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En voz alta | 19/02/2024

Por Navalni

Gisela Derpic
Gisela Derpic

Alexéi Navalni, el más importante líder de oposición rusa, murió el viernes pasado a los 47 años de edad. En la plenitud de su vida y circunstancias oscuras. Tánatos estuvo desde hace más de 10 años en paciente ronda a la espera del corte del hilo de su vida, que finalmente se consumó mediante su asesinato ordenado por la dictadura imperante en Rusia desde el año 2000. En el iter criminis de este caso se aplicaron los métodos de las dictaduras posmodernas, en tiempos de relativismo y perversión de la realidad con discursos falsarios que la niegan y pudren. Se lo difamó, procesó y condenó ilegalmente; se lo envenenó, encarceló y torturó hasta matarlo.

El hecho se produjo en una de las más siniestras prisiones de Rusia, en la región de Yamalo-Nenets, al norte del círculo polar ártico, “cerca de la cordillera de los Urales (...) a casi 2.000 kilómetros de Moscú o unas 45 horas en tren desde la capital rusa”, apuntó Infobae; en ese lugar el político había sido confinado a fines de 2023 por órdenes de Vladimir Putin, uno de los caudillos principales del bloque antioccidental, cuyos integrantes incluyen al régimen boliviano. Fue privado de su libertad y alejado de su círculo de afecto para dejarlo en soledad, a expensas del poder, y reducido a la nada con premeditación, alevosía y ventaja. Es el modelo nacionalsocialista alemán-estalinista soviético, espejo fascista de todos los regímenes llamados “socialistas del siglo XXI”.

Fue un desenlace temido y anunciado, prueba de la indefensión de la democracia ante la violencia del poder abusivo maquillado de elecciones espurias en fingimiento de su legitimidad. Con tantas víctimas a quienes el llamado “sistema internacional de protección de los derechos humanos” apoya de boca para fuera a veces y abandona en los hechos casi siempre. Por la burocracia y sus procedimientos. Por la incompetencia de muchos de sus expertos. Por la complicidad de los quintacolumnistas.

Alexéi denunció desde 2008 en su blog la corrupción del que llamó “Estado feudal” encabezado por Putin, a quien acusó de “chuparle la sangre a Rusia”, calificando a su partido de “cueva de criminales y ladrones” como refiere una reseña de la BBC que detalla que desde entonces tuvo millones de seguidores, virtuales y presenciales, habiendo decidido participar en las elecciones para la presidencia del país en 2018; fue vetado a través de una maniobra de los esbirros judiciales al servicio de la reproducción del poder dictatorial. Típico de las dictaduras a quienes sus cabilderos llaman “democracias de partido único”.

La misma publicación de Infobae recuerda que en 2020 Navalni sobrevivió a un envenenamiento con “una sustancia neurotóxica del grupo de Novichok, creada en la era soviética para fines militares”, hecho probado concluyentemente por tres laboratorios europeos. La autoría del régimen de Putin en ese hecho fue puesta en evidencia a mediados de diciembre de 2020, cuando Alexéi “difundió una conversación telefónica en la que desenmascaraba a uno de los agentes de los servicios de seguridad rusa (FSB) para que admitiera que quisieron envenenarlo”, aunque Putin jamás lo reconoció. El documental “Navalni” premiado con el Oscar en 2023, presenta el desarrollo de estos eventos.

Alexéi Navalni es Héctor, hijo de Príamo, la encarnación del buen sentido, del ejercicio de la libertad en dirección del deber. Como el héroe de La Ilíada, que pudo haber huido del duelo con Aquiles y salvar su vida, él pudo quedarse fuera de Rusia en aquellas circunstancias en las cuales enfrentó la muerte por el envenenamiento ordenado desde la cúspide del poder. Pudo desde el exilio continuar difundiendo su palabra de denuncia de los crímenes de Putin y su círculo malévolo. Al final de cuentas, “mientras hay vida, hay esperanza”; sin embargo, optó por su retorno a sabiendas de que le esperaba la prisión, donde fue conducido inmediatamente tras pisar el suelo de su patria, con muchas posibilidades de ser muerto. Más fuerte que su instinto de sobrevivencia fue su sentido del deber, pues estando adentro su sola presencia era un anuncio de la fuerza moral de su causa y del valor de su lucha por ella. Hasta ahí la similitud con la obra homérica, pues Alexéi no se enfrentó a ningún Aquiles, no cayó bajo la espada de un fuerte, valiente e implacable campeón que lucha con honor cuerpo a cuerpo. Cayó bajo el aparato de un régimen perverso que en esa brutalidad pone también en evidencia su miseria, su propia debilidad.

Yo, como Príamo, mujer y madre de cinco hijos, el mayor de los cuales se acerca a la edad a la que la vida de Navalni fue segada, siento desgarrarse mis entrañas femeninas con el dolor de su prematura partida; enciendo una vela y rezo, por él y por nosotros, por los millones de navalnis que quedamos para seguir luchando por lo que creemos. Para cumplir nuestro deber.

Gísela Derpic es abogada.



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