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H Parlante | 12/11/2020

Trump, el interruptor

Rafael Archondo Q.
Rafael Archondo Q.

A partir de enero del próximo año, Donald Trump será depositado en el basurero de la Historia con la etiqueta precisa de haber sido el peor presidente de los Estados Unidos; el mentiroso patológico y compulsivo, que averió profundamente la marcha de un país con serias fisuras internas y un modelo electoral que pide a gritos una remodelación completa.

Trump será recordado como un mero interruptor, un corto circuito que paralizó los inobjetables avances de su predecesor en la Casa Blanca y que obligará al presidente electo Joe Biden a regresar por la senda abandonada en 2017. “Back on track”, podría ser la consigna de 2021. 

Trump fue un accidente funesto para su país. Ganó en 2016 por el exceso de confianza de la administración Obama y de su sucesora designada, Hillary Clinton. Ambos subestimaron al monstruo. La pesadilla duró solo cuatro años, lo indispensable para enfrentar con dignidad una rectificación del rumbo. Casi 77 millones de votos acaban de enterrar a Trump, aunque éste se niegue a reconocer la profunda brecha que lo separa del ganador indiscutible. Clinton tomó ventaja por tres millones de votos, ahora Biden casi ha duplicado la distancia.

Es importante subrayar la victoria demócrata en Arizona como obra de los migrantes latinos. Ellos lograron lo impensable, desportillar la idea de la pared fronteriza, en contraste con sus homólogos de la Florida, esos fanáticos y estériles anticomunistas del Caribe.

Las victorias azules en el llamado muro que hace una inserción en el "mar rojo" republicano, son obra de millones de afroamericanos haciendo campaña por Biden, el compañero de fórmula y estrecho colaborador de Obama. Horas antes del voto, el ex presidente estuvo en Georgia y pronunció uno de sus mejores discursos. Efecto vital.

Trump fue barrido también por el factor Fauci. El coronavirus entró a la Casa Blanca y puso en claro ante los votantes que un gobierno que solo se preocupa por los empleos y no por la salud, es una pésima idea. Trump despreció sistemáticamente la enfermedad y se colocó orgulloso en el campo de la negación oscurantista. La ignorancia arrogante no paga ni lleva barbijo. El “hombre naranja” hizo lo mismo con el clima y las letales consecuencias del crecimiento ciego. Al final fue vencido por la adolescente Greta Thunberg.

En materia de política exterior, Trump fue mucho peor que Bush. Errático, inepto, improvisado. Fue sin duda el Presidente que peor entendió el mundo. Impulsó una ofensiva absurda contra Naciones Unidas, desconoció a la OMS y a la UNESCO y se burló del acuerdo de París. Quiso reinstalar una mirada errónea y unilateral en un mundo con diversos centros y contra pesos.

En el Medio Oriente, abandonó la posición equilibrada ante el problema palestino y se puso sumisamente junto a Israel. Estableció una alianza con la monarquía saudita, la identidad más atrasada de la región y buscó sin éxito liquidar el acuerdo nuclear con Irán. Con respecto a América Latina, revirtió los avances de Obama respecto al desbloqueo de Cuba y contempló sin entender la complicada realidad de Venezuela.

Trump apuntaló a los evasores de impuestos que pueblan las listas de multimillonarios y le hizo creer a cierta izquierda latinoamericana que iba a acabar con la globalización, pero sobre todo que iba a favorecer a los trabajadores industriales. En esta elección ni ellos se fiaron de esa falacia (Dear Detroit).

Los republicanos son desde 2009 la fuerza de rezago. Sus seguidores viven en el vasto universo despoblado del centro del país, alejados del mundo, llenos de supersticiones y creencias básicas. Se ven gigantes en el mapa, pero son minoría mucho antes de la llegada de Trump a la política. Los demócratas en cambio representan un centro progresista, moderno y cosmopolita. Cubren un abanico multicultural que conecta Estados Unidos con el resto de América y con Europa y Asia. Están llamados a recomponer un país lacerado por el racismo sistémico, por el prejuicio anti migrante y la absurda idea de la supremacía moral de Washington.

La victoria demócrata se llama también Kamala Harris. La primera Vicepresidenta del país completa el sueño trunco de Hillary Clinton. Las mujeres fueron vanguardia de las numerosas expresiones de protesta y contención contra Trump y pusieron fin a uno de los presidentes más misóginos que se recuerden.

El freno está a punto de ser levantado. Estados Unidos recupera con ello la voluntad de perfeccionarse como sociedad-ejemplo, lo que obliga a dejar atrás el aislamiento y la mentalidad de capilla. La vida vuelve a ponerse interesante.

Rafael Archondo es periodista.



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