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La madriguera del tlacuache | 28/08/2022

Una primera ministra entre la OTAN y Maluma

Daniela Murialdo
Daniela Murialdo

Todos tenemos derecho a una vida privada. Y a mantener en reserva nuestro ámbito más íntimo. Pero además, dentro de ese espacio privado -sin importar el tipo y la cantidad de licencias que nos demos- gozamos de libertad irrestricta para rellenar nuestras jornadas como mejor nos parezca. Algunos -poco más recogidos- agotan sus horas leyendo y escuchando música; otros, retando contrincantes en juegos de mesa o husmeando Netflix; o, los más gozosos, bailando entre amigos y licores.

Mi personalidad, un tanto adaptativa, se siente cómoda en cualquiera de esos escenarios. Igual puedo permanecer enclaustrada con un libro; que asistir de buena gana a algún bailongo carnavalero, siempre que ofrezca coctelitos de tumbo. Pero eso a nadie le interesa. Mi actividad privada tiene sin cuidado a quienes están fuera de mi entorno más próximo. Estoy lejos de ser una celebridad; no asumo responsabilidades públicas, y mis habilidades de influencer alcanzan solo para definir qué salteñas se comen los domingos en casa.

Así, quienes no estamos bajo el acecho de una multitud, ni comemos gracias al erario público, podemos preservar mejor nuestra vida personal. Y los actos que de esa vida se conozcan, causarán un impacto menor, cuando no causen ninguno.

Hace unos días se filtraron videos en los que la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, aparece en una fiesta -bajo los influjos del alcohol- bailando pegadito con un conocido cantante. La profusa difusión de esos videos, por parte de un tabloide finlandés, provocó un revuelo. Y que varios parlamentarios instaran a Marin a hacerse un test de drogas, pues en uno de ellos la Primera Ministra cantaba eufórica junto a sus cuates una canción que hablaba de la “jauhojengi”, que algunos tradujeron literalmente como la “pandilla de la harina”; lo que, sin forzar mucho, se entendió como una alusión al consumo de cocaína.

No pareciera haber en todo esto una transgresión ni legal ni ética, como en la que sí incurrió el saliente primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, al saltarse las normas de confinamiento por la pandemia, y recibir en el 10 de Downing Street, a algunos “compañeros de trabajo” para tomar unas cervezas. Incluso el hecho de que Marin esté casada y tenga una hija de cuatro años no habilita la condena en su contra por los bailes de movimientos “sugerentes” con ese músico amigo.

En su mayoría, el pueblo finlandés no ha mostrado marcados reparos a que su jefa de gobierno parrandee. Sucede que al no tener problemas sustanciales (Finlandia ha sido catalogada en reiteradas ocasiones, como el país más feliz del mundo), los finlandeses parecieran no sentir que sus vidas dependan del manejo político que hagan sus gobernantes en un día cualquiera (o en una noche cualquiera). Por ello, lo que hagan o dejen de hacer en sus ratos libres sus autoridades -con las que guardan una distancia emocional-, no los pone nerviosos.

En cambio nuestros países, que entregan sus destinos más inmediatos al mesías que ocupa la silla presidencial, le vigilan a ese salvador cada uno de sus pasos. Y aunque nuestra fe en ellos nunca es plena, los necesitamos cerca de la santidad. Como no podemos confiar en nosotros mismos ni en nuestra capacidad de autogestión, trasladamos esa misión al presidente de turno. Un padre, un ejemplo, al que preferimos no ver chupando con sus amigos.

Algunos han atribuido la bulla por las escenas festivas -en las que también han aparecido amigas de Marin haciendo topless- al machismo de quienes no recuerdan a los predecesores de la Primera Ministra compartiendo sendas ingestas de vodka con sus pares bálticos. Otros, la achacan al conservadurismo de los opositores a la socialdemócrata.

Es posible que haya algo de ambos elementos. Pero creo que en el fondo esto tiene que ver con una noción de responsabilidad, más que con un asunto moral. De ahí que crea válido preguntarse si la Primera Ministra sería capaz de atender algún asunto de Estado imprevisto mientras baila Maluma y toma unas caipiroskas; o si podría cumplir algún deber oficial la mañana siguiente de la juerga. En fin, si sería prudente mantener la dosis de confianza para la administración que se le ha endosado (y es que, preservando ese perfil algo adolescente, hace unas semanas acudió a una discoteca luego de haber sido notificada del resultado positivo de un funcionario con el que había tenido contacto).

La Primera Ministra aclaró, refiriéndose a las fiestas, que pasaba su tiempo libre al igual que otras personas de su edad. Y que esperaba que eso fuera aceptado. Sanna olvida que las personas de su edad, por lo general, no gobiernan Estados.

Finlandia es uno de los países que se halla en medio de un proceso de entrada en la OTAN. Un tránsito que, como alguien opinaba, requiere un nivel de consenso especialmente alto. Y que convierte a Finlandia en un enemigo de Rusia -con la que comparte frontera- en un momento en el que los rusos andan un poquito susceptibles.

Sanna Marin tiene derecho a salir de parranda cuando le apetezca (mejor si no deja abandonado el celular oficial en su casa, como suele hacerlo). Lo que no sé, es si llegado el momento, Putin tendrá la consideración de esperar a que ella cure su ch’aki antes de lanzar un primer misil a Helsinki.

Daniela Murialdo es abogada 



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