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Tinku Verbal | 04/08/2019

Si fuera Presidente, daría prioridad a las wawas

Andrés Gómez V.
Andrés Gómez V.

Si de pronto, gracias a SanTiago (el santo más venerado en Bolivia), yo apareciera en Palacio, exigiría de entrada a los funcionarios poner las fotos de sus wawas en las paredes de sus oficinas, y no la mía, para que sientan esas miradas inocentes cada vez que les tiente la corrupción, la negligencia o la vagancia y entiendan que todo lo malo que hagan hoy afectará a sus hijas e hijos. 

Luego, visitaría a Sun-Ah Kim Suh, representante de Unicef en Bolivia, para que me ayude a mirar de forma integral y holística el tema de la niñez. Ella sabe cómo. En un desayuno la escuché decir: un Gobierno que invierte en los niños, invierte en el capital humano que hará grande al país.

Inmediatamente, trabajaría en las “seis prioridades sobre la niñez y adolescencia en Bolivia” de la Unicef.

Uno: Política nacional de desarrollo integral de la primera infancia. En el acto, prohibiría despilfarrar dinero público en el ridículo culto a la imagen del Presidente. Esos recursos irían a la campaña: “Los primeros 1.000 días importantes de mi wawa” para que las familias sepan que en los primeros tres años “el cerebro de la wawa crece con asombrosa rapidez, que las conexiones neuronales se forman a una velocidad que no volverá a repetirse en la vida, lo que afecta(rá) profundamente su desarrollo cognitivo, social y emocional”. 

Entre todos haríamos que el Estado garantice a las mujeres embarazadas paz, buena alimentación y cero violencia. Dividiríamos la licencia pre y posparto en dos periodos de 60 días, total: 120. Los primeros 60 para mamá; los otros 60 para papá. Los hombres nos enteraríamos cuánto cuesta criar a un hijo, lo que nos ayudaría a valorar el enorme trabajo de la mujer. 

Dos: Poner fin a la violencia contra la niñez. En este caso, encargaríamos al Ministro de Educación suprimir alguna dependencia de ideologización y reemplazarla por un departamento dedicado a las Familias para que éste ponga en funcionamiento una escuela de padres y madres, en las mismas unidades educativas. 

Con ayuda de pedagogas y psicólogos aprenderíamos que educar es erigir almas libres y que la quimsa charaña (chicote de tres puntas) moldea niños fáciles de dominar.

El diálogo dialéctico entre libertad y responsabilidad nos ayudaría a evitar la violencia y explotación sexual, la negligencia en el cuidado, el abandono y el castigo corporal hasta que comprendamos que los niños expuestos a la violencia doméstica tienen el doble de probabilidad de convertirse en hombres abusadores; y las niñas que presencian abusos cometidos contra sus madres tienen más probabilidad de aceptar la violencia en el matrimonio.

Tres: Garantizar que niños y adolescentes aprendan. La igualdad de oportunidades comienza en la escuela. Concertaríamos bajar el presupuesto de instituciones parasitarias para subir los sueldos de los profesores, profesión que sería ejercida sólo por los mejores. No podemos dejar el futuro del país en manos de gente incapaz y sin vocación. 

En una década, lograríamos que la escuela de un pueblo tenga la calidad educativa del mejor establecimiento particular de una ciudad. En el nivel básico trabajarían tres profesoras: la primera se encargaría de la enseñanza regular; la segunda, de estudiantes con dificultades; y la tercera, de los que sufren graves obstáculos psicosociales.

Cuatro: Prevenir y reducir el embarazo adolescente. Acordaríamos dejar de considerar el sexo como pecado para enlistarlo como parte de la naturaleza placentera y feliz del ser humano. Difundiríamos información abierta y acceso responsable a métodos anticonceptivos. 

Cinco: Impulsar la implementación del Código Niña, Niño y Adolescente en el nivel subnacional. Para este punto, estableceríamos que las personas que quieran gobernar deben ser buenos papás y buenas mamás. En lugar de un examen de idiomas nativos, los postulantes rendirían una prueba sobre el Código. Vigilaríamos la aplicación real de esta normativa a través de la web.

Seis: Asignación de recursos orientados a la garantía efectiva de los derechos de los niños.

Prohibiríamos dinero público en propaganda, elefantes blancos e instituciones parasitarias para que los gobiernos, por Ley de la República, destinen un presupuesto a la niñez y adolescencia.

Como a algunos les gusta ver coliseos, canchas y otras obras de este tipo, quizá perdería las siguientes elecciones, pero con la inversión en los cerebros, en una década, tendríamos científicos, innovadores, una selección de fútbol mundialista y gente feliz.

Andrés Gómez Vela es periodista.



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