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De frente | 05/10/2021

Sobre los símbolos y la construcción de la nación

Oscar Ortiz
Oscar Ortiz

Las controversias de los últimos días alrededor de la whipala, ocultan un problema de fondo, el de la construcción de la nación boliviana, aquel espacio común donde todos debiéramos sentirnos, incluidos, integrados y respetados. El sentido de identidad y de pertenencia no se impone, sino que se cultiva. Imponer símbolos y culturas particulares al conjunto de la nación no solo no unifica, sino que disgrega, divide y confronta a la sociedad.

En realidad, el desarrollo del concepto de la nación boliviana continúa siendo una cuestión irresuelta para el futuro de Bolivia como país. A pesar de su trascendental importancia no se lo discute porque se apuesta políticamente al fomento de la confrontación entre bolivianos como medio de aglutinar a los núcleos duros de votantes. No interesa gobernar para todos sino consolidar una base de votantes que aseguren a la minoría organizada el control de la mayoría desorganizada.

Es el resultado de un proceso constituyente fracasado por la falta de voluntad de construir consensos mediante el dialogo y la concertación de bases y fundamentos comunes para la convivencia pacífica, armónica y sujeta a reglas compartidas, entre quienes piensan diferente.

En el marco de esa construcción de una nación boliviana debemos reconocer que la Constitución tienes muchas falencias. El artículo 3, al definir la nación boliviana, habla de la totalidad de las bolivianas y bolivianos, las naciones y pueblos indígenas originarios campesinos, las comunidades interculturales y afrobolivianas. Da la impresión de ignorar a quienes se consideran mestizos y no se identifican con ninguno de estos grupos étnicos, quienes constituyen además la mayoría de la población actual del estado boliviano.

El artículo 30 define como nación y pueblo indígena originario campesino a toda colectividad humana que comparta identidad cultural, idioma, tradición histórica, instituciones, territorialidad y cosmovisión, cuya existencia es anterior a la colonia española. Si de verdad se creyera en un estado plurinacional, se debiera reconocer, por ejemplo, a las naciones potosina, tarijeña, cochabambina, chuquisaqueña, paceña, beniana, cruceña, beniana y pandina. Acaso no llevan varios siglos compartiendo todos los atributos nombrados como historia, cultura, lengua y territorio.

Fueron los departamentos quienes fundaron Bolivia. Quién define cuantos siglos de historia común se necesitan para ser considerados nación. Establecer como línea de diferenciación que algunos vienen de antes de la colonia y otros llegaron después tampoco representa una razón sólida. Acaso algunos de los pueblos indígenas u originarios no vinieron también de otras tierras, invadiendo y dominando a quienes vivían en los territorios que constituyen la actual Bolivia. Acaso, incluso en la actualidad, algunos de estos pueblos no tienen comunidades de la misma cultura que se reconocen como argentinos, chilenos, colombianos, paraguayos, peruanos y ecuatorianos. Por ello, siempre me pareció que el concepto plurinacional no integra, sino que desintegra. Hubiera sido y sigue siendo mucho más beneficioso reconocer una sola nación boliviana, plural y diversa, con sus distintas culturas, lenguas, pueblos y etnias.

Ninguno de los bolivianos actuales vivíamos hace quinientos años. No podemos cambiar el pasado, pero podemos construir un futuro mejor; podemos encontrarnos en los anhelos comunes de paz, libertad y prosperidad; podemos reconocernos en símbolos aceptados por todos como la bandera tricolor, rojo, amarillo y verde, el escudo y el himno nacional. Al mismo tiempo debemos aceptar y respetar que hay símbolos como la whipala y la Bandera de la Flor del Patujú, símbolo reconocido en el estatuto del Departamento de Santa Cruz, que representan a unos y no a otros. A partir de ese reconocimiento y respeto mutuo empezaremos a transitar el camino hacía una verdadera integración de la nación boliviana.

Óscar Ortiz Antelo ha sido presidente del Senado y ministro de economía. 



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