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Política | 27/02/2024   05:21

|OPINIÓN|El desafío de elegir asambleístas en el marco de la unidad opositora|Santiago Siles|

Foto: ABI

Brújula Digital|27|02|24|

Santiago Siles

En un anterior artículo mencioné las maneras cómo se podría tomar la decisión de elegir a un candidato único de la oposición. Por ejemplo se podrían usar encuestas o información del Big Data, si hubiera consenso al respecto. Otra manera que propuse sería la conformación de una coalición de todos los partidos no adscritos al oficialismo. La posterior disolución de esta alianza, en caso de ser requerido por uno de los partidos integrantes, estará condicionada por el reglamento para el registro de alianzas, donde el Tribunal Supremo Electoral deberá evaluar los pormenores en cuanto a la regularidad del registro presentado.

Continuando con lo propuesto en esa primera parte, en cuanto a la particular de las senadurías y diputaciones que están en juego, dependiendo de los votos obtenidos, la opción ganadora deberá plasmar su porcentaje más uno dentro de la franja de seguridad; las siguientes, de haber suscrito la alianza, deberán, subsecuentemente, contar con un número de representantes acorde a los votos obtenidos. Esto se puede negociar de acuerdo con las zonas de influencia de cada partido, entendiendo que ciertos candidatos tendrán más peso en un departamento que en otros. El proceso, más allá de la coherencia propia de cada organización política, debe ser respaldado por un grupo de expertos independientes de cada región y de distintas personas probas que se comprometan a no buscar espacios en el posible futuro ejecutivo y/o Asamblea.

Por otra parte, en el apartado económico, presuponiendo que la pauta publicitaria y el poderoso aparato comunicacional y propagandístico del Gobierno inclinarán negativamente la balanza, el conveniente y casi único camino sería el de la alianza, misma en la que todos los integrantes deberán aportar una suma, acorde a sus posibilidades, como requisito previo para el ingreso a esta unidad. Evidentemente, el peso económico, más allá de ser crucial para el camino a tomar, no debe ser una baza coercitiva, respetándose los porcentajes conseguidos en las primarias. No se puede, claro, obligar a un posterior respaldo económico y, dentro de la campaña de cada corriente, cada uno puede utilizar los recursos, en tanto límites y prohibiciones del régimen electoral y de organizaciones políticas, que considere necesarios; siempre y cuando estos no sean mayores al aportado inicialmente al propósito general.

Si se arma esta unidad, considerando la paupérrima presencia de la oposición en ciertas periferias y en el área rural, los partidos o entidades que mejor entendimiento tengan de circunscripciones específicas deberían ser los que comanden la campaña y el control de la votación en esos espacios. Lo propio debería repetirse en las subnacionales, donde la oposición ni siquiera presentó candidatos en muchos de los municipios del país. Estar desunidos en estos lugares o querer presentar candidatos que no tengan ni la más remota posibilidad sería un suicidio electoral.

Si en las elecciones del 2019, en las que el MAS necesitó de un fraude sinvergüenza para salvar los platos, la oposición presentó más de un partido opositor fue por egos personales y actitudes que debemos considerar totalmente contraproducentes. Demócratas y Oscar Ortiz nunca fueron una opción real y su existencia quitó fuelle a la unidad votante.

En el 2020 pasó lo mismo. La existencia misma de Creemos fue un sinsentido que restó representación y nos presentó una opción dividida y coartada UCS, partido direccionado por el MAS; Camacho ignoró las encuestas y la lógica, creyéndose un elegido divino. En las elecciones subnacionales del año próximo esto fue corregido y se lograron importantes victorias en regiones claves del país, pero Comunidad Ciudadana se quedó en nada, teniendo que arrinconarse a ser la mayor facción opositora en la Asamblea y en la alcaldía de Santa Cruz. Desde este punto en adelante, después de que la ciudadanía se olvidó de defender los 2/3 del proceso legislativo, lo que vino para la oposición, más allá de algunos heroicos e interesantes parlamentarios, fue mayoritariamente. Todo ello descontando el retrógrado efecto Chi y el catastrófico gobierno interino que condicionó y truncó la valiente lucha de los bolivianos.

Las venideras elecciones no le pertenecen a los partidos políticos y a sus tablas de filosofar alejadas de la gente; ya no procede la voluntad de un único líder político que designe candidatos sin interactuar con las bases. De igual forma, las mujeres y hombres que nos representen deben manifestar convicciones fuertes direccionadas a solucionar las problemáticas de su entorno y de los bolivianos en general. Deben ser personas preparadas, sin tachas éticas que preocupen y predispongan negativamente a los ciudadanos. Los electores debemos tener la posibilidad de objetar, razonablemente, la impostura de personajes polémicos.

Por último, necesitamos una ciudadanía crítica con su papel actual, notándose un profundo abandono a los representantes eficientes y comprometidos que fueron acertadamente elegidos para sus cargos, los cuales nunca contaron con el apoyo suficiente para luchar cualquiera de las propuestas opositoras presentadas en el ámbito legislativo. Ser opositor, uno de verdad, es una tarea desgastante y de considerables peligros políticos y generales.

Santiago Siles Rolón es psicólogo y comentarista político.





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