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Posición Adelantada | 05/04/2021

Yo no quiero diálogo

Antonio Saravia
Antonio Saravia

Comunidad Ciudadana y Carlos Mesa presentaron el lunes pasado una propuesta “para la paz y reconciliación” del país. En su primer punto, la propuesta pide “sin renunciar a nuestra interpretación de los hechos y en homenaje al bien mayor de la patria, superar la polarización que generan los discursos antagónicos entre fraude electoral y golpe de Estado…”. De forma similar, la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia presidida por Amparo Carvajal llamó este jueves pasado a que se instalen mesas de diálogo entre el MAS, los partidos de oposición y la sociedad civil. A estos pedidos se suman varias columnas en diversos periódicos alertando sobre la polarización “pititas vs. masistas” y pidiendo entendimiento y convergencia hacia el centro.

Pues les caerá mal a los que quieran dialogar tomando un cafecito con el gobierno, pero este humilde columnista no se adhiere a sus pedidos. Yo no quiero diálogo con el MAS. Prefiero la polarización. Sí, prefiero mil veces la polarización.

Decía Martin Buber, filósofo austro-israelí que dedicó buena parte de su vida a estudiar los principios filosóficos del diálogo, que este es una relación necesariamente basada en el respeto y la confianza mutua. De acuerdo a Buber, sentarse a charlar con alguien de buena fe implica reconocer en el otro un nivel mínimo de honestidad. Esto genera confianza, respeto a la palabra empeñada y la posibilidad de llegar a compromisos efectivos que resuelvan problemas.

Pero, ¿puede acaso alguien confiar en el MAS? ¿Puede alguien tenerle respeto a su palabra? ¿Es concebible pensar que un compromiso asumido por el MAS sería respetado? ¿No nos han dado muestras sistemáticas por más de 14 años de que no tienen ningún interés en proteger la democracia y solo les interesa el poder para llenarse de plata y usar la justicia a su antojo? ¿Es posible un diálogo con el MAS como lo entendía Buber?

No, un diálogo con el MAS no es posible porque el MAS no es un interlocutor válido. Y si hay que listar nuevamente la sarta de crímenes cometidos durante el gobierno de Evo Morales (Chaparina, Hotel Las Américas, la instrucción de cerco para que no entre comida, etc.), la persecución judicial y las detenciones arbitrarias (la expresidenta Añez es un caso emblemático pero las víctimas del abuso judicial del MAS llenan largas listas), los escandalosos casos de corrupción (Fondo Indígena, ENTEL, Banco Unión, YPFB y demás empresas públicas solo por mencionar algunos), los vínculos evidentes con el narcotráfico y con las dictaduras cubana y venezolana, y el desprecio olímpico por las reglas democráticas (reformas constitucionales a su antojo, 21F, fraude en las elecciones de 2019, etc.), pues habrá que hacerlo una y otra vez para que a nadie se le olvide.

Es que no, Sr. Mesa, el fraude electoral y la retórica del golpe de Estado no son “interpretaciones de los hechos” que deben guardarse en la misma bolsa y dejarse de lado. Como usted sabe de primera mano, el fraude electoral de 2019 no es un “discurso” sino una evidencia. Es la verdad. Es lo que pasó y ha sido demostrado hasta el cansancio. Por otro lado, la retórica de golpe de Estado no es una “interpretación” sino una vil mentira. Si dialogar con el MAS requiere dejar a un lado la verdad y no denunciar las “interpretaciones” que hace este partido, pues el diálogo no es tal y la conclusión ya está dicha antes de que uno se siente a la mesa. Si conversamos con el MAS aceptando su legitimidad, el país pierde antes del pitazo inicial.

No, con el MAS no se dialoga, con el MAS no se argumenta. Al MAS se lo denuncia porque avanzar hacia la construcción de un verdadero país requiere la denuncia de lo inmoral. Al MAS se lo derrota con ideas, con valentía, hablando fuerte y sin remilgos. Pero se lo derrota, sobre todo, deslegitimándolo como interlocutor. Y no, que haya sacado 55% de los votos no valida su abuso, su mentira, su racismo, su violencia y su cobardía. Algunas de las peores dictaduras de la historia también ganaron elecciones por amplísimo margen.

A nadie le hace gracia un país polarizado. No es lo ideal, lo sé, pero en este caso es mejor que la alternativa. Esta no es una pelea por ideas económicas o de políticas públicas. No se trata de dialogar o no sobre la participación del Estado en la economía, la privatización de empresas o las reformas necesarias para educación y salud. Esto es más profundo. Se trata de no permitir que un cáncer totalitario nos lleve a un régimen como el venezolano o el cubano y perdamos el futuro. 

Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia).



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