APG
Brújula Digital|14|11|24|
Hernán Terrazas E.
Según fuentes diplomáticas en varias oportunidades mientras estuvo asilado en la residencia de la Embajada de México en La Paz, a Juan Ramón Quintana, el polémico exministro de la Presidencia y aliado principal de Evo Morales, se le reclamó por realizar frecuentes llamadas telefónicas con fines políticos, una conducta que se considera violatoria de las reglas del asilo.
Quintana había participado activamente en la resistencia al gobierno de Jeanine Añez y se sabe que tuvo mucho que ver con las movilizaciones de Sacaba y Senkata que provocaron amenazas, enfrentamientos y decenas de víctimas, que se convirtieron luego no solo en parte de la argumentación del inexistente “golpe”, sino en elementos críticos para sustentar la causa por la que varios integrantes del gobierno de entonces fueron exiliados, procesados o encarcelados.
Hoy, cinco años después, se sabe que Quintana no solo atisbaba desde una de las ventanas del inmueble ubicado en el residencial barrio de La Rinconada al sur de la ciudad de La Paz, sino que era una figura clave en el esquema de desestabilización que operó durante gran parte del año 2020. Por esos “méritos”, el masismo –entonces no había arcistas, ni evistas– puso a la exautoridad en la galería de sus “héroes”.
Ahora, sin la posibilidad de tocar las puertas de ninguna embajada, Juan Ramón Quintana es buscado por la policía para responder por graves delitos como “terrorismo, asociación delictiva y daños a los bienes del Estado”, prácticamente las mismas razones por las que pudo haberse ordenado el allanamiento de su domicilio y su captura en 2019, aunque seguramente con un desenlace muy distinto.
En lo que fue una confesión, cuya onda expansiva puede abarcar también el pasado, el exministro dijo el 18 de octubre pasado que “los bloqueos se alimentan con sangre”, una frase que pesará en su contra en lo inmediato, pero que podría explicar también muchos de los eventos trágicos de 2019.
Clandestino otra vez, Quintana ya no es, ni será símbolo de la resistencia supuestamente “popular”, sino protagonista del MAS prófugo, que suma a varios dirigentes –algunos ya detenidos– que conformaron durante años el llamado Estado Mayor del Pueblo, el bloque social donde estaban representados los movimientos aun leales a Morales.
Evo Morales va perdiendo todo el poder. Los pocos leales que le quedan están presos o son buscados, otros como el exministro de Gobierno, Carlos Romero, cuestionan los bloqueos como instrumentos de lucha política, y sus corifeos de otras épocas, los que defendían lo indefendible, los revolucionarios del papel y la tinta, los constructores de púlpitos improvisados en los “templos” periodísticos, hoy le dan la espalda o afinan la pluma para buscar nuevos acomodos.
Paradójica tarea la que tiene el presidente Luis Arce: la de ser el enterrador del proyecto que lo llevó al poder, el “deicida” encargado de ajustar cuentas con los falsos ídolos, el responsable tal vez de apagar la luz y cerrar la última puerta antes de alejarse, quién sabe por cuanto tiempo, del poder. Quintana, cinco años después, es parte de la enfermedad que debilitó al MAS.
Hernán Terrazas es periodista.