APG
Brújula Digital|05|11|24|
Yelka Maric
Desde que asumí el rol de concejala en el municipio de La Paz, he tenido el privilegio –y a veces la desdicha– de observar de cerca los complejos juegos de poder que se desarrollan en sus pasillos. Desde afuera, debería ser un espacio donde se definen grandes proyectos y se toman decisiones importantes por el “bien común”. Sin embargo, los ejemplos de esta gestión (Ejecutivo y Legislativo) muestran que, lamentablemente, no es así. En las sombras, lejos del ojo público, se despliegan dinámicas personales, invisibles y, en ocasiones, lamentables.
Algunos hombres en posiciones de autoridad parecen experimentar el poder de una forma que dista mucho de lo que se espera de quienes deberían liderar con ética. En lugar de inspirar respeto, se envuelven en un aura de control, utilizando su influencia para satisfacer deseos que, vistos de cerca, reflejan su profunda fragilidad emocional. El poder se convierte en una herramienta para acercarse a otros sin revelar sus inseguridades, sin exponerse realmente. Y ver cómo dinero y poder se convierten en moneda emocional resulta, en el mejor de los casos, perturbador.
Como mujer siento pena y repugnancia por los hombres que usan su poder y dinero –a menudo adquiridos de forma corrupta– para obtener relaciones sexuales. Esta conducta es una decadencia moral, una falta de respeto tanto hacia la dignidad de las mujeres como hacia ellos mismos. Son hombres atrapados en un ciclo de control y manipulación que exhibe una miseria emocional tan penosa como despreciable.
Al pensar en esta realidad, pienso también en las mujeres que muchas veces se ven atrapadas en estos intercambios. No todas lo hacen por voluntad; algunas se ven forzadas por un sistema que ofrece pocas alternativas, un contexto que las empuja a ceder ante dinámicas que no las representan, pero que, de alguna manera, les permiten avanzar en una estructura rígida y desigual. Ellas también forman parte de este ciclo, aportando cada una su historia de lucha y adaptación en un entorno donde el poder se manifiesta en múltiples capas.
En esta gestión ya hubo, dos subalcaldes apartados de sus cargos tras denuncias de acoso sexual, posiblemente porque esas mujeres no estaban dispuestas a aceptar transacciones degradantes. Estos hombres fueron reubicados en espacios menos visibles, lo cual plantea la inquietante pregunta: ¿cuántas denuncias similares estarán archivadas en la autoridad sumariante, lejos del escrutinio público y del ente fiscalizador?
No puedo juzgar a las mujeres que aceptan estos intercambios. Muchas enfrentan decisiones difíciles y caminos sin salidas claras. En estas relaciones encuentran un tipo de estabilidad que, en una estructura cerrada para quienes carecen de influencia, puede representar su única oportunidad. Me duele pensar que algunas deban lidiar con tales dinámicas, mientras que otros abusan de sus posiciones.
Siento pena también por esos hombres, atrapados en su propia inseguridad. Se esconden tras una fachada de autoridad, conscientes de que sin ella, no son nada. La sociedad les enseñó que el poder se mide por su capacidad de "tener" a quien deseen, y ellos han elegido el camino más bajo para sentirse poderosos.
Estamos, todos –o casi todos– intoxicados con las interminables denuncias sobre Evo Morales, quien habría utilizado su poder para abusar de mujeres en situación vulnerable. La realidad nos muestra que los códigos de ética son fácilmente rebasados por los políticos que abusan de su poder temporal para fines concupiscentes, más cuando estos tienen un círculo que alienta sus abusos, archivando o encubriendo denuncias de esta naturaleza.
La justicia en Bolivia no debería depender de conveniencias; debería ser una cuestión de principios. No es solo un deber público; es también un reflejo de quiénes somos en lo más profundo.
Invito a las mujeres que podrían vivir o haber vivido una situación similar a la descrita acercarse a mi oficina no solo a buscar apoyo, sino a elaborar una denuncia contra el funcionario que sin el cargo temporal que ostenta no sería nada. La participación del ojo público es fundamental porque puede exponer ante la consciencia social el abuso, sacándolo de los espacios sórdidos y silencios de impunidad.
En mis espacios de silencio y reflexión, no puedo evitar preguntarme si, en algún momento, todos aquellos que han dejado que el poder se convierta en su única moneda emocional lograrán ver lo que yo veo: el peso de sus propios miedos, escondido detrás de una fachada de control y de aparente fortaleza.
Yelka Maric es concejala de La Paz.
@brjula.digital.bo