Se fue julio, no Julio Iglesias, el mes más importante para los paceños, aunque no hubiera sido extraño que el veterano baladista español hubiese estado en carpeta para actuar en la verbena, junto a Los Auténticos Decadentes y otros artistas extranjeros y nacionales. Calló la música y se apagaron las luces. ¿Qué queda después de la celebración en La Paz?
Primero, que la mayoría de quienes se entregaron al festejo, entre autoridades y ciudadanos, olvidaron o sencillamente desconocen y, por tanto, no valoran la verdadera trascendencia de los 214 años del grito liberador del 16 de julio de 1809 protagonizado por Pedro Domingo Murillo y otros próceres, luego de varios años de lucha por la emancipación en la que actuaron juntos criollos e indígenas.
Desfilaron, celebraron y cantaron convencidos de que se trataba del cumpleaños 214 de La Paz, a nivel departamental o municipal, o que era el momento de los fuegos artificiales y la fiesta bullanguera para ensalzar el fricasé, las salteñas, el típico ¡yaaaaa! de los paceños, las danzas, las calles, los colectivos y los personajes emblemáticos de la sede de gobierno.
Pocos, muy pocos, recordaron que la gesta del 16 de julio recaló en la instalación del primer gobierno libre de América, luego del grito liberador lanzado desde Sucre, el 25 de mayo de ese año. Pocos, muy pocos, explicaron el significado de la proclama de la Junta Tuitiva, sustento político del movimiento insurgente que hizo cimbrar los cimientos de la corona española y fue uno de los directos antecedentes de la Independencia de Bolivia, el 6 de agosto de 1825.
La memoria colectiva en torno a un hecho central para el país y el continente está ante el riesgo de comenzar a apagarse. Autoridades, maestros, padres, vecinos, docentes, dirigentes, políticos, medios de comunicación debemos asumir la tarea de retomar el valor histórico del fuego encendido hace más de dos siglos en esta parte del mundo.
América Latina y lo que hoy es Bolivia han experimentado diversas etapas de conquista, colonización, independencia y luchas democráticas. No reconocer, no valorar nuestra historia es como negar nuestra propia identidad. Preservar nuestras raíces históricas nos permite comprender quiénes somos como sociedad.
No se trata de permanecer anclados en el pasado. La importancia de tener presente nuestras raíces históricas radica en cómo nos inspiran a crecer y evolucionar, a construir futuro sobre la base de lo iniciado hace 214 años, de los aciertos y los errores en este lapso. No revalorizar nuestras raíces es condenarnos a no saber cómo desenvolvernos en el presente, en la modernidad.
Y ese ha sido el segundo gran déficit de las fiestas julias de este año. Una notoria carencia de perspectiva societal de largo plazo. ¿Hacia dónde va La Paz?, es la pregunta que autoridades departamentales y municipales no tuvieron la capacidad de responder en medio de los súper shows armados para adormecer a la gente.
Como no saben de dónde venimos, es difícil que intuyan hacia dónde nos dirigimos, dirán quienes reclaman algo más que el espectáculo en fechas importantes. La Paz, como el resto de los departamentos y de las ciudades capitales, está cerca del Censo nacional de población y vivienda programado para el 23 de marzo de 2024, el momento de la necesaria radiografía nacional.
Para entonces habrán pasado tres años de las gestiones departamental y municipales. ¿Serán los resultados del Censo los que determinarán el horizonte de los paceños, sabiendo que pueden ser negativos en términos demográficos, económicos y políticos?
La Paz necesita un nuevo plan de desarrollo integral para las próximas décadas y un serio debate sobre la nueva identidad de los paceños, si es que la hubiera, pero las actuales autoridades están lejos de entender en qué consisten esos desafíos.
Prefieren las pequeñas obras empaquetadas como si fueran proyectos estructurantes y magnificar la figura del Alcalde con la comunicación institucional, olvidando a los vecinos acostumbrados en el presente siglo a mejorar sus condiciones de vida y que no están dispuestos a que el estancamiento, la mediocridad y la falta de una mirada estratégica vuelvan a ser el sello de las instituciones paceñas.
Pasados los actos protocolares, los desfiles, las muestras folklóricas y el festival callejero, la sensación es que nos enrumbamos como sociedad hacia otra fecha de transcendencia, el 20 de octubre, cuando se conmemorará el 475 aniversario de la fundación de Nuestra Señora de La Paz, sin comprender el valor de nuestras raíces históricas y sin antenas para descifrar correctamente lo que se viene para La Paz en el futuro.
Edwin Herrera es periodista