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26/06/2020

Si yo fuera el estratega

Si yo fuera el estratega, lo tengo claro, nadie me contrataría. Pero salvando esta verdad irresoluble, debo escribir que se nos viene un original proceso electoral en tiempos de pandemia, con un campo político definido no solamente en las pugnas por el poder, sino también en las batallas cotidianas de una Bolivia afectada por una situación de multicrisis combinada.

El ecocidio de la Chiquitania ha desmantelado vida en cinco millones de hectáreas y ha desnudado la inviabilidad del modelo extractivista. Las frustradas elecciones de octubre 2019 han evidenciado la insensatez de la desinstitucionalización, destapando con violencia nuestras diferencias étnicas y sociales. COVID-19 ha desnudado la precariedad de nuestro sistema de salud y nos ha sincerado como país con inimaginables niveles de pobreza. Y la crisis económica se encarga de mostrarnos que podríamos ser todavía más vulnerables en un mercado internacional asimétrico que juega con los precios de nuestras materias primas y le impide la transformación de nuestra matriz productiva. Necesitamos otro modelo de desarrollo.

Y aunque esto es así, en el inicio del proceso, como si nada hubiera pasado, las estrategias están por vocación dedicadas a despedazar rivales, ignorando que el mundo se está descuajeringando. En estas condiciones, para pensar en procesos de captación de votos, es vital reconocer que nuestra realidad ch´enko está en portas de un futuro incierto. Se nos vienen años duros. Por eso, la primera tarea de las estrategias políticas, si se piensan en función de la viabilidad del país, debe / tiene que, obligatoriamente, ofrecer certezas con programas que demuestren cómo enfrentar la multicrisis que nos aqueja.

Si yo fuera estratega de Juntos, le diría a la presidenta-candidata que la única posibilidad que le queda para recuperarse como factor decisor en la contienda es construir un gobierno sólido, ejemplar, creíble, respetado, dialogante. Para ello, en lugar de limitarse a anunciar los niveles trágicos de escalamiento de la pandemia, debería decirle al país cómo podremos resistirlos; y tendría que sancionar sin diferencias y con el máximo rigor a quienes delinquen con los bienes del Estado. Le engañan quienes le susurran al oído que es alternativa de futuro la regresión a un desfalleciente pasado depredador y transgenizador.

Si yo fuera el estratega de Comunidad Ciudadana le recomendaría a don Carlos D. Mesa afinar propuestas con sus procedimientos para el día después. Si las encuestas que circulan son válidas, ese segundo lugar que tiene en las preferencias, en un juego electoral de guerra sucia lo ponen en el lugar más incómodo, porque los del tercero para abajo tratarán de capujarle votos y el primero también intentará restárselos para agrandar la brecha. El voto útil, que en octubre se definía por oposición y por descarte, ya no es necesariamente así, pues ahora se definirá más por propuestas viables.

Si yo fuera el estratega del MAS-IPSP les recomendaría a sus candidatos que, en lugar de ensalzar su experiencia gubernamental reciente, cuya (des)valoración tiene dividido al país, reconozcan que existen luces y sombras. Les mostraría que ya no son fuerza mayoritaria irreductible, sino que tienen que volver al llano para reconstruir propuesta. Sin las clases medias y sin el voto urbano no van a poder ganar las elecciones. Su ventaja radica en que su caudal indígena, rural y urbano popular no se los disputa nadie, porque las otras estrategias están navegando en el país del Facebook.

Y si yo fuera el estratega de alguna de las otras fuerzas electorales, les aconsejaría muy respetuosamente, o medir posibilidades en los espacios regionales, o sumarse a alguna otra fuerza, o simplemente dar un paso al costado.

Tres cosas quedan claras. La primera que, definitivamente, si yo fuera el estratega no me contrataría nadie. La segunda, que el primer derecho es la vida y tiene que tener primacía, por lo que el voto tiene que ser buscado con propuestas de rediseño de un país viable, habitable, creíble, amigable, sostenible. Y la tercera, que la vida digna es un derecho irrenunciable, lo que supone trabajar encuentros y pactos alimentados por la búsqueda conjunta de un país sin desigualdades.

Adalid Contreras Baspineiro sociólogo y comunicólogo.



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