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20/03/2024
Columna Abierta

Verdaderamente macabro

Carlos Derpic
Carlos Derpic

La semana pasada, noticias de prensa han dado cuenta de un hecho verdaderamente macabro sucedido en octubre de 2021, cuando una joven mujer de 25 años fue asesinada y ofrendada a la Pachamama en la mina Choro, ubicada en Palca, cerca de la ciudad de La Paz.

La víctima, de nombre Shirley, era madre de dos hijos pequeños y fue entregada al sacrificio por una de sus amigas, que trabajaba como yatiri, y por el esposo de ésta. Ambos la habían convocado a El Alto, ciudad en la que la doparon para entregarla luego a dos personas que, a su vez, la trasladaron hasta la mina antes mencionada para ofrendarla a la Madre Tierra. La yatiri y su esposo están prófugos hasta hoy y las personas que la trasladaron han sido condenadas a 30 y 20 años de presidio.

Horroroso y macabro por donde se lo mire, intentemos reflexionar un poco más allá de la indignación, la rabia y la impotencia que produce enterarse de cosas como estas.

Existen en el mundo muchas religiones, cada una de las cuales tiene sus propias divinidades y sus propios tipos de culto. En los pueblos andinos se venera a la Pachamama o Madre Tierra, divinidad equivalente a la Gaia o Demeter de los griegos, a la Magna Mater de los romanos y a la Nana de los orientales. Todas esas culturas la consideraron como un súper ente vivo que, como tal, produce y reproduce la vida y no está ligada a la muerte.

Pero, como sucede muchas veces, dentro de las religiones se producen tergiversaciones que escandalizan a personas de buena fe, como le sucedió al finado padre Eugenio Natalini, un italiano que terminó sus días como potosino por adopción el año 2022 cuando se enteró en la década de los 70 del siglo pasado que san Francisco Solano, cuya imagen se veneraba en el templo de san Francisco de Potosí, era utilizado para que las personas con enfermedades presumiblemente incurables eran medidas con unas cintas de color rojo que luego eran colgadas en los brazos de la imagen mencionada. Quienes eso hacían pretendían que el santo intercediera ante Dios para que éste se llevara a las personas enfermas cuanto antes de este mundo. Natalini, enterado de los oscuros fines de las cintas, prohibió su uso inmediatamente.

En otros casos, en nombre de Dios o de la civilización occidental y cristiana, se han producido verdaderos crímenes y genocidios, como ocurrió con españoles y portugueses llegados a América a inicios del sistema capitalista o como sucedió en España bajo la feroz dictadura de Franco o en Portugal bajo la de Oliveira Salazar; o en los países del cono sur de América Latina que, a partir de 1964 (Paraguay diez años antes) vivieron el terrorismo de Estado de la ideología de la seguridad nacional en el nombre de la “seguridad nacional”, Dios y el cristianismo.

También, entre todo esto, existen creencias absurdas y macabras como aquella de entregar seres humanos a la Tierra durante la construcción de edificios, para que no se vengan abajo con el transcurso del tiempo.

En materia minera, los sacrificios y ofrendas a la Pachamama son de larga data. En ocasión de las diligencias de mensura, alinderamiento y posesión se suele entregar llamas en sacrificio, bajo el justificativo de que la Tierra es una diosa a la que le encanta la sangre y que, al recibirla, retribuye el acto sacrificial entregando minerales en abundancia a quienes lo ejecutaron. La ecuación, por tanto, es: le doy sangre a la Pachamama y ella me da mineral y, con él, mucho dinero. El “toma y daca” del libre mercado “actualizado” con la entrega esta vez de vidas humanas.

Esto está por detrás de estos actos abominables: la ambición de tener más y más dinero (“prosperidad” le llaman algunos) a costa de lo que sea, incluida la explotación de los peones en las cooperativas mineras y de los trabajadores en otras actividades. Apercollar la mayor cantidad de billetes, olvidando que, a la hora de la muerte un pedazo de tierra será más que suficiente para recibir en su seno el cadáver “de quien en vida fue…”.

Es la realidad puesta de manifiesto por Karl Polanyi en 1944 en su monumental obra “La gran transformación”. Vivimos el paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado, en la cual todo es mercancía, el trabajo, los productos del trabajo, la amistad, el amor, el culto a los dioses, el sexo… todo, absolutamente todo, incluida la vida de los seres humanos, las plantas, los animales y de la propia Madre Tierra.

Carlos Derpic es abogado.



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