Es una satisfacción intelectual leer una reacción inteligente sobre algo que uno ha escrito, y por ello quedo agradecido a mi amigo Julio Aliaga por su
reflexión sobre la columna que publiqué recientemente, titulada: “
Ni chicha ni limonada, la razón del fracaso de la oposición boliviana”.
Julio tiene toda la razón que ante las circunstancias tan graves por la que transita Bolivia, al filo del abismo, necesitamos de una amplia “UNIDAD POSIBLE" que convoque "bajo un arco desde el liberalismo hasta la izquierda democrática, incluyendo varios 'ismos'”.
En efecto, el gobierno que reemplace al MAS debe ser uno de amplio reencuentro entre todos los bolivianos, a través de la recuperación de la democracia, la libertad y el respeto a la ley.
La pregunta es: ¿hasta cuándo vamos a tener que vivir en “transición”? ¿No es ese estado híbrido de “transición” el que nos tiene hundidos en la mediocridad, el subdesarrollo y la pobreza?
Si los chilenos y ahora los argentinos han podido finalmente entender que si no cambian se hunden ¿por qué los bolivianos no podemos llegar a la misma conclusión ante el evidente fracaso estatista? ¿Cuánto más de corrupción estamos dispuestos a tolerar por el saqueo de nuestro patrimonio colectivo, en aras de la transición?
“La sociedad boliviana está lista para dar el salto”, dice Julio, y yo concuerdo, “pero aún no sabe dónde” concluye. Yo difiero de esto último. Los bolivianos SÍ saben lo que NO quieren. No quieren MAS de lo mismo. Y la opción es clara, aunque mucha gente no la vea, ni entienda.
La alternativa es quitarles la botella a los adictos al Estado, “quitarles la mamadera”, diría la gente; sacarlos de los negocios a través del Estado. Y devolverle al ciudadano la soberanía. Es decir, que el ciudadano mande y el gobierno obedezca. Y no al revés, como ahora. Que el gobierno sirva a la gente y no se sirva de la gente y además la abuse, le robe y le pegue. El gobierno (“Estado”) es nuestro empleado, no nuestro “JEFE”. Nosotros lo elegimos (a veces, mal).
Y la forma de hacerlo es fortaleciendo la economía popular, darle a la gente PODER adquisitivo, fortaleza económica, libertad de elección y libre competencia. No hay libertad política sin independencia económica; ni para los ciudadanos, ni para las naciones.Ese es el liberalismo que necesitamos. Un liberalismo económico en democracia, con respeto a la libertad de empresa, de empleo, de opinión, de asociación, de culto, etc. Con un Estado pequeño, pero fuerte y justo, que arbitre y regule para que nadie quede injustamente relegado; para que el progreso sea compartido y solidario. Un liberalismo moderno, inteligente y honesto.
En todo ello creo que todos estamos de acuerdo, mi querido Julio; y es una visión que todos podemos compartir y luchar por ella; como hermanos, no como enemigos.
Lamentablemente la consecuencia y lógica final a la que nos ha llevado nuestro socialismo/estatismo criollo, como aquí y en todo el mundo, fue a la dictadura política y a la miseria económica. Me remito a las pruebas: Rusia, China, Cuba, Venezuela, Nicaragua…e intentando moverse allí, Bolivia.
Y a los países con sistemas híbridos, a condenarlos a las semidictaduras y a la pobreza incipiente, como a nosotros.
Bolivia entró en “transición” a partir de la Guerra del Chaco, cuando se inició el militarismo fascista y nacionalista, con golpe militar en plena guerra a un presidente civil (¡para perder la guerra!), que nos condujo a esta “transición” permanente… hasta que venció el “chicha estatismo”, dizque socialista.
Querido Julio, creo que me quedo con la limonada orgánica, pura (poquito de azúcar), que no emborracha (con el Estado), no está fermentada, no produce mal aliento ni indispone, ni empobrece como el “chicha estatismo” de los que se mueven hacia el “socialismo”.
¡Patria y vida! Viva Bolivia.
Ronald MacLean es académico, exalcalde de La Paz y ministro de Estado.