El saludo que se dieron el domingo 28 de agosto por la noche fue frío, obligado por las circunstancias. Llegaron al cierre de campaña electoral en un municipio estratégico para el masismo en Santa Cruz. Le extendió la diestra, recibió el mismo gesto, pero no hubo apretón de manos, ése que renueva las confianzas entre compañeros de partido.
Se ubicó en segunda fila, detrás del caudillo, del candidato y de su colega cruceña en el gabinete. El acto proselitista transcurrió con el ritual político de siempre: discursos triunfalistas, promesas difíciles de cumplir, militantes agitando banderas, música y fuegos artificiales para cerrar la concentración nocturna.
De pronto, una denuncia opacó el entusiasmo electoral en La Guardia. Le habían robado el bolso a la asistente de comunicación de Evo Morales, en el que se encontraban tres teléfonos celulares: uno que le pertenece al jefe del MAS y dos de la funcionaria partidaria. La fiesta se transformó en alboroto.
Todas las unidades de la Policía fueron movilizadas para dar con el equipo móvil del político. Hasta los efectivos que se encontraban de descanso recibieron la orden de incorporarse en zeta al rastrillaje. La búsqueda se extendió hasta la madrugada del día siguiente sin rastros del bolso ni de los dispositivos electrónicos.
Pasaron las horas y el nerviosismo, las especulaciones y los irónicos memes se multiplicaron. Entonces, Morales decidió aprovechar el momento y disparó sus sospechas sobre Eduardo del Castillo y su equipo de seguridad compuesto por policías. “Primera vez que nos pasa algo parecido en todos estos años de actividad política”, tuiteó el caudillo el lunes en la tarde.
De inmediato, a su estilo, destiló la insidia: “No quisiéramos pensar que es parte de un ataque planificado para perjudicarnos”. Las conjeturas oficialistas que apuntaban a infiltrados de la derecha boliviana o la Embajada norteamericana quedaron sepultadas. La acusación era entre masistas.
No es la primera escaramuza entre ambos personajes y parece que no será la última. Desde enero de este año, cuando se detuvo a Maximiliano Dávila, exjefe antidrogas de Morales, por legitimación de ganancias ilícitas vinculadas a actividades de narcotráfico, la pugna por el control de la actividad criminal se ha convertido en una guerra política permanente.
Y no es otra cosa que la expresión de la dura disputa interna entre el evismo y los “renovadores” del masismo que llegó a niveles inimaginables, por ejemplo, con la denuncia de un diputado oficialista de narcofinanciamiento al MAS en la campaña electoral de 2014.
De nada sirvieron las reuniones periódicas de coordinación entre dirigentes del instrumento político y autoridades de la gestión gubernamental, que al parecer entraron en la congeladora, ni la marcha del 25 de agosto para intentar mostrar unidad, dinamitada a cada momento por las corrientes internas.
Morales y Del Castillo ya no caben en el MAS, así como el evismo y los autodenominados renovadores. La pelea que sostienen por el poder es tan dura que los parches resultaron inútiles y la división en el masismo parece realmente ineluctable, como predijo el analista político y conocedor del mundo indígena Pedro Portugal en una entrevista con publico.bo.
¿Quiénes se quedarán con el partido que viene gobernando el país durante 15 años? ¿Quiénes quedarán al margen y deberán conformar otra organización partidaria si quieren seguir haciendo política? Probablemente eso se sepa conforme se acerquen las primarias previstas por Ley en 2024 o cuando llegue el momento de escoger al binomio oficialista.
Analistas, periodistas y políticos me advierten que no pierda de vista que el masismo ha desarrollado tal pragmatismo que no sería extraño ver una reconciliación por conveniencia, solo por reproducir el poder, para luego resolver sus pugnas internas. No se descarta, pero la reyerta es tan intensa que pronto eso de acusarse de narcos y ladrones será poco.
En dos meses, el gobierno de Luis Arce cumplirá dos años, el segundo de ellos cargado de batallas internas, con rencores acumulados entre unos y otros, con miradas distintas, sino opuestas, sobre el futuro político del masismo que ahora tiene tres cabezas disputando la conducción partidaria.
Parece inevitable la llegada del momento en el que deberán decantarse las cosas, de las purgas necesarias, de marcha por caminos diferentes, del fin del hegemonismo en el campo político en disputa. Mientras tanto, Morales y Del Castillo se seguirán dando la mano, pero también se seguirán atacando por uno y otro motivo porque la lucha por el poder no conoce de afectos personales.
Edwin Cacho Herrera es periodista