“El modelo de desarrollo cruceño existe, funciona y es exitoso”. Esta frase es una de varias que alimentaron el discurso de que la economía de Santa Cruz es distinta –y mejor, en última instancia– con respecto al resto del país. Esta idea fue ganando amplia aceptación entre la opinión pública porque se construyó a partir de hechos tangibles: la agroexportación basada en la iniciativa privada y expansión de la frontera agrícola ha convertido a Santa Cruz en un protagonista clave de las exportaciones bolivianas y en el departamento con mayor crecimiento económico, cuya contribución al Producto Interno Bruto (PIB) bordea el 30%.
Este desempeño regional, acentuado por la bonanza rentista de los últimos años, reforzó la narrativa regionalista de larga data que pretende desvincular el oriente del occidente dependiente de minería e hidrocarburos. El modelo cruceño se vendió como una “locomotora” independiente, basada en inversión privada, libertad económica y competitividad internacional. Por eso, no es casual que, recientemente, el Comité Cívico haya proclamado la necesidad de una “nueva relación con el Estado” para afianzar su alejamiento del “centralismo” y consolidar su “camino hacia la libertad”.
Sin embargo, la actual crisis económica se está encargando de desmentir el imaginario de una próspera isla tropical sin dependencias con su entorno nacional. Con la agudización del declive de la renta petrolera, agotamiento de reservas internacionales y déficits fiscales insostenibles, el modelo cruceño ha demostrado ser igual o más vulnerable que el resto de las regiones.
La explicación es casi obvia. Al haber exagerado la diferenciación entre oriente y occidente, los promotores del regionalismo cruceño acabaron minimizando o directamente ignorando que su éxito se sostiene, en buena parte, gracias a los fondos públicos, subsidios estatales, combustibles baratos y privilegios tributarios. Su sesgo también les hizo olvidar que el resto del país constituye su principal mercado interno, o que los ahorros del occidente dinamizan las inversiones regionales.
La falsa dicotomía instalada no sólo oculta esta realidad interconectada e interdependiente, sino que maquilla otra verdad incómoda: la economía nacional, incluida la cruceña, está atrapada en el rentismo de recursos naturales y las debilidades inherentes al mismo.
Ahora, sincerar el debate y explicitar esta configuración económica, no significa negar la gestación de economías no rentistas dentro del departamento de Santa Cruz. Tiene particularidades y potencialidades que también se soslayan desde el occidente. Una de ellas es que los ingresos regionales –provenientes tanto de la agroexportación como de las trasferencias de la renta nacional–tienden a fluir bajo lógicas de mercado y de la mano del sector privado.
Esta dinámica ha estimulado el surgimiento de pequeños emprendimientos productivos y actividades de transformación orientadas a la agregación de valor. En cambio, en otras regiones, los flujos económicos siguen dependiendo fuertemente del gasto público lo que, si bien favorece a la diversificación de emprendimientos –sobre todo en el sector de servicios– sigue siendo funcional a la lógica rentista, de modo que no están preparados para sobrevivir a una crisis prolongada.
En otras palabras: en Santa Cruz sí existen negocios que responden a criterios de eficiencia privada, pero son todavía marginales. No alcanzan para justificar la narrativa de que todo el modelo cruceño está edificado sobre pilares de competitividad y eficiencia empresarial. Esta es la razón por la que la economía cruceña sea igual de vulnerable que otras regiones. Todavía depende de un cordón umbilical que, en realidad, no lo conecta al “centralismo”, sino al modelo rentista que no conoce de fronteras entre el occidente y el oriente boliviano.
Incluso en lo cultural, la brecha entre cambas y collas es menos profunda de lo que creemos o discutimos en la arena política. Recuerdo una conversación con un cruceño defensor de diferencias irreconciliables. Al momento de replicar no encontré grandes virtudes en común, pero sí defectos compartidos. En Santa Cruz, y en cualquier otra ciudad del occidente, el semáforo rojo es un elemento decorativo. En la ciudad de los anillos, nadie respeta las rotondas que distribuyen el flujo vehicular, al igual que en otras ciudades donde las señales de tránsito son redundantes. Al menos en este sentido, los cambas y los collas nos parecemos más entre nosotros, que a argentinos, brasileños o peruanos.
Para cerrar, el mensaje que pretendo compartir en esta columna es que estamos en el mismo barco. Aceptar esta realidad es una condición más urgente que nunca para enfrentar la crisis. Creer que la salida está en preservar el Estado rentista que defiende el Movimiento Al Socialismo o aferrarse a la idea de que el modelo cruceño no es rentista es una ilusión. Estamos obligados a desprendernos de la cultura y mentalidad rentista que se acentuó durante los años de bonanza.
Vivir del rentismo –directa o indirectamente– ha reforzado nuestro conservadurismo económico y nuestra tolerancia del continuismo de la maldición de los recursos naturales.
Gonzalo Colque es investigador.