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Posición Adelantada | 23/05/2022

Señales del principio del fin

Antonio Saravia
Antonio Saravia

La economía viene mal desde hace mucho tiempo. No “estamos saliendo adelante,” no estamos “blindados” y no somos “envidiables.” Ni por asomo. La realidad es que la economía tambalea y los slogans ya no pueden ocultar el descalabro. En los últimos días hemos recibido señales muy preocupantes que sugieren que el delgado hilo que nos sostiene está a punto romperse.

La primera señal llegó el 11 de mayo con el DS 4716. Este decreto aprueba una nueva fuente de financiamiento para la Renta Universal de Vejez (Renta Dignidad): las utilidades de la Gestora Pública de Pensiones. Recordemos que la Gestora es la entidad pública que deberá reemplazar a las AFPs a partir de junio del próximo año. Con la Gestora, el Estado pasará a hacerse cargo de los ahorros de más de dos millones de afiliados que suman aproximadamente $us 21.000 millones. Según el DS 4716, las utilidades de la Gestora pasarán al TGN y este podrá transferirlas al Fondo Solidario y a la Renta Dignidad.

El DS 4716 es una señal muy preocupante porque muestra claramente que ya no hay plata y se la tiene que buscar en todos los resquicios. El financiamiento de la Renta Dignidad tenía tres patas: el 30% del IDH, las utilidades de las empresas públicas y las utilidades de las inversiones del Fondo de la Renta Universal de Vejez (FRUV). Al día de hoy, las tres patas están resquebrajadas y a punto de ceder.

El IDH experimentó una caída de más del 60% desde el 2014 hasta el 2022. El 2014 llegó a su valor máximo de $us 2.300 millones, pero el 2017 ya era de solo $us 907 millones. El PGE del 2022 contempla que llegará apenas a $us 800 millones. Para tener una idea de lo que esto representa, el IDH de hoy no alcanza para cubrir el subsidio a los hidrocarburos. Otra forma de verlo es que el IDH alcanzaría apenas solamente para cubrir el servicio de la deuda externa que tenemos que pagar cada año. Claramente, esta pata ya no da más.

Las empresas estatales vienen generando déficits desde el 2012. Al gobierno le gusta decir que, si contamos solo ingresos y gastos corrientes, las utilidades agregadas de las empresas estatales son positivas. Pero incluso este indicador ha caído como una plomada entre el 2014 y el 2021. Estas utilidades estaban en un poquito más de $us 1.000 millones el 2014 y llegaron a solo $us 412 millones el 2021 (una caída de más del 60%). Ahora, cuando incluimos los gastos de capital como se debe hacer, la gran mayoría de las empresas públicas son y han sido deficitarias. Un estudio serio del 2020 mostraba que el 85% de las 76 empresas públicas lo eran. Si tiene dudas lo invito a revisar el Tomo II del PGE 2022. Ahí verá claramente que los resultados globales de BOA, Mutún, Teleférico, Enfe, Comibol, YLB, TAB, Alimentos Derivados, Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos, etc., son deficitarias. Esta, entonces, es otra pata que ya no da.

La tercera pata contribuye menos pero igual está en problemas. El valor del FRUV cayó de $us 1.150 millones el 2018 a $us 870 millones el 2019. La resta de ingresos y gastos fue negativa el 2019 y el 2020 (- $us 99 y - $us 143 millones, respectivamente). En pocas palabras, el fondo tiene menos plata y, por lo tanto, genera menos rentas.

La incertidumbre financiera de la Renta Dignidad, y el intento desesperado del gobierno de echar mano a lo que pueda para solventarlo, es una representación exacta de lo que pasa con la economía del país. Bolivia vivió desde el 2003 de las exportaciones de gas, pero cuando la bonanza de precios internacionales terminó nos dimos cuenta de que el rey estaba desnudo. En otras palabras, nos dimos cuenta de que la platita que alimentaba a la famosa “demanda interna” venía solamente de la buena fortuna que hacía subir los precios internacionales. Nos dimos cuenta además de que no se habían aprovechado todos esos recursos para generar un tramado productivo que incentivara producción, inversión y creación de riqueza. Éramos una economía fofa y sin músculo. Lo peor es que cuando evidenciamos esa realidad y lo lógico era que el gobierno se apretase los cinturones y cambiara de rumbo fomentando la actividad privada, los gurus decidieron hacer todo lo contrario: seguir alimentando la “demanda interna” y meterle nomás. ¡Que siga la fiesta! Claro, ya no a partir de las exportaciones de gas, sino a partir de deuda y de comerse las RIN. Así, nuestro déficit fiscal promedio entre el 2015 y el 2021 fue de 7,8%, y el 2022 tendremos otro déficit de 8%. Nuestra deuda externa ya alcanza los $us 13.000 millones (será de $us 18.000 millones si nos prestamos lo que dice el PGE 2022) y nuestra deuda interna está en alrededor de $us 14.000 millones. ¡La deuda pública total sobrepasa hoy el 70% del PIB! Las RIN, por su parte, que llegaron a más de $15.000 millones el 2014, cayeron más de la mitad hasta llegar a $us 6.400 millones el 2019 y ahora estamos en alrededor de $us 4.500 millones. De este monto, solo $us 1.400 millones son dólares en efectivo. A la economía le pasó, entonces, exactamente como con la Renta Dignidad: si se nos acaba la plata no ajustamos, simplemente buscamos otra olla que raspar.

Y así llegamos a la segunda mala señal recibida en los últimos días. El Banco Central determinó el 10 de mayo que las empresas estatales transfieran, en un plazo de 60 días, todos los dólares que mantienen en cuentas en el extranjero al Banco Central, el cual les abonará lo equivalente en moneda nacional (emitiendo, por supuesto). Esta es una repatriación forzosa de las divisas que estas empresas mantienen afuera y que son importantes para, por ejemplo, importar hidrocarburos. Estamos, por tanto, ante la imposición de un cerco a todos los dólares que se puedan conseguir. Por ahora estamos raspando la olla de las empresas estatales, pero no sorprendería que se estén buscando otras ollas para hacer lo mismo.

Financiar la Renta Dignidad con la plata de los aportantes a las AFPs y repatriar los dólares de empresas estatales son medidas desesperadas que sugieren el principio del fin. La cosa va mal. El rey está desnudo y a punto de ahogarse. El problema es que con él nos ahogamos todos.

Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia) 



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