Después que el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, discriminó el voto de la mayoría del pueblo boliviano para apoyar la candidatura inconstitucional e ilegítima de Evo Morales, la preservación de nuestra felicidad y nuestra democracia dependen casi exclusivamente de nosotros: los bolivianos. Quedó claro que la comunidad internacional no hará nada determinante para que el país no se convierta en otra Venezuela, Nicaragua o Cuba.
Y no creo que los presidenciables de la oposición sacrifiquen sus objetivos personales en favor de los intereses de la nación y renuncien a sus candidaturas.
En consecuencia, la defensa de nuestro bienestar está en manos de las personas que hemos adoptado la democracia como un sistema de vida; como una distribución de poder; como una convivencia entre diferentes, pero en igualdad de condiciones; como una rotación de cargos; como una negociación de intereses para establecer el bien común; como un gobierno limitado por la Constitución; como la expresión del poder popular a través del voto; y, finalmente, como el camino diario de felicidad.
Pero no todos los bolivianos tenemos esos valores liberales; el gobierno masista ha logrado hacer creer a un tercio de la población que la democracia es la concentración de poder en un gobernante sin límites legales ni éticos; que es la aniquilación de los que piensan diferente; que es la instalación de una oligarquía; que es la eternización de un político en el poder; y que consiste en despojar al pueblo del poder de su voto.
La historia demostró que la mayoría de los países que cultivaron la democracia son pueblos felices y desarrollados, justamente porque la institucionalidad que construyeron fue el mejor antídoto contra dictadores y gobiernos totalitarios. En cambio, aquellos Estados que tuvieron la desgracia de tener élites que impusieron gobiernos sin valores democráticos viven en el atraso y son desdichados. Venezuela, el último ejemplo.
Según encuestas, siete de cada 10 queremos democracia; y tres, la consolidación de la tiranía encabezada por Evo Morales. En suma, somos mayoría, pero tenemos una gran debilidad frente a los otros tres: la desintegración. Los 7 sabemos lo que queremos, pero actuamos como si no quisiéramos alcanzar nuestro objetivo porque anteponemos nuestras miserias (que no me gusta este candidato, que es muy grande, viejo, muy neoliberal).
En cambio, los otros tres están integrados en organizaciones, saben lo que quieren y saben cómo lograrlo. Uno de esos tres está consciente de que sus prebendas o canonjías dependen de la tiranía. Los otros dos están fanatizados.
No pidamos unidad a los candidatos de la oposición. No lo harán. Y no es necesario que lo hagan. Nosotros siete de cada 10 debemos unirnos en torno a dos objetivos vitales: la felicidad de nuestras familias y la democracia. Con ese horizonte, debemos borrar nuestras diferencias de percepción (detalles, gustos, filias, fobias, ideologías); pues si se consolida la dictadura, la homogeneización será absoluta y brutal, no habrá espacio para ninguna disidencia real que ponga en peligro el poder del masismo. Es tiempo de sacrificar nuestros intereses y ambiciones por bienes superiores.
Si logramos convencernos que para preservar la felicidad y paz de nuestras familias necesitamos salvar la democracia, la integración de las siete personas será más contundente. Recién, entonces, daremos el próximo paso: elegir al candidato de la oposición que honraremos con nuestro voto.
Ya sé, como tú, que el gobierno despojó al pueblo de su poder esencial: el voto, cuando desconoció el referendo del 21 de febrero de 2016. Y lo podría hacer otra vez en las elecciones generales de octubre porque seis de los siete vocales del Tribunal Supremo Electoral jugarán en favor de los candidatos inconstitucionales. Nada está garantizado y parece que todo está en contra de la democracia.
El carácter de un pueblo se nota en circunstancias difíciles. Los obstáculos tienen que insuflarnos valor para resistir y contar los votos para que lleguen sin alteraciones de las mesas a los tribunales electorales departamentales (que están llenos de masistas). Si se pierden los votos en ese tránsito, la dictadura y Luis Almagro nos habrán invitado a demostrar nuestro poder en las calles.
Andrés Gómez Vela es periodista.