aunque también a América Latina. Pero la disputa de Estados Unidos con China no es solo comercial sino sobre todo tecnológica y por supuesto busca consolidar su supremacía militar que esta puesta en duda por el creciente gasto en defensa del gigante asiático. Las recientes designaciones de Trump para su gabinete muestran claramente una intención de endurecer la política hacia China. Mike Waltz, nombrado para dirigir el Consejo de Seguridad Nacional, ha señalado que China es una “amenaza existencial” para Estados Unidos. La futura embajadora en Naciones Unidas es también muy crítica con ese país. A esta compleja relación bilateral debe añadirse el tema de Taiwán, que genera recurrentes tensiones militares y políticas.
Pasemos a América Latina. En su primer gobierno, la atención hacia América Latina fue mínima excepto con relación a Venezuela. Esperar que esta postura cambie en su segunda gestión parece poco probable. Ocupado en cumplir sus promesas electorales domésticas, “acabar” con las guerras y gestionar las crecientes tensiones con China, tendrá poco interés en una región que considera de poca importancia estratégica para su país. El nombramiento del senador Marco Rubio como nuevo Secretario de Estado no debe interpretarse como una señal hacia la región sino como parte de una orientación muy clara en la selección de sus colaboradores: leales, duros y fieles a los postulados del movimiento MAGA. Ser conservadores no es suficiente.
Un tema que será prioritario en su relación con América Latina y que converge con su agenda doméstica es el de la inmigración. Ha nominado a un “halcón” como zar de la frontera para llevar adelante las deportaciones de inmigrantes ilegales y poner nuevos candados a la frontera sur. Este objetivo lo obligará a establecer una política de incentivos y castigos con México, países de Centroamérica, Venezuela y Haití.
No basta con construir muros, deportar y cambiar la política de asilo. Con Venezuela, el masivo éxodo de venezolanos se debe claramente a las fallidas políticas del régimen chavista. Mientras continue el éxodo se mantendrá. El nuevo gobierno Trump estará dispuesto a reconocer a Edmundo González como Presidente legítimo? ¿Aumentará y profundizará las sanciones? Estará dispuesto a trabajar con algunos países de la región (Brasil, Colombia y México) y la Unión Europea para acompañar las sanciones y la presión internacional con una efectiva gestión política? ¿Sera posible convencer a China y Rusia que es de su interés estratégico dejar de apoyar al régimen chavista? A mi juicio, solo una respuesta positiva a esas preguntas lograra que finalmente vuelva la democracia a ese país.
Mas allá del tema migratorio, no hay indicios que la agenda con la región se amplie con temas sustantivos. Podría haber algunos cambios solo en la medida que la nueva Administración considere que una relación más densa con América Latina es funcional en su disputa estratégica con China. La próxima Cumbre de las Américas prevista para 2025 en República Dominicana podría ser el escenario para que surjan iniciativas de mayor calado.
América Latina debe prepararse para lidiar constructivamente y de manera cooperativa con el nuevo gobierno de Trump. Alzar su voz cuando considere que ciertas políticas vulneran sus intereses y su visión del mundo, pero también avanzar con decisión en los temas de interés común. Si seguimos como una región “dividida y silenciosa” (Mónica Hirst) será muy difícil lograr esos objetivos.
Víctor Rico es economista, especialista en relaciones internacionales y diplomático.