Es cierto que la victoria de la oposición bajo la inteligente égida de María Corina Machado en Venezuela es inevitable. La salida de la narcodictadura puede que tome un tiempo, pero sin la menor duda la derrota de Maduro y sus mafias marca el definitivo principio del fin, un final democrático que los populistas en América Latina no tenían previsto. Nunca contaron con la posibilidad de que el “pueblo”, como epicentro del poder frente a todo el que se opusiera en su camino, terminaría siendo mucho menos importante que el “ciudadano”.
Hay en la desastrosa historia reciente de Venezuela una verificación terrible: las categorías del marxismo clásico ya no dan cuenta de la realidad, y en consecuencia, son altamente ineficaces a la hora de gestionar los procesos sociales, políticos, económicos y culturales. Su efecto en todas las experiencias conocidas a lo largo del siglo XX y el actual terminó en un desastre de proporciones universales.
Esto se debe a que no hubo un solo experimento de la izquierda en los dos últimos siglos que lograra imaginar que los pueblos son más que los incendiarios discursos, el odio de clases y las formas más espantosas de represión en nombre del “pueblo”. Para la izquierda clásica, todas las acciones “populares” eran una expresión de la conciencia de clases, inscrita en consecuencia en la épica lucha de clases. Nunca lograron imaginar que en un determinado momento del desarrollo de las tecnologías de producción y el conocimiento, esas acciones colectivas se transformarían en acciones conectivas altamente tecnológicas. Hoy el “pueblo” le cree más al mensaje de WhatsApp que al discurso demagógico del caudillo, se entera, se informa y se desinforma a través de plataformas virtuales, Facebook, Instagram o TikTok, y lo hace además en tiempo real.
Usted dirá, apreciado lector, qué tiene esto que ver con la victoria del pueblo venezolano. La respuesta es en realidad muy simple: esas multitudes venezolanas que acompañan a la oposición constituyen ya no “el pueblo” (una categoría que daba para todo), sino la ciudadanía. Hoy las dictaduras las elimina el ciudadano. La ciudadanía ha sustituido el “poder del pueblo” por varias razones: la primera es que está mejor informada, es más dinámica, mucho más preparada, no cree en los partidos, odia las ideologías y desprecia profundamente a los tiranos y a los demagogos. Además, es profundamente democrática. ¿Y adivina dónde aprendió todas esas artes sociales? En su contacto con personas que, más allá de sus diferencias económicas, culturales, raciales, de género o de lo que fuese, eran ante todo, ciudadanos, idénticos a él en derechos y obligaciones.
¿Recuerda usted, apreciado lector, cómo se logró la renuncia y fuga de Evo Morales? Por el mismo mecanismo con el que los venezolanos hoy lograrán dar fin a la dictadura chavista. ¿Sabe cuál es la clave? Una conciencia ciudadana, que por fuerza es democrática, es decir, una conciencia común que no acepta las viejas clasificaciones de la izquierda fracasada, esa que nos sometía a una taxonomía radical en la que eras obrero o eras burgués, eras bueno o eras malo, eras rico o eras pobre, eras culto o eras ignorante, o la que utiliza Evo Morales hasta hoy: eres indio o eres mestizo, etc. Todo ese arsenal de calificativos desaparece cuando reconocemos que lo que nos unió en 2019 frente a la dictadura masista de Evo Morales, y lo que ha unido al pueblo venezolano, es la condición de ciudadanos, de todos los tipos, blancos, negros, ricos, pobres, etc. Todos estábamos en el mismo barco frente al dictador Morales, el de la democracia y la defensa de nuestros derechos ciudadanos.
Ya no existe el denominado “poder popular”. Ese poder se sustentaba en la existencia de multitudes hambrientas y sin ningún horizonte de esperanza. La sociedad actual ha eliminado gran parte de ese esquema; son en una enorme proporción sociedades de clases medias, no están en el nivel de pobreza propia “del pueblo” en la jerga política del siglo XX, y tampoco en el nivel de opulencia de los grandes magnates de nuestros países. En sustitución de esas dicotomías se erige el ciudadano, artífice de sus propios derroteros, y en consecuencia sus estrategias de lucha con el fin de alcanzar niveles superiores de equidad social y justicia no parten ya de lo popular, sino de lo ciudadano. La victoria de la oposición venezolana es la primera evidencia masiva de “poder ciudadano” y el quiebre de los discursos de la izquierda clásica.