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 “Querida Pilar, eres la candidata que necesita Valencia: una mujer sorda, bollera (lesbiana) y feminista”. Así alentaba la ministra de Igualdad de España, Irene Montero, a su correligionaria, Pilar Lima, a quien presentaba como candidata del partido Podemos a la alcaldía valenciana.

El 28 de mayo hubo elecciones municipales y autonómicas en España. Me llamó la atención que en Valencia Podemos no sacara ningún concejal; y que su candidata, pese a la exaltación de sus rasgos particulares, no lograra la sororidad esperada. Al parecer Pilar tendrá que dedicarse a otras labores, que no las ediles, para las que no se supo si tenía alguna habilidad.

Fernando Savater ha visto una oportunidad política en ese mundo de posibilidades podemistas: “Estoy bastante sordo, puedo considerarme gordo y no soy bollera porque mi autodeterminación no me ha llevado todavía por ahí, pero con el tiempo ya veremos; por lo demás, soy incapaz de cualquier gestión administrativa y no tengo ni idea de economía. O sea que estoy inmejorablemente diseñado para ocupar un puesto en cualquier ayuntamiento de izquierdas”…

Sucede que esa izquierda radical, liderada (ahora desde las sombras) por Pablo Iglesias y su Yoko Ono, como alguien la llama, no solo perdió en esa importante comunidad española. Sufrió una derrota nacional. Tal vez el descalabro tenga algo que ver -entre otras cosas- con que sus adalides arrinconaran el estandarte de los obreros, para levantar el cartel de la que alguien define como “izquierda identitaria de las franquicias victimistas (…)”.

Presumo que cuando Martín Caparrós alerta que la izquierda ha dejado de hablar de los pobres para dedicarse a pelear esas batallas identitarias, piensa en ese movimiento pueril de lenguaje inclusivo, que amenaza con cancelar la cultura desde su ojo inquisidor. Ese repleto de poses; el del pañuelo verde, morado o rojo según la caminata del día. Esa corriente que practican Podemos y sus delegados intelectuales en nuestros países, tan necesitados de modas ajenas. Y que ha salido perdidosa estos días.

Ese progresismo podemista se convirtió en una especie de brazo ortopédico del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), dirigido por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al que no le fue tan mal en las elecciones del domingo pasado. Si atendemos al péndulo político entre la izquierda y la derecha tradicionales, el PSOE recuperará -dentro de un tiempo- su mayoría. Sin embargo, cuando eso suceda, quizás lo veamos despojado de ese miembro artificial que parece haber adquirido vida propia, y cuyos movimientos bruscos y erráticos asustaron a los habitantes de una y otra laya. No solo a los “reaccionarios” que intentan volver al “oscurantismo”, convencidos de que Dios existe o de que el sexo es binario y biológico (…); sino también a aquellos que persiguen igualdad social real (no paternalismos histéricos).

Algo similar pasó en Chile donde, como parte de la agenda resultante de un masivo estallido social en octubre de 2019 (que ya había conducido al izquierdista Gabriel Boric a la presidencia del país), los partidos acordaron la redacción de una nueva Constitución. Para ello, se consultó a los ciudadanos mediante un plebiscito si querían abrogar la Constitución vigente y encomendar a una Convención Constitucional (democráticamente elegida), la redacción de una nueva. A lo que el 78% de los chilenos votó afirmativamente. A poco de comenzar su trabajo, la Convención Constitucional -configurada por una fuerza mayoritaria del llamado progresismo- empezó a perder apoyo, pues se veía con resquemor una suerte de concilio de activistas de causas extrañas aun al propio socialismo. Las manifestaciones estudiantiles “octubristas” que comenzaron como un reclamo por el alza en la tarifa del transporte público, se transformaban ahora en performances callejeras de disfraces y declaraciones provocativas sobre asuntos identitarios. Empezaba a operar lo que muchos consideraron una inversión de los valores culturales. Una vez logrado el nuevo texto y puesta a votación su aprobación, la derecha y buena parte de la izquierda chilenas votaron el “RECHAZO” al proyecto de la nueva constitución y festejaron el triunfo contra el “revanchismo”.

¿Podemos vivir sin una izquierda que promueve equidad económica e igualdad social (que incluye igualdad de género); que actúa bajo pautas democráticas; y que apunta a un Estado de bienestar? No, no podemos. ¿Podemos vivir sin una izquierda que siembra la radicalización ideológica de mujeres, minorías sexuales y grupos raciales; que amenaza con quitarles la patria potestad a los padres que no acepten que sus hijos han nacido en un cuerpo equivocado; que propugna el relativismo cultural; que es capaz de cancelar a Homero o a Mark Twain; que fantasea categorías absolutas de opresión: hombre blanco/mujer blanca, mujer blanca/mujer negra, mujer negra /mujer negra trans y así sucesivamente hasta que nos odiemos lo suficiente para mantener latente el discurso progresista y salvador? Sí. Podemos.

Daniela Murialdo es abogada y periodista



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